En la penumbra de su improvisado dormitorio, Dante trabajaba en silencio. Con las manos apoyadas sobre una pequeña roca llena de vetas, practicaba su Forja Mineral Perfecta para hacerla ceder sin que su exterior se desmoronara del todo. Se había dado cuenta de que necesitaba un tacto más sutil, pues abrir un boquete de forma brusca dejaría rastros evidentes para los guardias.
—Despacito… —murmuró con el ceño fruncido.
Un brillo azulado emanó entre sus dedos. Sintió la energía filtrarse en la roca, "reblandecerla" en puntos específicos, y absorber un leve trazo de maná.
Has absorbido fragmentos residuales de cristal.
Tu maná máximo aumenta en 1.
No era gran cosa, pero cada grano de arena sumaba. Cuando terminó, contempló el resultado: una roca casi hueca, con un tenue resplandor interior. "Si puedo hacer lo mismo a gran escala en el pasadizo bloqueado, podré abrir un hueco suficiente para pasar sin que se desmorone del todo", pensó.
Satisfecho, dejó la piedra a un lado y cerró los ojos. Se concentró en su Soberanía Subterránea: la imagen de la galería sur, los corredores anexos y, sobre todo, aquel pasillo semienterrado que podría llevarlo más cerca de la superficie. Aun con la versión incompleta de la habilidad, podía "sentir" cómo se conectaba con otros espacios desconocidos.
—Es cuestión de tiempo —se dijo—. Solo debo evitar que nadie interfiera en mis planes.
Sospechas y nuevos dilemas
Al día siguiente, Dante reanudó su rutina de guardia y jefe de escuadrón. Caminaba por la galería principal ordenando a los niños y adultos que extrajeran los cristales requeridos. Se fijó en que el capataz Brolf se mantenía en el piso superior de la mina, inspeccionando con varios guardias. Y, en una esquina, la silueta maciza de Rander lo observaba con ese gesto hosco que tanto lo inquietaba.
—Ese tipo me sigue a todas partes —pensó Dante, fingiendo desinterés.
Sabía que Rander no le quitaba ojo de encima. Cada vez que creía escabullirse, al volver a mirar, lo descubría en la distancia, con los brazos cruzados y la mirada clavada en él. ¿Habría descubierto algo de la pelea contra el Escarabajo Rey? ¿O simplemente sospechaba que Dante ocultaba un secreto tras sus logros?
Al retomar el recuento de cristales, escuchó una exclamación de espanto. Un niño que trabajaba en el extremo de la galería había tropezado y roto un fragmento valioso. Dante se acercó de inmediato, temiendo la reacción de los guardias. El fragmento estaba hecho añicos y el niño, temblando, no podía articular palabra.
—¡Te lo descontarán de tu comida, escoria! —bufó Rander, acercándose con paso pesado.
Dante, por primera vez, lo vio de cerca. Tenía la piel curtida y una cicatriz que le cruzaba la mejilla. El guardia alzó el puño amenazante sobre la cabeza del niño y Dante intervino con rapidez.
—Fue un accidente —dijo con voz firme—. Podemos recuperar parte del cristal o buscar otro filón. Dará igual.
La mirada de Rander destilaba rabia, como si solo esperara un pretexto para aplastarlo. Detuvo el puño en el aire, luego se giró hacia Dante y repuso:
—Siempre metiéndote donde no te llaman, ¿no? Tarde o temprano, la mina te tragará como a todos los que se creen héroes.
Dante alzó la barbilla, firme. Notó que varios esclavos los observaban con inquietud. Si se enzarzaba en una pelea allí, daría pie a más sospechas.
—¿Te molesta mi forma de dirigir, Rander? —soltó con frialdad—. Brolf me designó como jefe de escuadrón. Cualquier queja, ve y háblala con él.
Rander soltó un gruñido. Parecía debatirse entre golpearlo o marcharse. Finalmente, empujó al niño al suelo y gruñó:
—Descuida, le contaré todo a Brolf. Y tú, Dante, no bajes la guardia. Los "prodigios" como tú suelen caer desde lo más alto.
Con un último vistazo cargado de resentimiento, se marchó. Dante se inclinó para levantar al niño y comprobar que no estuviera herido. Su mente, sin embargo, no dejaba de dar vueltas: la hostilidad de Rander crecía.
—Si me sigue cuando intente huir, podría arruinarlo todo —pensó, con un nudo en la garganta.
Reencuentro en la galería sur
Pasado el mediodía, Dante se dirigió con un grupo a la galería sur para continuar limpiando el reciente desprendimiento. Quería aprovechar para revisar los alrededores de la gruta donde descubrió el camino que lo conduciría a la superficie. Mientras los esclavos apartaban rocas sueltas, él se internó unos metros para "inspeccionar" la estabilidad de los muros.
—Quédense aquí —ordenó, igual que la vez anterior—. Si escuchan algo raro, retrocedan.
Enseguida activó su Pulso del Laberinto, captando la estructura de la gruta circular. En su cabeza, imaginó el mapa en 3D, con las zonas derrumbadas y los futuros puntos de quiebre. Con un poco de Forja Mineral Perfecta, podría abrir un hueco que conectara con un pasaje superior, justo donde los guardias no solían patrullar.
—Me llevará semanas hacerlo sin levantar sospechas —susurró—, pero es factible.
El sonido de pasos detrás de él lo sobresaltó. Se giró con la tensión reflejada en el rostro y descubrió a una joven esclava que se aproximaba con el semblante pálido.
—¿Qué haces aquí? —inquirió Dante, manteniéndose alerta.
—Lo siento, no quería interrumpir —balbuceó ella—. Pero… necesitaba hablar contigo.
Aquel susurro tembloroso delató el miedo que sentía. Dante rebajó la guardia, comprendiendo que ella no era una amenaza.
—Si Brolf o Rander te ven deambulando a solas, podría costarte caro —le advirtió.
La muchacha lo miró con los ojos vidriosos. Se llamaba Rina, y hasta entonces él apenas la conocía de vista. Sus facciones finas se veían endurecidas por el trabajo forzado, y en sus muñecas se marcaban viejas cicatrices de grilletes.
—Me dijeron que… tú sabes cómo moverte sin que los guardias te atrapen. Que incluso tienes una fuerza anormal —murmuró, dirigiendo una mirada a sus manos con las uñas ya retraídas—. Mi hermano menor está muy enfermo y no recibirá atención médica. No sobrevivirá mucho tiempo si sigue aquí.
Dante sintió un latido de empatía. Recordó al niño que casi fue golpeado por Rander y a tantos otros esclavos apenas conscientes de que existía un mundo más allá de la mina.
—¿Estás pidiéndome que lo ayude a escapar? —preguntó en voz baja.
Rina tragó saliva y asintió con timidez.
—O, al menos, que le consigas medicina. Lo que sea. Estamos desesperados.
Dante bajó la mirada, cavilando. Su propio plan de huida aún era un esbozo frágil, y llevar a otra persona implicaba más dificultades… sin mencionar que la mina podría responder con una masacre si descubrían el intento de fuga. Sin embargo, al observar la determinación en los ojos de Rina, supo que no podía ignorar su súplica.
—Veré qué puedo hacer —murmuró.
Rina soltó un suspiro entrecortado y, con el corazón en la mano, se retiró. Sus pasos se alejaron y Dante quedó a solas con el eco de su petición.
Un respiro en la penumbra
Regresó con el grupo y completó la sesión de limpieza sin mayores incidentes. Cuando todos se dispersaron, él regresó a su área de descanso. Se sentía más cansado que de costumbre: los acontecimientos recientes lo llenaban de tensión. Rander, la enfermedad del hermano de Rina, la inminente sospecha de Brolf… todo se aglutinaba en su mente como una telaraña de problemas.
Sin embargo, el anhelo de libertad seguía firme en su interior. Cada vez que cerraba los ojos, podía ver los corredores subterráneos, la luz imaginaria de la superficie y la idea de deslizarse a través de un túnel forjado por su propia habilidad.
—Necesito aliados —concluyó en voz queda—. Alguien que me cubra las espaldas y distraiga a los guardias, o que ayude a mover a los más débiles.
Recordó a los niños que trabajaban con él; muchos lo respetaban, y otros más jóvenes lo veían como un héroe silencioso. Quizá podría reclutar a algunos sin levantar sospechas, ofreciéndoles una vía de escape si colaboraban. Pero el tiempo era crucial: si Rander seguía hurgando, podría descubrir sus planes.
Aquella noche, los ronquidos de los demás guardias esclavos retumbaban en la mina, mezclados con el goteo incansable del agua subterránea. Dante se retorció en su jergón, incapaz de conciliar el sueño. Con la vista puesta en el techo de roca, repasó cada detalle de su proyecto de fuga. No había duda: aún debía afinar muchas cosas.
—Un paso en falso y la mina arderá —musitó, cerrando finalmente los ojos para descansar un poco.
Tras la cortina de silencio
Mientras Dante dormía, ajeno a la vigilancia, en otra sección de la mina, Rander mantenía una conversación en voz baja con uno de sus compañeros guardias. Le habló de rumores, de cristales que desaparecían extrañamente, de explosiones subterráneas no justificadas. Mencionó, sobre todo, el nombre de "Dante".
—Mañana mismo le contaré todo a Brolf. Ese mocoso oculta algo. Quizá podamos usarlo a nuestro favor y, de paso, ganarnos más monedas.
El otro guardia asintió, con la avaricia reflejada en sus ojos. Las llamas de la antorcha iluminaban parcialmente sus rostros, distorsionándolos con sombras amenazantes. Fuera lo que fuera que planeaban, estaba claro que la situación se volvía cada vez más peligrosa para Dante.
Solo quedaba una certeza: el próximo movimiento de Rander no tardaría. Y Dante, sin saberlo aún, se vería obligado a acelerar su plan de escape… o ver cómo la mina se convertía en su tumba, junto a quienes trataba de proteger.