Chereads / El Hombre Olvidado / Chapter 6 - Capitulo 6: El despertar del sol

Chapter 6 - Capitulo 6: El despertar del sol

Habían pasado dos semanas desde que el barrio se había convertido en un campo de batalla, y cada día que transcurría parecía un siglo para Rosario. Dos semanas eternas, marcadas por el dolor, la soledad y la desesperanza. La escuela, que alguna vez fue un refugio de luz y conocimiento, ahora era un bastión solitario en un mundo consumido por la oscuridad. Para Rosario, la espera era insoportable. Sus compañeros eran su única esperanza, la única posibilidad de supervivencia en un lugar donde la muerte acechaba en cada sombra.Rosario había sido amable con ellos, compartiendo información vital, pero no había sido completamente sincera. Les había dicho que, como ellos, tenía un dios que la había elegido, un ser divino que le otorgaba poder y protección. Pero era una mentira, una fachada creada por su orgullo. No quería que se quedaran a protegerla, no quería ser vista como débil. Durante esas dos semanas, ese orgullo le había cobrado un precio devastador. El barrio, una vez relativamente seguro, se había transformado en un caos absoluto.Las bestias dimensionales, que antes apenas se atrevían a acercarse a la escuela, ahora estaban desatadas, más violentas y feroces que nunca. La razón era clara: el retorno de sus compañeros había desatado algo que no podían controlar. Leon, seleccionado por un dios de alto rango en la jerarquía celestial, emanaba un poder y un aura tan intensa que atraía la atención de todos los seres de la oscuridad. Su estallido de energía había sido una señal, una declaración de guerra que el monstruo jefe de la zona no pudo ignorar. Este ser evolucionado, dotado de una inteligencia cruel, había percibido la amenaza latente en Leon y había decidido erradicarla antes de que pudiera crecer.El jefe de zona, un titán de poder oscuro, había ordenado la destrucción de la escuela, mandando hordas de criaturas infernales para arrasarla. Rosario era la única que quedaba para defender aquel lugar sagrado. Día tras día, noche tras noche, se enfrentó sola a interminables oleadas de monstruos. Orcos, ghouls, golems de piedra, insectos de niebla... no había descanso, no había tregua. Su cuerpo estaba destrozado, su alma cargada de una desesperación profunda, pero su espíritu no se quebraba. Con cada golpe, con cada hechizo, Rosario luchaba con la furia y la determinación de alguien que sabe que su muerte es inevitable, pero que está decidida a morir con dignidad.Durante cinco largos años, había aprendido a pelear sola, sin la ayuda de un dios, perfeccionando sus habilidades a través del sufrimiento y la soledad. Ahora, toda esa experiencia se condensaba en estos momentos finales, en esta batalla desesperada por proteger el último refugio de sus compañeros. Para ellos, ella era un faro de esperanza, la luz que debía guiarles de regreso a un lugar que aún podían llamar hogar, el único hogar que les quedaba. Y si debía morir, lo haría con la cabeza en alto, con su ropa más fina, aunque ahora estuviera desgarrada y manchada de sangre y sudor. Para Rosario, no había mayor dignidad que caer luchando, que enfrentarse al abismo con la certeza de que había dado todo lo que tenía.Así, Rosario continuó, enfrentándose a cada monstruo, una y otra vez, sin detenerse, sin rendirse. La escuela seguía en pie, pero cada nuevo amanecer traía consigo la incertidumbre de si sería el último. Y mientras la oscuridad la rodeaba, ella luchaba, aferrada a la esperanza de que, en algún lugar, sus compañeros estarían regresando.Las dos semanas transcurridas habían erosionado el espíritu de Rosario hasta sus cimientos. Día tras día, la constante lucha había transformado su cuerpo, antes ágil y lleno de vida, en una sombra de lo que había sido. Su cabello, antaño dorado, ahora lucía un blanco apagado, como si la vida misma hubiera sido drenada de cada hebra. Pero seguía de pie, siempre de pie, con la única razón de que otros pudieran descansar. Sin embargo, aquel breve respiro tras la última batalla, cuando los vítores de los supervivientes llenaron el aire, pronto se convertiría en una pesadilla.El ambiente, cargado de alivio y efímera paz, se quebró repentinamente. Un frío indescriptible recorrió el lugar, haciendo que las voces de los supervivientes se apagaran en un instante. Un murmullo de pánico se esparció entre ellos, y Rosario sintió cómo la realidad misma se distorsionaba a su alrededor. Giró lentamente, su corazón acelerándose al enfrentar lo que sabía que estaba allí.Frente a la escuela, una grieta en el espacio-tiempo se había abierto con una fuerza que deformaba la atmósfera a su alrededor. Era como si el tejido mismo de la realidad se estuviera desgarrando, y desde aquella abertura, algo comenzó a emerger. La grieta, oscura y pulsante, se expandía como una herida en el universo, y de su interior, una forma monstruosa comenzó a salir, empujando el velo entre dimensiones como si abriera una pesada puerta de acero.Primero, emergió una garra, larga y afilada, formada por sombras que parecían estar en constante movimiento. Luego, un ojo ardiente, de un rojo incandescente, se asomó desde la grieta, observando el mundo con un hambre y odio indescriptibles. La criatura continuó saliendo lentamente, su cuerpo grotesco y retorcido. A medida que avanzaba, la grieta se expandía más y más, hasta que finalmente, la abominación estuvo completamente fuera. Era como si la oscuridad misma hubiera tomado forma, un ser compuesto de carne y sombras, con múltiples extremidades retorcidas y tres ojos que brillaban con la luz de la condenación.Cada paso que daba hacia la escuela resonaba como un tambor fúnebre, sus movimientos lentos, pero llenos de una intención mortal. Su forma deformada se alzaba sobre Rosario, cada uno de sus ojos fijos en ella, como si la reconociera como la única barrera entre él y la destrucción total. El monstruo no necesitaba palabras para comunicar su propósito; su mera presencia era una promesa de muerte.Rosario sintió cómo su cuerpo temblaba, pero no de miedo. Era agotamiento, el peso de las incontables batallas que había librado, el dolor de cada herida que había ignorado. Sabía que este combate sería diferente, que este monstruo era más de lo que había enfrentado hasta ahora. Pero también sabía que no podía retroceder. No cuando la vida de todos los que estaban detrás de ella dependía de su resistencia. No cuando todo lo que amaba estaba en juego.El fuego que ardía en su interior, esa chispa de esperanza y desesperación que la había mantenido en pie durante tanto tiempo, comenzó a crecer. Canalizando todo su poder, Rosario invocó las llamas que habían sido su arma durante tanto tiempo. Su cuerpo se envolvió en una intensa aura de fuego, cada llama un reflejo de su determinación. Sin más vacilación, se lanzó hacia el monstruo.El combate fue un espectáculo de fuerza bruta y furia desatada. Rosario atacó primero, cerrando la distancia entre ella y la abominación con una velocidad sobrehumana. Su primer golpe, una ráfaga de fuego, impactó directamente en el torso del monstruo, haciendo que este retrocediera un paso. Pero en lugar de acobardarse, la criatura respondió con una furia aún mayor. Sus tentáculos se arremolinaron en torno a Rosario, moviéndose con una velocidad aterradora, tratando de atraparla en un abrazo mortal.Rosario se movió con una agilidad desesperada, esquivando las arremetidas y lanzando contraataques con cada apertura. Sus puños, envueltos en llamas, golpearon el cuerpo del monstruo una y otra vez. Cada impacto enviaba ondas de calor por el campo de batalla, pero a pesar de su poder, parecía que no hacía más que rasguñar la superficie de aquella entidad.El monstruo contraatacó, sus garras rasgando el aire con una precisión mortal. Uno de los golpes logró alcanzarla, rasgando su ropa y dejando una profunda herida en su costado. Rosario gritó, no de dolor, sino de rabia. Ignorando la sangre que manaba de la herida, contraatacó con una furia renovada, sus golpes cada vez más intensos, cada uno cargado con la totalidad de su desesperación.El combate se prolongó, una danza mortal entre el fuego y la sombra. Rosario sentía cómo su cuerpo empezaba a fallar, cómo cada movimiento se hacía más lento, más pesado. El monstruo, implacable, seguía atacando, sus ojos incandescentes llenos de un odio inhumano. La abominación no mostraba signos de cansancio; cada vez que Rosario lograba asestar un golpe, el monstruo parecía absorber el daño, como si su cuerpo estuviera compuesto de la misma oscuridad que lo había creado.Pero Rosario no cedió. Sus llamas, aunque cada vez más tenues, seguían ardiendo. Cada golpe que propinaba era más lento que el anterior, pero no perdió fuerza ni determinación. Su mundo se redujo a esa lucha, a la necesidad de proteger, de resistir. En su mente, veía los rostros de aquellos que dependían de ella, los que habían vitoreado su regreso. Sabía que no podía fallarles.Finalmente, tras lo que parecieron horas, Rosario sintió que su cuerpo no podía más. Su fuerza estaba agotada, sus llamas casi extinguidas. Pero en lugar de rendirse, reunió todo lo que le quedaba, canalizando la última chispa de su vida en un último ataque. Con un grito que resonó en toda la escuela, se lanzó hacia el monstruo una vez más, su cuerpo envuelto en un fuego tan intenso que parecía desafiar la oscuridad misma.Impactó contra la abominación con todo lo que tenía, cada fibra de su ser ardiendo con una intensidad final. La explosión de fuego iluminó la noche, y por un momento, todo quedó en silencio. El monstruo retrocedió, tambaleándose, mientras Rosario caía de rodillas, exhausta pero no derrotada. Aunque sabía que no podía continuar, que este podría ser su último acto, Rosario sonrió. Había dado todo lo que tenía, y si debía morir, lo haría sabiendo que había luchado hasta el final.Y así, envuelta en las cenizas de su propia determinación, Rosario esperó el desenlace, segura de que, pase lo que pase, su espíritu nunca sería quebrado.En medio de la batalla, Rosario se encontraba frente a la abominación, un monstruo deformado y cruel, cuyas sombras parecían consumir la luz a su alrededor. Ya había logrado herirlo gravemente, y uno de sus cuatro brazos había sido arrancado en la confrontación, pero la bestia seguía luchando, incansable, impulsada por un odio ancestral. Sin embargo, su última embestida fue feroz, más rápida y brutal que las anteriores. Con una precisión escalofriante, una de sus garras afiladas perforó el abdomen de Rosario, levantándola en el aire como si fuera una marioneta rota.El dolor que sintió fue inhumano, un tormento que abrasaba su carne y su espíritu. La agonía se apoderó de ella, y por un momento, todo lo que pudo hacer fue gritar, mientras la sangre se deslizaba por su boca, cubriendo sus labios de un carmesí oscuro. Pero incluso en ese estado, Rosario no se rindió. Con la última chispa de fuerza que le quedaba, invocó una lanza de fuego en su mano. Su luz brilló con desesperación, ardiendo como el último aliento de una estrella moribunda, y la lanzó con todas sus fuerzas.La lanza impactó en uno de los ojos del monstruo, atravesando su superficie como una ráfaga de fuego divino. La criatura, herida y cegada, soltó un rugido gutural y liberó a Rosario de su agarre, arrojándola sin ceremonias al suelo. Su cuerpo, destrozado y sangrante, cayó frente a la escuela, el lugar que tanto se había esforzado por proteger. Sabía que sus fuerzas la estaban abandonando, que sus minutos estaban contados. Pero en lugar de mostrar miedo o desesperación, Rosario se giró hacia los supervivientes que la observaban con horror y esbozó una sonrisa. Una sonrisa amable y cariñosa, diseñada para infundirles una esperanza que sabía, en el fondo, que no existía.Mientras sus ojos comenzaban a nublarse y la vida se escapaba lentamente de su cuerpo, su mente fue invadida por recuerdos. Recordó a la niña que había sido, aquella que, en un mundo destruido, no había tenido espacio para la esperanza. Esa niña había sido cruel, una criatura de pura supervivencia, que no callaba sus pensamientos oscuros, que no se permitía soñar. Pero el tiempo la había cambiado. Había aprendido a callar esa voz fría e implacable en su mente, a ofrecer esperanza a los demás, porque sabía que, sin esa luz, no tendría nada por lo que seguir luchando. Pensó en su familia, en lo que había perdido, en todo lo que nunca podría recuperar.Rosario: "¿Esto es lo que se siente morir?", se preguntó en silencio. "Bueno... si muero, al menos moriré con orgullo."Con una determinación nacida de la pura desesperación, Rosario se levantó. Su cuerpo temblaba, y la sangre brotaba de su herida, manchando el suelo a su alrededor. Tosió, escupiendo sangre, pero no apartó la vista del monstruo que la observaba con un odio sin nombre. Ya no había miedo en sus ojos, solo una furia resignada y una resolución inquebrantable. Si iba a morir, lo haría de pie, luchando hasta el último aliento. Se giró lentamente hacia la criatura, una sonrisa irónica en su rostro, y le habló con la misma sinceridad cruel que había cultivado en su juventud.Rosario: "Sé que voy a morir aquí, maldita bola de carne asquerosa... pero te prometo... que te llevaré conmigo, maldito feto mal parido..."Su voz resonó con una fuerza inesperada, atravesando la mente insensible del monstruo. La bestia, aunque incapaz de razonar como un humano, entendió la intención detrás de esas palabras. Enfurecido, el ser se lanzó hacia ella con una velocidad aterradora, decidido a terminar la batalla de una vez por todas. Rosario cerró los ojos, aceptando su destino, esperando que el dolor desapareciera en un instante de oscuridad eterna.Pero ese momento nunca llegó. En lugar del impacto mortal, sintió una cálida brisa acariciar su piel, y una voz—arrogante, delicada, seductora—llenó el aire.Apolo: "Vaya, ¿qué le pasó a tu cabello? Que yo recuerde, era rubio hace unos minutos... jsjsjs, disculpa mi tardanza, tuve unos asuntos que atender."Rosario abrió los ojos, incrédula. Frente a ella, de pie con una gracia divina, estaba Apolo, el dios del sol. Su figura irradiaba una luz dorada que iluminaba la escena con un resplandor celestial. Él la observaba con una sonrisa juguetona, como si todo aquello fuera un simple juego.Ella estaba en shock, incapaz de comprender por qué una deidad tan poderosa había aparecido en ese momento. ¿Por qué él, un dios tan importante, se encontraba aquí? Su mente, nublada por el dolor y la confusión, solo pudo formular una pregunta.Rosario: "Pero... jamás me eligieron... ¿por qué?... ¿por qué tú, un dios tan importante, vendri—"Apolo levantó suavemente la mano, callándola al colocar un dedo sobre sus labios. Su voz, ahora más suave, llevaba un toque de ternura que contrastaba con la situación desesperada.Apolo: "Eso es porque tú eres igual que el sol, Rosario. Eres aquella que ilumina a las personas con algo esencial para su supervivencia... esa pequeña esperanza que traes a tus allegados. Es por eso que eres digna de ser la protegida del dios del sol."Con un gesto, Apolo invocó su divinidad, y la herida mortal en el abdomen de Rosario comenzó a sanar. Ella sintió cómo el dolor se disipaba, sustituido por una sensación de calidez y renovación. Tosió levemente, liberando la última pizca de sangre que quedaba en sus pulmones, y luego, por primera vez en semanas, esbozó una verdadera sonrisa. Con un brillo dorado, Apolo selló un contrato divino en el alma de Rosario, marcándola como su protegida. Ahora, su vida estaba entrelazada con la esencia del dios del sol.Apolo: "Ahora, sé la primera en usarlo. Usa todo el poder que te permite el sistema. Usa la inmersión."Apolo extendió su mano, la sonrisa en su rostro era una mezcla de amabilidad y coquetería. Rosario, aunque dudó por un momento, sabía que no podía rechazar esa oferta. Su orgullo luchaba contra la idea de aceptar ayuda, pero la realidad era que, en ese momento, no tenía otra opción. Lentamente, agarró la mano de Apolo, sintiendo cómo una poderosa energía comenzaba a fluir a través de ella.El mundo a su alrededor se llenó de una brillante luz dorada. Una aura divina gigantesca envolvió el lugar, y por un instante, todo se detuvo. La abominación retrocedió, sus ojos llenos de una mezcla de furia y temor, mientras sentía la presencia del dios. Incluso el jefe de zona, una criatura temible en su propio derecho, se estremeció ante la potencia de esa luz.Rosario, ahora envuelta en la inmersión divina, se preparó para enfrentar lo que venía, sabiendo que esta vez, el poder del sol estaba de su lado.Con la presencia divina de Apolo fusionándose con el espíritu de Rosario, el aire alrededor de ella comenzó a vibrar con una energía intensa, casi tangible. La luz dorada que emanaba del dios se entrelazó con las llamas que habían sido la esencia de Rosario durante toda su vida, y en un instante, el dolor y la desesperación que la habían dominado se transformaron en un poder inimaginable. Su cabello, que antes había sido dorado y luego blanco por el desgaste, ahora brillaba como el oro más puro, rodeado por un halo de luz que emanaba de su propia voluntad. El poder del sol y el fuego se unieron en perfecta armonía, moldeando su nueva forma.El vestido de Rosario se transformó, adoptando un diseño oscuro y elegante, decorado con detalles dorados que parecían brillar con su propia energía. Sus ojos, antes llenos de sufrimiento, ahora resplandecían con una intensidad abrasadora, reflejando la llama interna que ardía con más fuerza que nunca. Cadenas de fuego dorado envolvieron sus muñecas y tobillos, un símbolo del poder que había sido sellado dentro de ella por el dios del sol. El aura que la rodeaba creció, convirtiéndose en una corona de llamas solares que iluminaba todo a su alrededor, un faro de esperanza y destrucción.El monstruo, que antes había estado al borde de la victoria, retrocedió instintivamente, sintiendo el poder inconmensurable que ahora emanaba de Rosario. Ella, sin embargo, no le dio tiempo para reaccionar. Con un movimiento fluido y lleno de gracia, alzó su mano y materializó un arco hecho de luz solar pura. De su espalda emergieron flechas de fuego concentrado, sus puntas ardiendo con la intensidad de mil soles. Con una velocidad sobrenatural, disparó la primera flecha, que atravesó el aire con un silbido agudo y se incrustó en uno de los ojos restantes del monstruo. La explosión que siguió fue devastadora, envolviendo a la criatura en una columna de fuego dorado que hizo que la tierra temblara.El monstruo rugió de dolor, su cuerpo comenzando a desintegrarse bajo la inmensa presión de la energía solar. Pero Rosario no le dio tregua. Desapareció en un destello de luz, reapareciendo justo sobre la cabeza del monstruo. Con un grito de furia y determinación, invocó una espada de llamas solares en su mano derecha. La espada brillaba con la luz de mil amaneceres, y al descender, Rosario la clavó en el cráneo de la bestia con toda su fuerza. La criatura se agitó y lanzó un alarido que resonó en el vacío, pero Rosario no se detuvo. Con cada golpe de su espada, las llamas se intensificaban, consumiendo la carne putrefacta y las sombras que envolvían al monstruo, reduciéndolo a cenizas.Pero la batalla no había terminado. Aunque gravemente herido, el monstruo lanzó un último y desesperado ataque. Sus garras restantes se extendieron hacia Rosario, tratando de atraparla en un último intento de arrastrarla a la oscuridad con él. Rosario, sin embargo, estaba preparada. Con un movimiento rápido y preciso, invocó un escudo de fuego solar que desvió las garras del monstruo y le permitió concentrarse en su ataque final.Levantando ambas manos hacia el cielo, Rosario comenzó a reunir toda la energía que le quedaba. El aire alrededor de ella se tornó pesado, vibrando con la energía acumulada. Con un rugido de pura voluntad, convocó una inmensa esfera de luz solar en sus manos, tan brillante que parecía contener el mismo poder del sol. La esfera creció hasta convertirse en una gigantesca bola de fuego dorado, incandescente y llena de la furia de un astro.Llevó la esfera a su máximo poder y la lanzó hacia el monstruo con una velocidad cegadora. La bola de fuego colisionó contra la criatura, envolviéndola por completo. La explosión fue cataclísmica, una onda de choque dorada se extendió por kilómetros, disolviendo las sombras y las ruinas en un brillo cegador.Mientras el monstruo se desintegraba, su cuerpo colapsó sobre sí mismo, dejando solo un cráter donde había estado. Las llamas solares continuaron ardiendo en el aire, consumiendo los restos del horror que una vez había aterrorizado a todos. Rosario, flotando sobre el epicentro de la destrucción, respiraba con dificultad, su cuerpo al borde de la extenuación. Pero había vencido.Rosario descendió lentamente, aterrizando en el suelo ahora calcinado. La transformación comenzó a disiparse, y las energías divinas que la habían sostenido regresaron a Apolo, dejando solo a la joven con su propia fuerza. Su cuerpo, aunque agotado, aún se mantenía firme, y sus ojos, aunque llenos de cansancio, reflejaban la determinación que la había llevado hasta este punto.La escuela, aunque dañada, permanecía en pie, y los sobrevivientes, que habían presenciado el combate desde la distancia, emergieron de sus refugios, atónitos por lo que acababan de presenciar. Rosario se giró hacia ellos, su cabello ahora blanco una vez más, pero sus ojos brillaban con una mezcla de alivio y tristeza. Sabía que había ganado, pero el costo había sido inmenso.Apolo, ahora observando desde la distancia, sonrió con orgullo. "Lo hiciste bien, Rosario. Eres digna del poder que te he concedido."Rosario, aún recuperándose, le devolvió una mirada cansada. "No lo hice solo por mí... lo hice por ellos."Apolo: "Y eso es lo que te hace verdaderamente fuerte," respondió Apolo antes de desvanecerse, dejando a Rosario sola con su victoria y el peso de todo lo que había sacrificado para lograrla.La batalla había terminado, pero la guerra aún no había concluido, y Rosario sabía que tendría que seguir luchando, no solo por los demás, sino por sí misma.