—¿Dónde estoy? ¿Por qué está todo tan oscuro?
El ambiente era sofocante. Todo era sombras, un vacío que parecía extenderse infinitamente. Mi respiración resonaba pesada, y un escalofrío recorrió mi espalda.
De repente, lo escuché.
Una respiración profunda, lenta, como si algo o alguien estuviera justo fuera de mi alcance.
—No tengas miedo. No pretendo hacerte daño.
La voz surgió de todas partes y ninguna a la vez. Misteriosa. Profunda. Se sentía como si viniera de algo mucho más grande que yo. Pero, a pesar de lo que decía, el peso en mi pecho no desapareció.
—¿Qué no tenga miedo? —traté de sonar firme, aunque mi voz temblaba un poco—. No sé dónde estoy y ni siquiera te conozco. ¿Qué quieres?
Mis músculos estaban tensos, listos para correr o pelear. Aunque, para ser honesto, en este lugar oscuro y sin forma, no parecía que pudiera hacer ninguna de las dos cosas.
—¿Qué quiero? —respondió la voz, ahora con un matiz burlón—. Bien, seré directo. Necesito algo de ti.
De la nada, una figura comenzó a formarse frente a mí, emergiendo de las sombras. Era alto, elegante, y su aura era tan abrumadora que mi piel se erizó.
Y sus ojos… Rojos, ardientes, como brasas. Me miraban con una intensidad que me dejó congelado.
—Sé mi campeón.
Esas palabras resonaron en mi mente como un eco interminable. Era como si las sombras mismas se comprimieran a mi alrededor.
—¿Tu campeón? —retrocedí un paso, sin darme cuenta—. ¿Por qué yo?
La figura sonrió. Una sonrisa afilada, peligrosa.
—Te daré lo que siempre has deseado, Orión. —Se inclinó un poco hacia mí, sus ojos brillando aún más intensamente—. El poder para matar a Dios.
Mis pulmones dejaron de funcionar por un instante.
¿Matar a Dios? ¿Este tipo estaba hablando en serio?
Antes de que pudiera procesar lo que acababa de escuchar, lo sentí.
Se había acercado. No sé cuándo ni cómo, pero ahora estaba justo frente a mí. El calor que emanaba de él era casi insoportable.
—Además—. continuó, su tono volviéndose más solemne. —si quieres salir con vida, tendrás que aceptar.
Lo dijo como una advertencia, no como una amenaza. Pero ¿eso lo hacía menos aterrador?
—¿Entonces, si no acepto, me vas a matar? —gruñí, apretando los dientes—. ¿Qué más podría esperar de un perro de Dios?
No podía moverme. ¿Era miedo? ¿O me estaba deteniendo él? No lo sabía, pero estaba furioso.
Él soltó una risa suave, como si mi enojo le divirtiera.
—No, te equivocas. No pretendo matarte.
Su tono tenía un deje de burla, como si mi vida fuera tan insignificante que no valiera la pena arrebatarla.
—Estamos en un sueño, Orión. Es normal que no lo entiendas. Pero mientras estamos aquí, las calles y el mundo allá afuera se han convertido en un verdadero infierno.
¿Un infierno? Había algo en su tono que sonaba… genuino. Desagrado, incluso.
—¿Qué quieres decir con que es un verdadero infierno? —. Pregunté, tratando de sonar firme, aunque mi voz traicionaba mi preocupación. —Las calles siempre han sido un desastre, pero creo que te refieres a algo más. ¿Qué está pasando afuera?
Sus ojos rojos se fijaron en los míos, brillando como si disfrutara del momento.
—Ah, al fin algo de curiosidad. Muy bien, te lo diré—. Hizo una pausa, dejando que el silencio llenara el espacio entre nosotros. —El caos ha comenzado. Dios ha soltado las cadenas, y ahora el mundo entero está en manos de los desesperados y los ambiciosos.
Sonrió de nuevo, mostrando unos dientes perfectos pero inquietantes.
—No hay reglas, solo sobrevivir.
Mis manos temblaban. No era de miedo… era algo más. Algo que no quería admitir. Una chispa de rabia mezclada con algo parecido a curiosidad.
—No estoy interesado en jugar ningún maldito juego—. dije, apretando los puños.
—¡Oh! Veo que aún te resistes—. Su tono era burlón, como si todo esto fuera un juego para él. —Está bien, dejaré que veas con tus propios ojos cómo el mundo está cambiando.
Su risa resonó como un eco interminable, y antes de que pudiera responder, todo comenzó a desmoronarse.
Me desperté de golpe, como si hubiera sido arrancado de un sueño demasiado real. Mi corazón latía con fuerza, y mi cuerpo estaba empapado en sudor.
Pero algo no estaba bien.
Fuera de mi habitación, se escuchaban gritos. No gritos comunes, sino desgarradores, como si el mundo estuviera al borde de romperse. El aire era pesado, opresivo, y había un leve olor a humo que me picaba la garganta.
Me levanté lentamente, tratando de calmar mi respiración, pero entonces lo vi.
Él estaba ahí.
Aquel que había visto en mi sueño.
Estaba de pie, justo frente a la ventana rota de mi habitación. Su figura era exactamente como la recordaba: alta, elegante, con esa aura que hacía que mi piel se erizara. Sus ojos rojos brillaban con intensidad en la penumbra, y su presencia llenaba el lugar como si fuera demasiado grande para esta pequeña habitación.
Los recuerdos de mis sueños eran borrosos, no lograba recordar con claridad. Pero de algo estaba seguro: él no era alguien común.
Podría ser un gran aliado o mi peor enemigo.
—Tu…— mi voz salió débilmente. —¿Qué estás haciendo aquí?
El solo sonrió, como si se divirtiera observándome, esperando que hiciera algo. Al ver que no respondió nada y tampoco se movía, decidí salir de mi cuarto, busque a mi madre por toda la casa grite su nombre:
—Bianca, ¡MAMÁ!
Pero no hubo respuesta. Estaba todo claro ella se había largado y me dejo a mi suerte, que más podría esperar de una madre que nunca se preocupó por su hijo.
Los gritos no paraban eran cada vez más desgarradores, así que decidí salir a la calle y lo vi todo.
Cuerpos regados por todos lados, ni siquiera una guerra dejaría tantas pilas de cadáveres, todo era como un apocalipsis, no solo eran los cadáveres, El hedor de humo de los edificios en llamas mezclado con el olor a sangre.
Era todo tan repúgnate. Algo dentro de mi surgió, no sabría decir que era lo que estaba sintiendo, era una mezcla de miedo, asco y algo más profundo. Me costaba respirar, sentía una presión en el pecho todo era debido a esta nueva sensación.
Me estaba ahogando, caí sobre mis rodillas, no podía mantener mi cuerpo en pie, así que giré la cabeza en busca de ayuda y él estaba ahí observándome con la misma sonrisa de siempre.
—¿Necesitas ayuda? — lo dijo en un tono de arrogancia y de superioridad.
Estire mi mano hacia él para decir:
—AYU…—
Comencé a perder el conocimiento poco a poco, empieza a ver borroso, mientras él se acerca y dice.
—Que molestia…