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Chapter 6 - Capítulo 2 – El viaje comienza.

Al despertar, la brisa mañanera acariciaba mi cuerpo; era fría, pero reconfortante. Parecía como si hubiera dormido en medio de la nada. A lo lejos, se oía el eco de una caravana: el crujir de carros y pasos que resonaban con insistencia. ¿Serían soldados marchando o refugiados huyendo de Esperion?

Abrí los ojos poco a poco. La luz era cegadora, tanto que parecía estar mirando directamente al sol. Parpadeé varias veces, moviendo la cabeza por inercia, y me froté los ojos para disipar la sensación de deslumbramiento.

Cuando al fin pude enfocar, lo primero que vi fue el suelo de la cabaña donde me encontraba. Estaba desgastado y cubierto de polvo, pero lo que más me llamó la atención eran las marcas ennegrecidas que lo cubrían. El piso parecía carbonizado, como si un incendio reciente hubiera intentado consumirlo.

—Por fin despertaste. ¿No se siente bien esta brisa? —dijo una voz fresca, casi disfrutando del momento.

Giré la cabeza en la dirección que venía la voz intentando ver a Lucifer. Ahí estaba, tal y como esperaba, pero algo más llamó mi atención: la cabaña ya no estaba. Solo quedaban los cimientos, carbonizados como si el fuego hubiera arrasado con todo.

—¿Qué demonios pasó? —. Pregunté, incapaz de ocultar mi asombro al ver el estado del lugar. —La cabaña ya no está. Dijiste que las llamas no llegarían aquí.

—Te equivocas —respondió Lucifer, con una sonrisa que parecía contener secretos oscuros. —Dije que no nos tocarían.

—Es lo mismo. Pude haber muerto quemado. Quizás tú seas inmune a las llamas, pero yo no.

—¿Qué más da? —. Respondió Lucifer con indiferencia, encogiéndose de hombros. —Vamos, levántate. Tenemos un largo camino por delante si queremos encontrarnos con el Arcángel.

—¿Y a dónde vamos? Porque, sinceramente, no tengo muchas ganas de caminar.

Lucifer esbozó una sonrisa, como si disfrutara del inminente tormento que implicaba su respuesta.

—Vamos a Columba. Si salimos ahora, quizás podamos alcanzar la caravana que pasó hace un rato.

—¡¿Columba?! —. Protesté, dejando escapar un gruñido. —Son dos días caminando. Qué flojera. ¿No puede venir él a nosotros?

—No puede—. Respondió Lucifer con calma, aunque en su voz se percibía un tono misterioso. —Está preparando algo importante. Por eso, si no quieres caminar todo el camino, más te vale que alcancemos la caravana y paguemos para que nos lleven.

Antes de que pudiera protestar más, Lucifer señaló hacia los restos de la chimenea.

—Ah, y antes de que se me olvide. Recoge la espada y la máscara que están debajo de lo que queda de la chimenea.

Me levanté con desgana y caminé hacia las ruinas. Entre las cenizas de algunos troncos calcinados encontré una espada y una máscara. La espada tenía la hoja manchada de sangre seca, como si hubiera atravesado a alguien recientemente. La máscara era negra, parecía hecha de sombra sólida. No era fea, aunque definitivamente tenía un aire peculiar, casi inquietante.

La levanté, inspeccionándola con curiosidad, y luego miré a Lucifer con una sonrisa burlona.

—Oye, ¿y esto? —. Dije, sosteniendo la espada frente a mí. —¿A quién apuñalaste con ella?

Reí a carcajadas, pero luego levanté la máscara y añadí:

—Y esta máscara… no está mal. Tiene su estilo, pero no quiero parecer un rarito usándola.

—Vamos, te daré los detalles en el camino. Hay que apresurarnos.

Salimos en busca de la caravana. El camino era un vasto desierto, con dunas interminables que se alzaban como olas petrificadas. El calor era insoportable; el aire seco quemaba al respirar, y cada paso levantaba pequeñas nubes de polvo que se adherían a la piel sudorosa.

La caravana nos llevaba unos quince minutos de ventaja, así que corrimos tan rápido como pudimos. Cada segundo se sentía eterno bajo el implacable sol, y el peso del calor parecía querer aplastarnos.

—Haaah… Haaah… ¿Cuánto falta? —. Pregunté entre jadeos. —No estoy acostumbrado a correr.

—No llevamos ni diez minutos y ya estás agotado. Qué patético.

—Eso es mentira… Haaah… Haaah… —. Respondí, completamente sin aliento, mientras me costaba respirar. —Siento que llevamos casi una hora.

Lucifer soltó una carcajada, claramente entretenido con mi sufrimiento.

—Ja, ja, ja. Qué divertido eres. Para que no pienses en lo cansado que estás, te contaré sobre la máscara.

—Pff... Pff... —. Traté de recuperar el aliento mientras levantaba una ceja. —No creo que funcione, pero dime… Me interesa.

—La máscara tiene dos funciones—. Comenzó Lucifer, sin dejar de correr con un ritmo implacable. —La primera, y la más obvia, es ocultar tu identidad. La segunda, y más importante, es que está imbuida con mi poder. Mientras más fuerte te hagas, serás capaz de usarlo de mejor forma.

—¿Y para qué necesito ocultar mi identidad? —. Pregunté, secándome el sudor de la frente—. Supongo que, como vamos a atacar a Dios, es para que no me reconozcan, ¿no?

—Exacto. Parece que por fin entiendes algo a la primera —. Respondió Lucifer con una sonrisa burlona.

—Y lo de usar tu poder… ¿Cómo funciona exactamente?

Lucifer dejó de reír y su tono se volvió un poco más serio.

—Ayer preguntaste sobre un ritual para establecer el pacto de maestro y campeón, ¿lo recuerdas? Bueno, la máscara es el enlace. Al ponértela por primera vez, el pacto quedará establecido. Aunque... —. Hizo una pausa, volviendo la vista hacia mí con una mirada penetrante. —Todo depende de si eres capaz de soportarlo.

—¿A qué te refieres con "ser capaz de soportarlo"? No quiero andar haciendo pruebas para demostrar que soy digno de usarla —. Dije, desganado, sin el menor interés en el tema.

—No es exactamente una prueba —. Respondió Lucifer, con un tono despreocupado. —Es más bien una medida de seguridad. La máscara mirará dentro de ti, buscará tus intenciones. Si detecta que pretendes usar mi poder en mi contra… bueno, te matará.

Abrí la boca para replicar, pero Lucifer alzó una mano, pidiéndome silencio. Su expresión se volvió seria de repente. No entendía por qué, pero obedecí.

Entonces lo escuché. Ruidos. Sonidos metálicos chocando entre sí, cada vez más claros.

Nos asomamos desde una pequeña colina para vigilar. Allí estaba la caravana que buscábamos, pero estaba bajo ataque. Varios carros volcados, guardias heridos, y un grupo de atacantes rodeándolos con armas en mano.

—¿Qué hacemos? —. Susurré. —Si los salvamos, quizá nos lleven gratis… aunque ni siquiera sabemos si van a Columba.

—No es una mala idea —. Respondió Lucifer, con una sonrisa traviesa. —Además, te servirá para probar la máscara. Veamos si puedes soportarla.

Sin darme tiempo a reaccionar, Lucifer me quitó la máscara de las manos y me la colocó a la fuerza.

De inmediato, sentí algo extraño. No era dolor, pero sí profundamente incómodo. Era como si la máscara se metiera en mi mente, explorándola. Me quedé paralizado, incapaz de moverme, mientras una sensación de invasión me llenaba. Aunque solo duró unos segundos, se sintió como horas.

Cuando recuperé el control, mi respiración era pesada, y un leve mareo me nublaba la vista.

—Veo que sí lo soportaste. Felicidades, ya eres mi campeón —. Dijo Lucifer, con una sonrisa de satisfacción.

—¡Ugh! ¿Estás loco o qué? ¿Querías matarme? —. Gruñí, llevándome una mano a la cabeza. —Mis pensamientos están revueltos… Me siento como si hubiera pasado por un huracán mental.

—Te vi dudando si ponértela, así que simplemente apresuré un poco las cosas.

—Esto no lo voy a olvidar. Me las vas a pagar… —balbuceé, mientras trataba de recuperar el equilibrio.

—Ja, ja, ja. Está bien, perdón. El mareo desaparecerá cuando empieces a pelear. Vamos a ver qué tal lo haces.

—¡¿Qué?! ¿Yo solo? ¡Son como veinte! La mayoría de los guardias están heridos. ¿Pretendes que mate a todos yo?

—Te ayudaré, pero necesitaré tomar una forma humana para hacerlo.

—¿Forma humana? Te ves bastante humano para mí.

—Sí, pero sólo quienes yo permito pueden verme así. Mi forma "humana" es más… convincente. Y como soy mucho mejor negociando y hablando que tú, será más útil.

—Más bien mejor engañando, diría yo —. Murmuré, rodando los ojos. —Pero da igual. Vamos antes de que no quede nadie que nos pueda llevar.

Lucifer soltó una carcajada, y juntos comenzamos a descender la colina hacia el caos.

Los pocos guardias que quedaban empezaban a caer, superados en número y fuerza. Algunas personas salieron de los carros para defenderse, pero no eran soldados; eran refugiados, y sus movimientos eran torpes, desesperados. Sin embargo, algo era extraño. En lugar de huir, como haría cualquiera en su situación, estaban claramente protegiendo algo… o a alguien.

—Yo me encargo de los de la derecha, tú ocúpate del resto—.me dijo Lucifer con una calma desconcertante mientras se alejaba.

—¡Ni siquiera sé cómo pelear con una espada! —. Le grité, esquivando un golpe por los pelos.

—No te preocupes. La máscara te mostrará el camino. Solo encárgate de seguirlo —. Respondió, su voz resonando tanto fuera como dentro de mi cabeza.

De repente, unas líneas comenzaron a trazarse frente a mí, como destellos en el aire. No eran rutas de escape, sino trayectorias precisas para la espada. Era como si alguien me estuviera enseñando exactamente dónde cortar y cómo moverme.

Con un poco de duda, decidí seguir esas instrucciones. Moví la espada según las líneas marcadas, y para mi sorpresa, eliminé a varios de los atacantes con una facilidad que nunca habría imaginado. Todo parecía casi automático, como si no fuera yo quien controlaba el arma.

Cuando logré acercarme más a los carros, vi a los refugiados formando un muro desesperado frente a una de las puertas traseras. No podía distinguir bien a quién estaban protegiendo, pero fuera quien fuera, debía ser importante.

"Si logro eliminar a los cinco que están delante y salvo a esa persona, podríamos viajar gratis", pensé, intentando motivarme.

("Veo que lo haces bien, aunque todo es gracias a la máscara.")

—¡Sal de mi cabeza! —murmuré, frustrado, mientras esquivaba otro ataque. Los movimientos de los atacantes eran más rápidos ahora. —Eres muy molesto. ¿Cómo haces esto?

("Pensé que ya lo sabías. Es una clase de telepatía. ¿No estuvimos hablando así en mis recuerdos? Solo tienes que pensar en lo que quieres decir y te escucharé.")

Mientras discutía con Lucifer en mi mente, seguía luchando. Ya había matado a tres de los cinco enemigos frente a mí, pero los últimos dos eran diferentes. Sus posturas eran más firmes, sus ataques más calculados. Eran más fuertes, y no podía depender únicamente de las líneas de la máscara.

Me preparé, ajustando mi agarre en la espada, mientras los dos enemigos restantes se acercaban con intenciones letales.

—¡Muere, mocoso, entrometido! —. Rugió uno de los atacantes mientras levantaba su enorme hacha. Sus ojos brillaban con una furia descontrolada, y su voz resonaba como el eco de una bestia enloquecida. —¡Yo, Uhtred, acabaré contigo!

Sin perder tiempo, se abalanzó sobre mí, disfrutando cada momento de nuestra lucha como si fuera un espectáculo personal. Cada golpe que lanzaba era más fuerte y rápido que los anteriores. Su hacha cortaba el aire con tal violencia que sentía el viento rozándome cada vez que lograba esquivarlo. No cabía duda: este hombre era diferente a los demás. Era más fuerte, más despiadado.

La máscara me ayudaba, sí, pero no era suficiente. El camino que trazaba frente a mis ojos funcionaba perfectamente con los enemigos anteriores, pero ahora era inútil. Este hombre no dejaba espacio para errores; su fuerza y rapidez hacían que cada movimiento mío pareciera torpe y lento. Si no me apresuraba, no solo perdería esta pelea, sino también mi oportunidad de llegar a Columba.

—¿Por qué no dejas de estorbar? ¡Tengo cosas más importantes que hacer! —. Grité, intentando mantener la calma, aunque mi corazón martilleaba con fuerza en mi pecho. —Pareces un cerdo hambriento con esa forma de blandir el hacha.

Esperaba que mis palabras lo distrajeran, que lo llenaran de ira al punto de cometer un error. Pero si estaba provocándolo, era un arma de doble filo: si fallaba, no tendría escapatoria.

Entre cada ataque y esquivé, empecé a notar algo. Al estar constantemente a la defensiva, mis ojos se adaptaron a su ritmo. Y ahí lo vi: un espacio, una mínima abertura en su guardia. Estaba justo frente a mí, pero requeriría precisión absoluta.

Un pensamiento cruzó mi mente como un relámpago: Si fallo, estoy muerto.

Apreté los dientes y me preparé. Todo mi cuerpo gritaba de agotamiento, pero mi mente estaba enfocada en un único objetivo: sobrevivir.

Observé cada movimiento de mi oponente, estudiando su ritmo, buscando un patrón. Cuando levantaba su hacha sobre su cabeza, su pecho quedaba descubierto, pero bajaba tan rápido que atacar parecía imposible. Entonces, lo comprendí: tenía que aprovechar el instante preciso en que su fuerza se concentraba en levantar el arma.

Conté mentalmente. Tres segundos. Ese era mi margen. Un segundo para alzar el hacha, otro para concentrar su fuerza en los brazos y un último para descargar su golpe con toda su potencia. Tres segundos que decidirían si vivía o moría.

Decidido, tomé aire y esperé.

—¡Vas a morir, cerdito hambriento! —. Grité, intentando provocarlo una vez más.

Uhtred levantó su hacha, pero esta vez mantuvo los brazos arriba más tiempo del habitual. Lo que dije pareció afectarle; estaba intentando reunir aún más fuerza, buscando destrozar mi espada en un solo golpe. Esa vacilación fue su error.

Sin pensarlo dos veces, me lancé hacia adelante. En el instante en que su guardia quedó completamente abierta, clavé mi espada en su pecho con todas mis fuerzas.

—¡Agh! ¿Cómo es posible que muera a manos de un mocoso? ¡Agh! —. Jadeaba mientras la vida se le escapaba.

La hoja atravesó su pecho con un sonido seco y húmedo. Sentí resistencia al intentar sacar la espada; estaba atrapada entre carne y hueso. Tiré con fuerza, y al liberarla, un chorro de sangre brotó con violencia, salpicándolo todo a mi alrededor.

Con Uhtred derrotado, dirigí mi atención al último enemigo. Sabía que no sería fácil, y para acabar rápidamente, tomé una decisión despiadada.

Con un solo movimiento, arranqué la cabeza de Uhtred de su cuerpo, sosteniéndola como un trofeo. La sangre goteaba aún de su cuello mutilado, formando un charco a mis pies.

—¿Este es el destino que quieres? —. Grité al último oponente, mostrándole la cabeza. Mi intención era clara: infundirle miedo o rabia, lo suficiente para que se descuidara.

Él parecía no escucharme o simplemente decidía ignorarme, así que, con un movimiento rápido y decidido, le lancé la cabeza de Uhtred a los pies para captar su atención.

El impacto resonó en el suelo, y la expresión de horror en las caras de los refugiados que protegían el carro fue evidente. Todos retrocedieron, con miedo grabado en sus rostros, pero mi oponente no. Se quedó inmóvil, mirando fijamente la cabeza decapitada.

Su cuerpo comenzó a temblar, y cuando levantó la mirada hacia mí, vi en sus ojos una mezcla de rabia descontrolada y sed de venganza.

—¡Hijo de perra! ¿Cómo te atreves a matar a mi hermano? —. Gruñó con un tono que parecía desgarrar su garganta.

—¿Qué te digo? Me gusta matar cerdos hambrientos como tu hermano —. Respondí, en tono de burla.

Sus ojos se encendieron de furia. Mi provocación estaba funcionando.

—¡Deja de burlarte de mi hermano! ¡Y quítate esa máscara ridícula! Sé un hombre y da tu nombre.

Toqué la máscara, sintiendo cómo estaba adherida a mi rostro, como si formara parte de mí.

—No tengo ni idea de cómo quitármela, pero ¿sabes qué? Te diré mi nombre, total, morirás en unos minutos. Me llamo Orión, hijo de un padre ausente y una madre alcohólica, sin nada destacable en mi vida.

Su mandíbula se tensó, y su agarre en la espada se volvió más firme.

—Soy Leofric, líder de esta banda de inútiles que, al parecer, todos han muerto. Y seré quien te mate—. Dijo con una sonrisa cruel, su voz llena de desdén y seguridad.

Sus palabras sonaron como una sentencia. Corrió hacia mí, y sus golpes eran más pesados que los de su hermano. Cada vez que blandía su espada, no lograba bloquearla; mi espada retrocedía con cada impacto, y mis manos pagaban el precio.

—¿Qué pasó? No eras tan valiente, estás temblando por unos cuantos espadazos—. Se burló, disfrutando de mi sufrimiento, como si me viera más débil con cada palabra.

—Cállate y pelea, perrito. Tu hermano estaba igual de seguro de que iba a ganar, pero aun así lo maté—. Gruñí, tratando de provocarlo, pero mi voz estaba llena de frustración y dolor.

Seguía provocándolo para ver si lograba afectarle, pero era todo lo contrario; solo lo enfurecía más, y sus golpes se volvían cada vez más pesados.

—Dices eso, pero con suerte podrás seguir sosteniendo la espada. Das pena, niño. Ataca o morirás—. Su tono era frío, desafiante, como si me estuviera evaluando para ver cuánto más podía resistir.

Ya no podía defenderme más. Tenía que encontrar alguna forma de atacar. Por más que intentaba seguir el camino de la espada, no lograba hacer nada; todos mis ataques eran bloqueados o desviados.

Por un instante, vi una apertura y quise aprovecharla, pero era una trampa; él la dejó a propósito para acabar conmigo. Me atacó con su espada, intentando atravesarme, pero logré esquivarla por los pelos. Aun así, me hirió en el costado izquierdo. No fue una herida profunda, pero sí lo suficiente para hacerme perder bastante sangre y dejarme fuera de combate. Caí al piso, incapaz de ponerme de pie.

—¡Agh! ¡Mierda! Tengo que moverme… ¡Agh! —. Susurré, mi voz quebrada, llena de dolor. Mi cuerpo no respondía, y sentía que la vida se escapaba de mí.

—¿Qué pasó? ¿No decías que me matarías? Ja, ja, ja… Bastardo arrogante—. Se rio, disfrutando de mi sufrimiento, sus palabras llenas de desprecio y alegría por verme débil.

Levantó su espada para darme el golpe final. Ya no era capaz de levantar la mía, me había resignado a morir allí.

De repente, una espada atravesó a Leofric por la espalda. Era uno de los refugiados, un chico joven, no mucho más joven que yo; tendría unos quince o dieciséis años.

—¿Estás bien? —. Preguntó, su voz tímida y vacilante, como si no estuviera seguro de lo que acababa de hacer.

—Sí, solo un poco adolorido y cansado. Por cierto, gracias… Me salvaste, supongo—. Respondí, aun jadeando, con la voz débil y llena de gratitud, aunque la sorpresa me hacía sentir algo perdido.

—Al contrario, tú nos salvaste. Si no fuera por ti, estaríamos muertos —se escuchaba admiración y gratitud en su voz.

Quise responderle, pero comencé a perder la conciencia. Solo podía ver cómo los guardias y los refugiados celebraban la victoria, y cómo la puerta del carro que protegían comenzaba a abrirse. Pero yo me preguntaba, ¿dónde estaba Lucifer? No sabía nada de él desde que me habló telepáticamente.

—¡Ayúdenme! ¡Se está desmayando! ¡Hay que hacer algo! —se escuchaba preocupación y nerviosismo en su voz.

Fue lo último que escuché antes de que más personas se acercaran, y luego, me desmayé.