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Chapter 8 - LA LUZ DE UN NUEVO COMIENZO

El calor del sol era abrasador, pero para Dante resultaba casi un alivio. Después de años atrapado en la penumbra de la mina, cualquier brisa natural o rayo de luz se sentía como un bálsamo. Había logrado salir a la superficie, sin embargo, su respiración agitada y el sudor que le perlaba la frente delataban la tensión de cada músculo de su cuerpo. Su huida aún no estaba garantizada.

Giró la cabeza en dirección a la enorme colina rocosa que lo había ocultado, temiendo ver a los guardias asomarse. Nada, por el momento. Con cuidado, limpió la sangre que le había salpicado las botas y se internó entre los arbustos secos de una planicie amarillenta. Su Soberanía Subterránea, parcial como era, le servía poco en la superficie; aun así, conservaba una conciencia difusa de los corredores bajo tierra. Sintió que algunos temblores se agitaban a lo lejos. Quizá la redada seguía en marcha.

—Van a buscarme por todas partes —murmuró, recordando la expresión de furia y sorpresa de Rander antes de morir.

Por primera vez, contempló el horizonte de aquel mundo desconocido, muy distinto a la tierra que habitó en su vida anterior. Vio cadenas montañosas, bosques grises y, en la lejanía, la silueta borrosa de lo que parecía una ciudad amurallada. Su pecho se encendió de una mezcla de curiosidad, miedo y determinación.

El peso de la verdad

Todavía sentía el nudo en el estómago tras descubrir que podía absorber el orbe de un humano. "¿Hasta dónde se extiende mi clase?", se preguntó, caminando entre la maleza. La Técnica Marcial Básica que eligió al absorber a Rander destellaba en su mente, como si de pronto conociera instintivamente ciertos movimientos de combate cuerpo a cuerpo y el manejo de toletes. Era un potencial peligroso: si un día no tenía más remedio que defenderse de otros humanos, ¿volvería a tomar su esencia?

—Todo esto es culpa de la mina… y de mis ansias por sobrevivir. —Apretó las manos, sintiendo un leve temblor—. Pero ya no hay vuelta atrás.

Por más que la culpa lo rondara, sabía que no podía arrepentirse. Rander lo habría matado sin dudar. Y si quería rescatar, más adelante, a los esclavos como Rina y su hermano, tenía que conservar la ventaja que había ganado. El cielo era de un azul pálido, salpicado de nubes tenues, y el aire libre agitaba su cabello con suavidad. Aun con todas las preocupaciones, el solo hecho de sentir el viento sin las ataduras de la mina llenó sus ojos de un brillo nuevo.

Planificando el siguiente movimiento

A medida que se adentraba en aquel paisaje semidesértico, Dante frunció el ceño al notar su situación precaria. Tenía hambre, sed y ningún conocimiento real del territorio. Con todo, las habilidades que había perfeccionado podrían sacarlo de apuros:

Coraza Cristalina para protegerse de las rocas y los golpes.

Garras Translúcidas para cazar animales o defenderse de bestias salvajes.

Forja Mineral Perfecta en caso de hallar filones o piedras que pudiera moldear como herramientas simples.Soberanía Subterránea (aunque limitada en la superficie), podía darle cierta noción del subsuelo para encontrar agua subterránea en las zonas más secas.

Técnica Marcial Básica obtenida de Rander, para pelear a puño limpio con algún saqueador o bandido.

Lo más urgente era un escondite y un modo de alimentarse. No conocía esa región, pero divisó a lo lejos un accidente geográfico que lucía como una pequeña quebrada con afloramientos de roca. Quizá allí hubiera un manantial o, por lo menos, sombra para descansar.

—Primero, sobrevivir fuera de la mina —se dijo. Luego, pensaría cómo volver para ayudar a otros o, al menos, cumplir la promesa con Rina.

Mientras atravesaba la planicie, escuchó a lo lejos aullidos que le recordaron a lobos. Un escalofrío le recorrió la nuca; si esos depredadores lo detectaban, tendría una batalla inminente. Sin embargo, tras años de esclavitud, no le asustaba la idea de pelear. Lo que más le inquietaba era la soledad de no contar con un compañero que le cubriera las espaldas.

Encuentro inesperado

Caminó durante horas, soportando el sol en lo alto. Al fin llegó a la quebrada que había visto. Era una formación rocosa con paredes de unos pocos metros de altura. Allí, la temperatura bajaba un poco, y el eco del viento resonaba entre las grietas. Con su Soberanía Subterránea, detectó la presencia de un pequeño flujo de agua varios metros bajo tierra. Su Forja Mineral Perfecta podría ayudarlo a perforar la roca, pero temía que el ruido atrajera miradas curiosas.

En lugar de eso, siguió explorando hasta que encontró una pequeña charca alimentada por un hilo de agua que discurría desde las rocas. Bebió con ansia y se lavó el rostro, suspirando de placer al notar la frescura en la piel.

De pronto, distinguió un movimiento entre las sombras: un par de ojos desconfiados se asomaron. Dante se incorporó, presto a usar sus garras si era necesario.

—¿Quién anda ahí? —espetó con cautela.

Por un momento, pensó que se trataría de algún animal, pero entonces vio la figura de una persona encapuchada, encorvada contra la pared rocosa. Parecía un vagabundo, con ropa remendada y un bastón maltrecho.

—¿Tienes agua de sobra? —gimió la voz ronca—. No he bebido nada limpio en días.

Dante frunció el ceño, notando la postura débil de aquella persona. Recordó la crueldad de la mina y lo fácil que era morir en un mundo donde nadie confiaba en los desconocidos.

—Bebe —dijo tras una pausa, apartándose para dejar espacio en la charca.

El encapuchado se acercó con paso vacilante y, tras unos sorbos, se desplomó contra la roca, respirando con dificultad.

—Te lo agradezco, chico. ¿De dónde vienes?

Dante dudó en responder.

—De… un lugar muy lejano. —Era la verdad, a su modo—. ¿Tú vives por aquí?

—Pasaba, nada más. Me dirigía hacia la ciudad de Rocanieve para vender… —Se interrumpió, tosiendo—. Pero me atracaron unos bandidos y me quedé sin nada. Ni siquiera tengo provisiones.

Dante se quedó pensativo. Necesitaba información sobre el entorno y, quizás, un lugar donde pernoctar hasta pensar en sus próximos pasos. Sin ser muy explícito, empezó a interrogarlo sobre los caminos, las distancias y posibles peligros. El encapuchado, a cambio de haberle permitido beber, respondió con cierta amabilidad. Habló de un río que pasaba por las afueras de Rocanieve, de campamentos itinerantes y de bestias salvajes que merodeaban en la noche.

—Dicen que un grupo de esclavos escapados merodea las laderas de la Montaña Negra, pero los guardias no se atreven a subir allí. —El hombre soltó una risa carente de humor—. Nadie regresa vivo de esos picos.

Dante guardó silencio. "¿Más esclavos fugitivos?", pensó, con el corazón encogido. Quizá no era el único. Quizá algunos habían logrado armar una comunidad oculta, aunque las probabilidades fueran mínimas.

La sombra de la persecución

Tras conversar un rato, el encapuchado se levantó para proseguir su camino, dejando a Dante con un puñado de datos útiles y un adiós pronunciado en un susurro. Dante volvió a sumergir los dedos en el agua, reflexionando. Aquel encuentro le mostró que el exterior también tenía sus peligros e injusticias. Y, aún así, era infinitamente mejor que la opresión de la mina.

Se puso en marcha para salir de la quebrada, pero algo en su interior se agitó: el eco de su Soberanía Subterránea percibía vibraciones muy ligeras, como pasos amortiguados por la maleza. ¿Bandidos? ¿Soldados? Con el poco alcance que tenía en la superficie, no podía precisarlo. De inmediato, se ocultó tras una saliente rocosa y aguardó. El corazón le latía con fuerza.

En efecto, un par de hombres armados con arcos y dagas merodeaban por los alrededores. Sus ropas polvorientas los delataban como vagabundos o asaltantes de caminos. Uno de ellos revisó las huellas en la tierra suelta y señaló la quebrada.

—Alguien pasó por aquí. Tal vez tenga provisiones.

—Muy bien. Si lo encontramos, le vaciamos los bolsillos —replicó el otro, curvando los labios en una mueca codiciosa.

Dante contuvo la respiración. Tras su experiencia en la mina, dudaba que estos bandidos fueran un reto si se veían obligados a un combate. Sin embargo, no quería llamar la atención ni malgastar energías. Acababa de huir y no necesitaba más problemas.

La certeza de un camino

Cuando los bandidos se internaron en la quebrada, Dante aprovechó para alejarse sigilosamente en la dirección opuesta. Su Coraza Cristalina y Garras Translúcidas bastarían para aniquilarlos, pero eso solo haría que más hombres vinieran detrás de él, y quién sabe si las autoridades locales intervendrían. Debía moverse con cautela hasta orientarse mejor.

A la luz del atardecer, encontró un afloramiento rocoso que le serviría de refugio. Reunió algunas ramas secas para encender un fuego diminuto y se sentó, abrazándose las rodillas. El olor a aire libre, el crepitar de la leña y la vasta extensión de cielo anaranjado le parecían casi irreales después de tanto tiempo bajo la tierra.

—He salido de la mina —se dijo en voz baja, cerrando los ojos—. Pero mi historia aquí solo acaba de empezar.

Un fugaz pensamiento acudió a su mente: Rina, su hermano enfermo y los demás esclavos. Algún día, regresaría para liberarlos, o al menos, para mostrarles un camino. Por ahora, tenía que trazar su propia ruta en un mundo incierto, con un poder que lo distinguía tanto de las bestias como de los hombres.

Mientras las últimas luces del sol se desvanecían, Dante se cobijó en la penumbra y dejó que el calor del fuego calmara su espíritu. Había cruzado el umbral de la libertad, pero era consciente de que cada paso a partir de ahora se alzaría sobre el filo de un abismo. Con las habilidades al máximo y el descubrimiento de que podía absorber la esencia de los humanos, aquel niño esclavo que despertó en una mina era ya una fuerza impredecible.

Mañana tendría que buscar comida y trazar un plan más claro. Tal vez dirigirse a Rocanieve o, si la fortuna lo permitía, hallar a otros esclavos fugitivos para forjar alianzas. Por el momento, el viento soplaba, arrastrando ecos de promesa y peligro. Dante, con la mirada puesta en el firmamento estrellado, se preparaba para encarar un mundo que hasta hacía unas horas había estado fuera de su alcance.

Al menos, por fin respira aire puro.