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Chapter 3 - Renacer entre canciones y sueños"

Vi demasiados K-dramas durante mi embarazo. Quizá fue un escape, pero también una forma de aprender, de conectar y de no perder la práctica del poco coreano que había aprendido. Me refugié en ellos como quien se aferra a una tabla de salvación en medio de una tormenta. Tenía varios blogs donde hablaba con otras fanáticas; en las redes, era conocida como Vikyonni. Administrar ese espacio me daba aire, un respiro en medio de mi vida triste y llena de incertidumbre.

Los K-dramas me dieron una calma que no encontraba en ningún otro lado. Eran la única forma en la que seguía creyendo en el amor, aunque, para ser honesta, sabía que mi realidad era otra. Ser mamá soltera no iba a ser sencillo, y el romance, al menos para mí, solo existía en las pantallas. Fue entonces cuando me obsesioné con las series de Park Yoo y me convertí en su fanática. Él era mi escape, mi idea de un amor seguro e inalcanzable.

El último día antes de tener a mi bebé, decidí dar un paseo por la playa. El cielo estaba despejado, de un azul tan profundo que parecía un reflejo del mar. Caminé despacio, con mis manos sobre mi vientre, sintiendo cada movimiento de mi bebé. Levanté la mirada al cielo y suspiré.

—¿Será que algún día encontraremos a alguien que nos ame, bebé? —dije en voz baja, mientras las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Me reí de mí misma. —¡Dios mío! ¿Por qué estoy pensando en estas cosas ahora? ¡Qué ridícula soy! Seguro que el único hombre que me haría feliz sería Park Yoo.

Me limpié las lágrimas, riendo ante la tontería que acababa de decir. Caminé de regreso a casa, dejando que el sol y el aire del mar calmaran mi mente. Fue entonces cuando una gaviota blanca pasó sobre mí y, para mi horror, me dejó una "sorpresa" en la cabeza.

—¡Maldita sea! —grité, sintiendo el asco recorrer mi cuerpo.

Cuando llegué a casa, mi tía estaba allí y no pudo contener la risa al verme.

—Creo que tendrás buena suerte, Victoria —dijo mientras me ayudaba a limpiarme.

—Buena suerte, ¡ja! —respondí, todavía enojada.

Mi tía soltó otra carcajada. —Ahora que lo pienso, ¿no fue algo así lo que le pasó a tu abuela cuando conoció al abuelo? Quizá la historia se repita.

Me quedé pensativa, recordando aquella historia que mi abuela me contó. Inspirada, le pedí a mi tía que me acompañara al puerto, el mismo lugar donde mi bisabuela conoció a mi bisabuelo. Necesitaba ver ese lugar, no porque creyera que el excremento de un ave me traería amor, sino porque quería caminar los pasos que mi abuela había caminado.

El puerto estaba tranquilo. Vi cómo un gran barco llegaba lentamente, trayendo mercancías. Era diferente a lo que mi abuela había descrito, pero podía imaginarla ahí, esperando con ansias a un hombre que le cambiaría la vida. Lloré. Por primera vez en mucho tiempo, no lloraba por Daniel, sino por la fuerza de las mujeres en mi familia y por el legado que ellas me habían dejado.

Mi tía no dijo nada en todo el camino. Mi bebé tampoco se movió, como si ambos entendieran que necesitaba este momento para mí. Al regresar a casa, mi mamá estaba allí, esperándome. Había llevado algunas cosas para el bebé y para mí. Entre sus pertenencias, vi el anillo de jade de mi abuela. Lo tomé en mis manos, recordando sus palabras: "Úsalo cuando sientas que la vida es injusta. No pasará nada mágico, pero te dará fuerzas para creer en el amor."

Me senté en el borde de mi cama, acaricié el anillo y oré:

—Dios, por favor ayúdame. No me imaginé ser mamá soltera, pero aquí estoy. Dame fuerza y paciencia para seguir adelante. Si amar de nuevo no es para mí, que así sea, pero devuélveme la alegría y las ganas de vivir.

 

Un día de junio, con el cielo azul y el sonido del mar como testigo, nació mi hija. La llamé Ye Jin, en honor a una de mis actrices favoritas. Su llegada marcó un antes y un después en mi vida. A los pocos meses, su sonrisa se convirtió en mi fuerza, y sus ojos en mi esperanza.

Después de casi dos años en Santa Marta, supe que debía volver a Bogotá. Mi tía me ofreció quedarme con ella, pero entendí que mi vida debía continuar. Regresé a la casa de mis padres con mi pequeña Ye Jin y comencé de nuevo. Conseguí trabajo en la biblioteca de la Universidad de la Rosa, lo que me permitió seguir estudiando literatura y soñar con mi carrera como libretista.

 

La llegada de las redes sociales fue un renacimiento para mí. Administrar mi blog y ser parte de comunidades de fans me permitió conectar con personas que compartían mis intereses. Fue entonces cuando descubrí a BulletProof (BP), un grupo que transformó mi vida. Sus letras me hablaban como si supieran exactamente lo que había pasado. Su música me levantaba en mis días más oscuros.

Al principio, me daba miedo que la gente me juzgara. En Colombia, el K-pop era visto como algo inmaduro, algo para adolescentes. Pero una vez que me permití ser parte del fandom, encontré una comunidad de mujeres como yo: fuertes, resilientes y unidas por un amor común. Nos llamábamos las Bells Fire, y éramos treinta mujeres que se convirtieron en mi nueva familia.

El 10 de septiembre, nuestra primera reunión oficial cambió mi vida para siempre. Llegué con nervios, insegura de lo que encontraría. Pero al entrar y ver a tantas mujeres, de todas las edades, supe que estaba en el lugar correcto. Cantamos, bailamos y compartimos nuestras historias. En ese lugar, el juicio y la vergüenza no existían. Todas éramos iguales, unidas por nuestra pasión.

Conocí a Leidy, quien se convirtió en una de mis mejores amigas. Ese día, mientras cantábamos y reíamos, entendí que no estaba sola. Por primera vez desde mi divorcio, me sentí realmente feliz. BulletProof y los K-dramas no solo me devolvieron la fe en el amor, sino que también me regalaron algo más valioso: una comunidad, un hogar, y amigas que estarían conmigo para siempre.

Esa experiencia me cambió. Me di cuenta de que, aunque mis amores eran inalcanzables, me habían dado algo invaluable: la fuerza para seguir adelante, la certeza de que el amor, aunque imperfecto, siempre encuentra una manera de renacer.

Al regresar a Bogotá, retomé mi rutina con un nuevo ánimo. Seguí escribiendo, cuidando de Ye Jin y disfrutando de cada pequeño momento que la vida me ofrecía. Las Bells Fire seguían siendo mi apoyo, y juntas planeábamos nuevos encuentros y proyectos.

Gracias a ellas, y a los chicos de BP y Park Yoo, entendí que los sueños, por más lejanos que parezcan, tienen el poder de transformarnos. No importaba si ellos no sabían de mi existencia. Lo que importaba era cómo me habían ayudado a encontrar mi propia luz