Los días transcurrían lentos en Forest Hills, Queens. Para Wanda, cada amanecer era una repetición monótona del anterior. El apartamento donde vivía con sus padres y Pietro estaba tranquilo, pero ella sentía que le faltaba algo. Desde que Sholan se había ido, la casa se había vuelto más grande, más vacía, más silenciosa.
Wanda pasó la mañana sentada junto a la ventana, observando cómo las hojas de los árboles bailaban con el viento. Tenía en sus manos un libro viejo que Olaf había traído de la biblioteca local. Era sobre cuentos infantiles, pero lo que realmente le interesaba eran las ilustraciones. Había algo mágico en las imágenes, como si intentaran contarle secretos que solo ella podía comprender.
Cuando Pietro entró corriendo por la sala, interrumpiendo su ensueño, Wanda suspiró. Su hermano tenía la energía de un vendaval y siempre estaba buscando algo que hacer. A diferencia de ella, él parecía disfrutar de esta nueva vida, lleno de aventuras que encontraba en las calles y parques cercanos.
—¿Por qué no sales a jugar? —le preguntó Pietro, lanzándole una pelota que había encontrado en la calle.
Wanda la atrapó con torpeza, mirándola con indiferencia.
—No me siento como para correr detrás de una pelota.
Pietro rodó los ojos, pero no insistió. Sabía que desde que Sholan se había marchado, su hermana estaba más reservada.
Más tarde, mientras sus padres preparaban la comida, Wanda decidió explorar un poco su entorno. Había algo dentro de ella, un impulso, una sensación de que debía intentar algo nuevo. Se encerró en su habitación y cerró los ojos, tratando de concentrarse. Desde hacía días, sentía una extraña energía en sus manos, un calor que no podía explicar.
Extendió las palmas y, con un pequeño esfuerzo, notó cómo una chispa de luz rojiza parpadeaba en sus dedos. La energía vibraba, como si respondiera a sus pensamientos, aunque todavía no podía controlarla del todo.
"¿Qué eres?" pensó, observando con fascinación el brillo tenue.
Esa tarde pasó practicando en secreto, creando pequeñas esferas de energía que flotaban un instante antes de desvanecerse. Era agotador, pero también emocionante. Por primera vez en días, sintió que había algo especial en ella, algo que no podía ignorar.
Cuando cayó la noche, Wanda se sentó en el borde de su cama, mirando el techo. Una punzada de soledad la atravesó. Cerró los ojos, recordando las palabras de Sholan antes de partir. Había prometido regresar, pero ¿cuándo? ¿Cómo?
De repente, un dolor agudo cruzó por su pecho, como si una ola de energía desconocida la hubiera golpeado. Wanda jadeó, llevándose las manos al corazón. No era un dolor físico, sino algo más profundo, más visceral. Por un instante, sintió que estaba conectada a algo, o a alguien, muy lejos de allí.
"Sholan", susurró.
La visión la golpeó como un relámpago: un destello de luz, un grito ahogado, y una figura que parecía estar en medio de un cambio desgarrador. Wanda sintió su dolor, su lucha, y algo en ella quiso alcanzarlo, calmarlo, decirle que no estaba solo.
Cuando el dolor desapareció, Wanda cayó de rodillas, con las manos temblorosas. No entendía lo que acababa de pasar, pero sabía que no era un simple sueño. Era real, tan real como el calor que aún sentía en su pecho.
En ese momento, una voz suave resonó en su mente, una voz que no reconocía, pero que le habló con claridad.
"Eres especial, Wanda. Más de lo que crees. Lo que sientes es el vínculo de tu alma con otra. Nunca estarás sola."
Wanda abrió los ojos, sorprendida. Las palabras habían traído consigo una nueva sensación, una certeza. Al mirar sus manos, notó un pequeño destello de luz roja que no había visto antes. Era cálido, reconfortante, como si una parte de ella hubiera despertado.
Esa noche, mientras la luna iluminaba su habitación, Wanda sintió que algo había cambiado. No estaba segura de lo que significaba, pero una cosa era clara: Sholan seguía ahí, de alguna manera, conectado con ella. Y, aunque no lo entendiera del todo, sabía que juntos enfrentarían lo que el futuro les tenía preparado.