Mientras estaba inconsciente, una frase resonaba en mi mente como un eco interminable:
"El poder para matar a Dios." Poco a poco, la realidad comenzó a abrirse paso. Primero, el frío bajo por mi cuerpo; luego, el sonido de una voz familiar, cargada de irritación.
—¿Cuánto tiempo más va a estar dormido? Lo salvé, y ahora me toca hacer de niñera de este mocoso—. Había enojo en sus palabras, pero también algo más: frustración.
Un quejido escapó de mis labios. El dolor era sordo, pero constante, como una punzada en el fondo de mi mente.
—¡Por fin! Parece que despertaste—. La voz cambió de inmediato, y escuché pasos acercándose.
—¿Dónde estoy? —. Pregunté con dificultad. Las palabras salieron entrecortadas. El desorientado sonido de mi propia voz me asustó. Luego recordé algo más—. Ya no siento ese hedor desagradable… ¿Dónde me trajiste?
—Tranquilo. —Había seguridad en su tono. —Te traje a una cabaña en las afueras de Esperion. Las llamas aún no la alcanzan, así que estaremos a salvo… por un tiempo.
Intenté sentarme, pero el dolor me detuvo. Aun así, no pude evitar lanzar un comentario mordaz:
—Gracias, supongo. Aunque me hayas salvado, no creas que confío en ti. —Mi mirada se dirigió hacia la figura borrosa frente a mí.
— Desde que te apareciste en mi sueño me has estado observando… y siguiendo—. Se notaba el nerviosismo cuando lo dije, no quería mostrar debilidad, pero mi voz me traiciono.
—En todo este tiempo no te has dignado a presentarte. ¿Quién eres? —. Intente sonar desafiante, pero, fue todo lo contrario.
El silencio se hizo pesado por un momento, como si estuviera decidiendo cuánto decir:
Él solo sonrió arrogantemente, al escuchar el nerviosismo en mi voz.
—Ya te lo había dicho, no pretendo hacerte daño.
Se escuchaba sincero, pero ese tono arrogante me molestaba, era como cuando dios hablo, pero diferente de alguna forma.
—Solo responde mi pregunta. ¿Quién eres? —. Mi voz sonó más amenazante esta vez.
—Bien, bien. Como quieras. —Sus ojos me miraron fijamente, como si evaluara cada rincón de mi alma. —¿Quién soy?
Hizo una pausa, y por un instante el silencio se volvió insoportablemente pesado.
—Soy Lucifer. El traidor. El desterrado. El que intentó salvar este mundo… y fue sellado por ello.
Mis músculos se tensaron al escuchar su nombre. Todo lo que sabía, todo lo que había escuchado sobre él, chocó en mi mente como una tormenta. Antes de que pudiera reaccionar, continuó:
—Pero no estoy aquí por mí, Orión. Estoy aquí por ti… y por lo que puedes hacer —. Lo dijo con una seriedad que hizo que el aire pareciera más frío.
Aún no lograba procesar todo lo que acababa de escuchar, era algo tan surreal que parecía alguna clase de broma de mal gusto.
Porque Lucifer estaría frente a mí y me necesitaría.
—¿A qué te refieres con lo que puedo hacer? —pregunté, sintiendo cómo la confusión y los nervios se apoderaban de mí.
Lucifer dejó escapar una risa suave, casi burlona.
—Es normal que dudes. Tu mente, tan frágil y humana, apenas puede procesar lo que está ocurriendo. Pero no te preocupes, no espero que entiendas todo de inmediato.
Intenté responder, pero él levantó una mano, deteniéndome.
—He estado escuchando tus pensamientos, Orión. Ese pequeño deseo que guardas, casi como un susurro en el fondo de tu mente: matar a Dios—. Hizo una pausa, disfrutando de mi reacción. —No eres el único. Hay muchos que comparten ese sentimiento. Más de los que crees.
Su mirada parecía atravesarme, como si estuviera viendo dentro de mí.
—He visto tu vida. Y, aunque no lo creas, me compadezco de ti—. Su tono cambió por un momento, como si hubiera dejado de burlarse. —Un padre que nunca estuvo. Una madre que ni siquiera se preocupa por ti, que te trata como si no existieras. Desde niño, te dejaron solo en este mundo podrido.
Las palabras me golpearon más fuerte de lo que esperaba. Sabía que tenía razón, pero escucharlo de alguien más, especialmente de él, me hizo apretar los dientes.
—Pero, a pesar de todo eso, aquí estás. De pie. Sobreviviendo. Incluso cuando el mundo entero parece haberse vuelto en tu contra, sigues adelante. ¿Sabes cuántos habrían caído ya? Por eso te elegí. Porque eres diferente. Porque tienes la fuerza que otros no tienen.
Intenté ignorar el extraño peso de sus palabras y me aferré a lo que creía saber.
—Dices que fuiste sellado e intentaste derrocar a Dios—. Lo miré directamente, tratando de encontrar algún rastro de mentira en su rostro. —Pero según lo que se dice en los libros, fuiste desterrado junto a tus aliados durante la rebelión. Desterrado aún lugar donde solo se puede entrar, pero no salir.
Lucifer sonrió, pero no era una sonrisa cálida. Era oscura y afilada.
—¿De verdad crees en todo lo que sale en esos libros? —. Preguntó con calma, aunque había un tono de desprecio en su voz. —Ellos escriben la historia. ¿Qué esperabas? Que dijeran la verdad sobre mí.
Su sonrisa desapareció, y su voz se volvió más seria:
—No estoy aquí para cambiar tu opinión sobre mí. Estoy aquí porque este mundo está roto. Y porque, en el fondo, tú lo sabes. Ese trono celestial que veneran o veneraban es la raíz de todo. Tú puedes ayudarme a destruirlo… si tienes el valor para hacerlo.
—¿Destruir el trono? —. Pregunté, con una mezcla de incredulidad y curiosidad. —¿Y cómo se supone que planeas hacer eso? Ya perdiste una vez contra Dios. ¿Qué te hace pensar que ahora podrías ganarle?
No podía evitar que mi mente se llenara de preguntas. Aunque creía que todo esto era una estupidez, había una parte de mí que quería saber más.
"¿Será posible derrotar a Dios?", pensé, casi sin darme cuenta. No era como si creyera que un simple cuchillo pudiera matarlo; después de todo, estamos hablando de un dios, ¿no?
Sin embargo, si de alguna manera matar a Dios fuera posible, no lo dudaría. Pero tampoco soy un idiota. No pretendo morir en el intento. Si no hay un plan, no tiene sentido siquiera considerarlo.
Levanté la mirada, encontrándome con los ojos de Lucifer. Sonreía, como si hubiera leído cada uno de mis pensamientos.
—Para contarte la forma en la que podemos matar a Dios—. Dijo con una calma que me inquietó. —primero debo hablarte de lo que sucedió el día que me rebelé contra el primer Dios.
Al escuchar esas palabras, sentí un torbellino de emociones arremolinarse dentro de mí. Estaba inquieto, pero a la vez también estaba emocionado.
"¿Podría ser esto lo que siempre estuve esperando?"
La posibilidad de un plan, de un camino que pudiera llevarme a lo impensable, encendía algo en mi interior. Era como si una chispa hubiera prendido fuego a una parte de mí que ni siquiera sabía que existía.