*El sonido de la lluvia llenaba toda la casa, trayendo una calma que parecía envolverlo todo. De repente, escuché la voz ronca de mi abuela llamándome desde la otra habitación:*
—Victoria…
El ruido de sus alpargatas arrastrándose por el suelo y el tintineo de un vaso me hizo levantarme rápido. La encontré sosteniendo una taza de leche caliente con manos temblorosas.
—Te ayudo, abuelita —le dije, tomando la taza con cuidado.
Nos sentamos juntas en la sala. La chimenea crepitaba suavemente, y el aroma a vainilla y naranja llenaba el aire, como siempre. Mi abuela usaba cáscaras de naranja y unas gotas de esencia de vainilla en pequeños tarros de vidrio que nunca tiraba. Para ella, todo se podía reutilizar.
Sabía que este verano era especial. No solo porque estaba terminando, sino porque también marcaba el final de mis vacaciones con mi abuela. Aunque en ese momento no lo sabía, sería la última vez que la vería con vida.
Ella se acomodó en su vieja mecedora y me pidió que le pusiera más leña a la chimenea. Obedecí, y el fuego empezó a bailar con más fuerza. En su regazo, tenía una colcha de flores que había tejido y, en sus manos, sostenía un ovillo de lana violeta y unas agujas de tejer. Me senté en el suelo, con las piernas cruzadas, y dejé mi taza de leche y el plato con galletas a un lado. Me preparé para escuchar una de sus historias.
El rechinar de la mecedora, la lluvia y el calor de la chimenea parecían crear un ambiente mágico. Mi abuela comenzó con su voz suave:
—Hace mucho tiempo, mi abuela me contó una historia. Decía que Dios escuchó las plegarias de una mujer y un hombre que pedían encontrar el amor. Los dos estaban muy lejos uno del otro, y el cielo estaba nublado esa noche. Pero, de repente, las nubes se abrieron y apareció la luna llena. Y justo en ese momento… Hizo una pausa dramática. Yo, impaciente, no pude evitar preguntar:
—¿Qué pasó, abuela?
Ella soltó una carcajada antes de decir: —Un pájaro le hizo caca en la cabeza a mi abuela.
—¿Qué? —exclamé, confundida y algo molesta. —¡Abuela, arruinaste la historia!
Pero ella no podía parar de reírse, hasta el punto de casi atorarse con una galleta. Me levanté rápido para darle unas palmadas en la espalda, y cuando se calmó, tomó mi mano con sus dedos cálidos y arrugados.
—Siéntate, mi niña —me dijo con una sonrisa, pero esta vez su tono era más serio. —Te lo cuento porque, aunque suene loco, es verdad. A veces las historias más bonitas tienen inicios inesperados.
Me senté de nuevo, curiosa, mientras ella continuaba. Me contó cómo el ave se quedó con su abuela después de ese incidente, hasta que conoció a un hombre alto y extranjero en el puerto, el mismo que le trajo unas telas que había encargado. Curiosamente, aquel hombre también tenía un ave en su hombro. Las dos aves volaron juntas hacia el cielo, y fue como si algo invisible conectara a mi bisabuela con aquel hombre. Tiempo después, ese hombre cumplió su promesa de volver, y juntos construyeron una vida. Cuando terminó, todavía no podía procesar del todo la historia.
—Abuela, ¿qué tiene que ver la caca de un pájaro con que los abuelos se enamoraran? —pregunté, con la cara llena de confusión.
Ella sonrió con ternura y, sin decir nada, metió la mano dentro de su camisa. De allí sacó un largo collar de plata, y al final colgaba un anillo de jade verde con flores de cerezo en plata.
—Victoria —dijo, mirándome con seriedad—, este anillo ha pasado de mujer a mujer en nuestra familia. Ahora es tuyo.
Me quedé muda. —¿Mío? Pero, abuela… mis primas son mayores. ¿Por qué no se lo das a una de ellas?
Ella acarició mi cabello y me respondió: —Porque ellas no tienen el corazón que tienes tú. Nunca quisieron escuchar mis historias, pero tú siempre has estado aquí conmigo, incluso ahora que has crecido. Tomé el anillo entre mis manos, sintiendo que cargaba algo más que una joya. Mi abuela me miró con una mezcla de orgullo y tristeza.
—Solo úsalo cuando sientas que la vida es muy injusta, cuando el amor te duela tanto que pienses que no vale la pena. Úsalo y recuerda esta historia. No hará magia, pero te dará fuerzas para seguir creyendo en el amor.
Le pregunté si ella o su madre alguna vez lo habían usado. Me sonrió y me dijo que no, que tuvieron la fortuna de elegir bien desde el principio. Me miró con ternura y agregó:
—Espero que tú también tengas esa suerte. Pero si no, aquí estará para recordarte que amar es la magia más grande que tenemos.
Esa fue la última historia que me contó mi abuela. La última vez que escuché su risa, que sentí su mano cálida en la mía.