Download Chereads APP
Chereads App StoreGoogle Play
Chereads

Breaking the Chains of the Gods

divine_challenger
--
chs / week
--
NOT RATINGS
471
Views
Synopsis
En un mundo destruido por la mano de los dioses, donde los humanos son meras piezas de ajedrez en un juego cósmico, Kael es un hombre que desafía su destino. Tras ser retornado al pasado, su memoria intacta de los horrores futuros, Kael descubre el "Sistema de la Rebelión", una fuerza que lo conecta con el poder de aquellos que se han rebelado contra los dioses. Con una marca ardiente en su muñeca y cicatrices de batallas perdidas, su lucha por la supervivencia lo llevará a enfrentarse a monstruos, aliados inesperados, y, finalmente, a los mismos dioses que han despojado a la humanidad de su libertad. ¿Podrá Kael cambiar el curso del futuro y romper las cadenas que atan a su mundo? La rebelión comienza, y el juego de los dioses está a punto de cambiar para siempre.
VIEW MORE

Chapter 1 - Capítulo 1: Ecos del Pasado, Cadenas del Presente

El sonido de pasos apresurados resonaba en los callejones de piedra desgastada. La ciudad de Arthelion, un testamento de la arquitectura humana antes de la llegada de los dioses, se alzaba como un laberinto de ruinas y torres fracturadas. Las paredes, cubiertas de musgo y escombros, susurraban historias de un pasado glorioso, ahora reducido a polvo bajo el peso de las divinidades.

Kael avanzaba con cautela, su respiración entrecortada mientras se detenía a escuchar. Sus ojos gris acero recorrían cada sombra, buscando amenazas. La marca en su muñeca izquierda brillaba tenuemente, la forma de cadenas rotas pulsando con una energía inquietante. Era un recordatorio constante de su pacto con el "Sistema de la Rebelión" y de la carga que llevaba consigo.

Un rugido gutural irrumpió el silencio. Kael giró sobre sus talones, desenvainando un cuchillo corto de acero negro. Desde la penumbra, emergió un monstruo con forma humanoide, su piel grisácea cubierta de grietas que exudaban un líquido oscuro. Los dioses habían creado a estas bestias para sembrar terror, recordando a los humanos su lugar en el esquema divino.

—¡Adelante, entonces! —gritó Kael, una sonrisa tensa cruzando su rostro mientras adoptaba una postura defensiva.

El monstruo cargó hacia él, pero Kael ya se movía. Sus pasos eran precisos, guiados no solo por sus habilidades sino también por las indicaciones del Sistema. Cada movimiento, cada esquive y ataque, estaba calculado al límite. El cuchillo se hundió en el cuello de la criatura, y esta se desplomó con un gemido.

Mientras el cuerpo se desintegraba en cenizas, Kael se permitió un momento para recuperar el aliento. Sabía que no había tiempo para relajarse; Arthelion estaba infestada de estas abominaciones, y los dioses vigilaban desde las alturas. Una risa resonó en su mente, burlesca y penetrante.

—¿Crees que puedes desafiarme, humano? —la voz de Litharion, el Dios de la Destrucción, llenó su cabeza.

Kael apretó los dientes. —Ya no soy una pieza en tu juego, Litharion. Tus días de manipularnos están contados.

Un destello de energía recorrió la marca en su muñeca, y la voz se disipó. El Sistema había actuado, protegiéndolo de la influencia directa de los dioses. Kael bajó la vista a su marca, preguntándose cómo algo tan poderoso podía ser también tan ambiguo. Aunque le daba herramientas para luchar, también le susurraba secretos que a veces temía entender.

El mundo bajo el yugo divino

El paisaje de Arthelion no era más que un fragmento del vasto mundo gobernado por los dioses. Cada región estaba bajo el dominio de una deidad diferente, y las ciudades humanas sobrevivían solo porque eran útiles en los planes divinos. Había ciudades dedicadas a la guerra, otras al culto y algunas destinadas a ser simples arenas de entretenimiento donde los humanos luchaban por la diversión de los dioses.

El cielo estaba siempre cubierto por una cúpula de energía brillante, una barrera que los dioses habían colocado para evitar que los humanos escaparan. Dentro de esa prisión, los mortales intentaban reconstruir sus vidas, pero cada día era una lucha contra monstruos, hambre y la desesperanza.

Los dioses se comunicaban con sus "elegidos", aquellos humanos a quienes otorgaban poderes en un acto de burla cruel. Estos elegidos eran campeones destinados a luchar contra los monstruos o entre sí, todo para el entretenimiento de las divinidades. Kael había sido uno de ellos antes de recordar la verdad.

 

El despertar de Kael

En su vida pasada, Kael había sido un campeón venerado. Había luchado, sangrado y matado bajo las órdenes de los dioses, creyendo en sus promesas de salvación. Pero cuando cayó en la batalla final, su alma no encontró descanso. En su lugar, fue devuelta al momento en que todo comenzó, con recuerdos intactos y un propósito renovado.

El Sistema de la Rebelión se había manifestado ante él en ese instante. Una voz sin rostro, carente de emociones, le había ofrecido un camino alternativo: "Rebélate. Destruye a los dioses o perece intentando." Kael había aceptado, no por valentía, sino por desesperación. Ahora era un retornado, una anomalía en el tablero divino.

Encuentros y secretos

Mientras Kael avanzaba por las calles desiertas, una figura encapuchada emergió de las sombras. Era un joven con ojos inquietos y un aire de urgencia.

—¿Eres Kael? —preguntó en voz baja.

Kael frunció el ceño. —¿Quién pregunta?

El joven bajó la capucha, revelando un rostro marcado por cicatrices. —Soy Alen. Estoy aquí porque escuché rumores sobre alguien que desafía a los dioses. Necesitamos tu ayuda.

Kael lo observó con desconfianza. La mayoría de los humanos habían aceptado su lugar como peones o se habían rendido por completo. Era raro encontrar a alguien dispuesto a resistir.

—Habla rápido —dijo Kael, ajustando su agarre en el cuchillo.

Alen asintió. —Hay un templo en las afueras. Los dioses lo usan como base para crear nuevos monstruos. Si logramos destruirlo, podríamos ralentizar su producción y ganar algo de tiempo.

Kael entrecerró los ojos. Atacar un templo era un acto suicida, pero también era una declaración de guerra.

—Muéstrame el camino —dijo finalmente.

Las cadenas invisibles

A medida que avanzaban hacia las afueras de la ciudad, Kael no podía evitar reflexionar sobre la naturaleza de su lucha. Los dioses no solo eran poderosos; también eran astutos. Habían convertido la fe y la desesperación humana en armas para mantener su dominio.

La marca en su muñeca palpitó nuevamente, como si el Sistema compartiera sus pensamientos. Era una ironía cruel: para liberarse de los dioses, Kael había hecho un pacto con una entidad que no comprendía por completo. Pero no había vuelta atrás.

Finalmente, llegaron a una colina desde donde se podía ver el templo. Una estructura imponente de obsidiana, rodeada por un foso de lava y custodiada por criaturas que desafiaban toda lógica. Kael respiró hondo, preparándose para lo que venía.

—Esto es solo el principio —murmuró para sí mismo, ajustando su capa.

Enemigo inesperado

Kael y Alen apenas tuvieron tiempo de procesar lo que veían cuando la figura avanzó hacia ellos. Era una mujer de cabello rojo intenso que caía en cascadas sobre su armadura negra brillante, adornada con inscripciones doradas que destellaban con una energía ominosa. En su mano llevaba una lanza cuya punta irradiaba un calor abrasador. La reconocía al instante.

—Érika… —susurró Kael, con una mezcla de incredulidad y amargura.

Ella sonrió frío, pero había una chispa de dolor en sus ojos.

—Kael. Nunca imaginé verte de nuevo… y menos de este lado.

Alen miró a Kael con confusión. —¿La conoces?

Kael apretó los dientes. —Era mi aliada en otra vida. Ahora, parece que es una campeona de los dioses.

Érika dio un paso adelante, clavando la lanza en el suelo.

—No tienes idea de lo que hice para sobrevivir, Kael. Si desafiar a los dioses es tu decisión, entonces será mi deber detenerte.

Kael sintió un nudo en el estómago. Sabía que no podía convencerla de unirse a él, pero tampoco quería matarla. Cada paso que daba en esta rebelón le quitaba más de lo que estaba dispuesto a perder.

La tensión se rompió cuando Érika cargó contra ellos, la lanza dejando un rastro de fuego en su estela. Kael reaccionó rápido, empujando a Alen fuera del camino y alzando su cuchillo para bloquear el golpe. La fuerza del impacto lo hizo retroceder, y el calor de la lanza quemó su ropa.

—¡Corre! —le gritó a Alen, quien dudó por un momento antes de obedecer.

Kael se preparó para enfrentar a Érika, su mente trabajando rápido para buscar una forma de neutralizarla sin matarla. Pero ella no le dio respiro, atacando con una serie de golpes rápidos y precisos. Cada movimiento suyo era calculado, guiado por una determinación que Kael conocía bien.

—¡Basta, Érika! No tienes que servirles. ¡Todavía puedes luchar conmigo! —gritó, intentando razonar con ella entre los intercambios de ataques.

—Es fácil decirlo cuando no tienes cadenas al cuello, Kael —respondía ella con frialdad, aunque su voz tembló levemente al final.

La lucha se extendió, un duelo en el que Kael intentaba ganar tiempo más que vencer. Pero entonces, la marca en su muñeca brilló intensamente, y una voz mecánica resonó en su mente:

Oportunidad identificada. Utilizar "Subyugación" para neutralizar objetivo sin letalidad.

Kael dudó. Subyugación era una habilidad del Sistema que obligaba a alguien a obedecer temporalmente, pero usarla en Érika significaba someterla como los dioses hacían con los campeones. Era una ironía cruel.

—Lo siento, Érika… —susurró, activando la habilidad.

Una luz envolvió a Érika, y sus movimientos se detuvieron. Cayó de rodillas, jadeando mientras la lanza caía al suelo. Kael se acercó, sintiendo una mezcla de alivio y culpa.

—Cuando esto termine, te liberaré. Lo prometo.

Ella lo miró con una mezcla de rabia y tristeza, incapaz de responder mientras la habilidad seguía activa. Kael cerró los ojos por un momento antes de ayudarla a ponerse de pie.

—Ven. Tenemos un templo que destruir.

Asalto al Templo

La figura avanzó hacia ellos con una gracia casi sobrenatural. Kael, a pesar de la opresión que sentía en su pecho, no pudo evitar reconocerla al instante. Era Érika, su antigua aliada, aunque ahora la veía con una mirada que destilaba la frialdad de un campeón de los dioses.

Ella estaba allí, firme y desafiante, su armadura negra como la obsidiana brillando con un fulgor peligroso, y su lanza, la misma que había utilizado en batallas pasadas, iluminaba la oscuridad con una llama ardiente que parecía consumir todo a su paso.

Kael sintió un nudo en el estómago, un dolor profundo que se formaba a medida que la veía acercarse. La misma mujer que había sido su compañera de lucha en tiempos de esperanza ahora era su enemiga. En sus ojos, brillaba una chispa de dolor, pero también una inquebrantable determinación.

—Érika… —susurró Kael, su voz quebrada por la incredulidad y el pesar. No podía creer que estuviera aquí, ahora, frente a él, tan cambiada.

Érika sonrió, pero era una sonrisa fría, vacía. Sus ojos, sin embargo, mostraban una profunda tristeza, como si todavía guardara algún vestigio del ser humano que había sido. Se detuvo justo en frente de Kael, su mirada fija en la de él.

—Kael. Nunca imaginé verte de nuevo… y menos de este lado. —Su voz era baja, pero cargada de una emoción contenida que no lograba ocultar.

Alen, el joven compañero de Kael, miró a ambos con confusión, sin entender la tensión que se había instalado entre ellos.

—¿La conoces? —preguntó, mirando a Kael con una mezcla de curiosidad y cautela.

Kael apretó los dientes, con la frustración creciendo dentro de él. No quería que Alen se involucrara en lo que fuera que estuviera ocurriendo entre él y Érika, pero no podía evitar sentir la necesidad de explicar.

—Era mi aliada en otra vida. Ahora, parece que es una campeona de los dioses.

Érika, al escuchar las palabras de Kael, hizo un gesto sutil con la mano, como si quisiera apartar cualquier duda de su lado. Luego, clavó la lanza en el suelo con un golpe seco, creando una onda de calor que reverberó por todo el aire a su alrededor.

—No tienes idea de lo que hice para sobrevivir, Kael. Si desafiar a los dioses es tu decisión, entonces será mi deber detenerte. —Su voz había cambiado, ahora resonaba con una firmeza inquebrantable, una promesa de que no habría negociación.

Kael sintió el peso de sus palabras como una losa sobre su corazón. No podía evitar preguntarse si ella había sido alguna vez libre, si alguna vez había tenido la opción de elegir su propio destino. Pero ahora no había tiempo para reflexionar sobre el pasado. Sabía que Érika estaba lista para enfrentarlo, y él no tenía más opción que luchar.

El aire se volvió denso, como si todo el templo hubiera comenzado a cerrarse sobre ellos. Alen, que aún no comprendía la magnitud de lo que estaba ocurriendo, miró a Kael con preocupación.

—¿No tienes que luchar contra ella? —preguntó, su voz quebrada por la ansiedad.

Kael no respondió de inmediato, pero la tensión en sus músculos crecía. Sabía lo que venía, y no estaba seguro de cómo podría manejarlo. Cada batalla que había librado hasta ahora había sido contra los dioses y sus monstruos. Ahora, enfrentarse a alguien que había sido su igual, que había compartido su lucha, lo desbordaba.

—¡Corre! —le gritó a Alen, empujándolo hacia atrás en un impulso rápido. Alen no dudó, corrió hacia las sombras del templo, aunque su rostro reflejaba la incertidumbre de no saber qué hacer.

Kael se preparó para el enfrentamiento, su cuchillo en mano, el filo reluciendo a la luz de la lanza de Érika. En su interior, una sensación oscura le decía que no podría salir de este enfrentamiento sin herirla, y eso lo atormentaba. Pero no podía permitir que su lealtad a los dioses se interpusiera en su misión. No podía dejar que Érika lo detuviera.

Érika, sin embargo, no esperó. En un solo movimiento, cargó hacia Kael, su lanza avanzando como una flecha ardiente, dejando un rastro de fuego en su estela. Kael apenas tuvo tiempo de reaccionar. Con un rápido movimiento, empujó a Alen fuera del camino, obligándolo a caer sobre el suelo en un ángulo forzado. Mientras tanto, alzó su cuchillo para bloquear el golpe de la lanza.

El impacto fue brutal. La lanza golpeó el cuchillo con tal fuerza que Kael fue empujado hacia atrás, sus pies patinando sobre el suelo cubierto de escombros. El calor de la lanza quemó su ropa, dejando una marca en su piel que ardió intensamente. El sudor brotó de su frente mientras luchaba por recuperar el control de su postura.

—¡Corre! —gritó Kael una vez más, sus palabras endurecidas por la urgencia. Esta vez, Alen no dudó. Corrió hacia las sombras, perdiéndose entre las ruinas del templo.

Kael volvió a enfrentar a Érika, esta vez con una furia renovada. Sabía que la única forma de sobrevivir era neutralizarla, pero no podía permitir que su venganza lo cegara. No podía seguir el mismo camino que los dioses.

Érika cargó de nuevo, esta vez con una serie de golpes rápidos y precisos, cada uno de ellos tan calculado como el anterior. La lanza danzaba con una velocidad letal, y Kael apenas podía esquivar. Sus movimientos se volvieron una danza de supervivencia, un juego de gato y ratón, donde la muerte siempre parecía estar a un paso.

—¡Basta, Érika! —gritó Kael entre los intercambios de ataques, intentando que la razón llegara a ella. —¡No tienes que servirles! ¡Todavía puedes luchar conmigo!

La respuesta de Érika fue fría, cortante, como si estuviera apuñalando su esperanza con cada palabra.

—Es fácil decirlo cuando no tienes cadenas al cuello, Kael. —Su voz tembló ligeramente al final, pero su determinación no vaciló.

El dolor en la voz de Érika era palpable, y Kael lo sentía en su pecho. Cada golpe que ella lanzaba era como un recordatorio de lo que había perdido, de lo que se había convertido en su vida. Cada ataque era un grito silencioso de alguien que ya no podía ver más allá de su lealtad a los dioses.

El combate continuó, cada segundo una batalla de voluntad y poder, hasta que algo dentro de Kael se activó.

La marca en su muñeca brilló intensamente, su energía fluyendo por su cuerpo. De repente, una voz mecánica resonó en su mente.

Oportunidad identificada. Utilizar "Subyugación" para neutralizar objetivo sin letalidad.

Kael vaciló, el poder del "Sistema de la Rebelión" estaba en sus manos. "Subyugación" era una habilidad que le permitiría forzar la voluntad de Érika a someterse, como los dioses lo hacían con sus campeones. Pero usarla significaba despojarla de su libertad, de su humanidad.

Lo siento, Érika… susurró en su mente, activando la habilidad.

Una luz envolvió a Érika, y sus movimientos se detuvieron instantáneamente. La lanza cayó al suelo, su cuerpo tembló antes de caer de rodillas, jadeando mientras la fuerza de la habilidad la mantenía inmóvil.

Kael se acercó lentamente, su respiración pesada, su mente dividida entre el alivio de haberla neutralizado y la culpa que lo envolvía.

—Cuando esto termine, te liberaré. Lo prometo.

Érika levantó la vista, su mirada llena de rabia, tristeza, pero también un destello de resignación. No pudo hablar, su voluntad ahora estaba detenida por el poder de la Subyugación. Kael cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso de la decisión.

—Ven. Tenemos un templo que destruir. —Dijo, ayudándola a levantarse.

Juntos, avanzaron hacia el interior del templo, sin saber qué les esperaba, pero con una determinación inquebrantable de cumplir su misión.

Kael y Érika caminaron hacia el interior del templo, el eco de sus pasos resonando en la vasta estructura. Las columnas gigantescas, adornadas con inscripciones que glorificaban a los dioses, parecían vigilar sus movimientos. La luz del exterior apenas lograba penetrar, dejando el lugar envuelto en una penumbra que sólo se veía interrumpida por las antorchas encendidas en las paredes.

Érika, a pesar de estar bajo el efecto de "Subyugación", mantenía la mirada fija al frente. Su expresión endurecida mostraba que, aunque su cuerpo no podía desobedecer, su mente seguía luchando. Kael lo sabía. Cada vez que miraba de reojo su perfil, la culpa se clavaba un poco más profundo en él.

—No me mires así —murmuró Kael, casi para sí mismo—. No voy a justificar lo que hice… pero era la única forma.

Érika no respondió, pero su silencio hablaba más que cualquier palabra. Kael apretó los puños, obligándose a concentrarse en su misión. Cada segundo que pasaba era un recordatorio de lo que estaba en juego.

Alen apareció desde las sombras, corriendo para reunirse con ellos. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos brillaban con determinación.

—¿Está… bien? —preguntó, mirando a Érika con cautela.

Kael asintió con un gruñido, pero no ofreció más explicaciones. No había tiempo para ello.

—El altar principal está adelante —dijo Alen, señalando un pasillo angosto que parecía llevar a una sala más grande—. Hay guardianes. Los vi mientras corría. Parecen… diferentes.

Kael frunció el ceño. "Diferentes" nunca era una buena señal cuando se trataba de los dioses. Avanzaron en silencio, con Kael al frente, Alen justo detrás y Érika siguiéndolos como una sombra.

El pasillo se abrió a una sala enorme, donde un altar dorado resplandecía bajo un haz de luz celestial. A su alrededor, estatuas de los dioses se alzaban, imponentes y aterradoras, con sus ojos vacíos observando desde las alturas. Pero lo que llamó la atención de Kael no fueron las estatuas, sino las figuras que custodiaban el altar.

Cuatro seres se alineaban frente a ellos. Sus cuerpos parecían humanos, pero sus ojos brillaban con un resplandor divino, y sus movimientos eran fluidos, casi como si no estuvieran atados por las leyes del mundo físico. Portaban armas imbuidas con energías que Kael reconoció al instante: la marca de los dioses.

—Campeones... —susurró, apretando los dientes. Sabía que enfrentarlos no sería fácil, y menos con Érika en su estado actual.

Uno de los campeones dio un paso adelante. Era un hombre alto, con una armadura reluciente que parecía hecha de luz líquida. En su mano sostenía una espada que irradiaba una energía tan intensa que hacía vibrar el aire a su alrededor.

—Kael, el renegado —dijo el hombre, su voz reverberando en toda la sala—. Los dioses sabían que vendrías. Sabían que intentarías destruir este templo. Pero tu rebelión termina aquí.

Kael dio un paso al frente, plantándose con firmeza.

—Los dioses no saben nada —respondió, con una dureza en su voz que hizo eco en la sala—. Sólo ven su juego, sus apuestas. Nosotros somos más que sus peones.

El campeón rió, un sonido que resonó como un trueno en la sala.

—Hablas como un hombre libre, pero llevas un sistema en tu muñeca. ¿No ves la ironía? No eres diferente de nosotros.

Kael sintió la marca en su muñeca arder, como si respondiera al desafío. Pero no permitió que las palabras del campeón lo desviaran. Sacó su cuchillo, su única arma, y lo sostuvo con fuerza.

—Libre o no, al menos tengo una elección. ¿Puedes decir lo mismo? —replicó, antes de girar hacia Alen y Érika—. Manténganse detrás de mí. Esto no será fácil.

El campeón alzó su espada, y los otros tres se movieron para rodear a Kael y sus compañeros. La tensión en la sala era palpable, cada segundo alargándose como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse para observar el enfrentamiento.

Y entonces, el primer golpe cayó.

La espada del campeón descendió con una velocidad y fuerza sobrehumanas, y Kael apenas logró esquivarla. El impacto contra el suelo hizo que los escombros volaran por todas partes. Kael retrocedió, evaluando rápidamente la situación. Necesitaba una estrategia, y la necesitaba ya.

Alen, desde su posición, intentó lanzar una piedra a uno de los campeones, pero el proyectil se desintegró en el aire antes de alcanzarlo.

—¡No te acerques! —gritó Kael, bloqueando un segundo ataque, esta vez de una mujer con un martillo pesado que parecía pulsar con energía divina.

Érika, aún bajo el efecto de la Subyugación, se quedó inmóvil, observando el combate con una mezcla de impotencia y frustración. Kael sabía que no podía contar con ella… al menos, no todavía.

El campeón con la espada volvió a atacar, esta vez apuntando directamente al pecho de Kael. Pero justo cuando parecía que el golpe lo alcanzaría, la marca en su muñeca brilló intensamente, y un escudo de energía oscura apareció para bloquear el ataque. El campeón retrocedió, sorprendido.

—Interesante… —murmuró, con una sonrisa de superioridad—. Tal vez no seas tan débil como pensaba.

Kael respiró con dificultad, su mente trabajando a toda velocidad. Necesitaba encontrar una forma de nivelar el campo de juego. Miró el altar, su objetivo principal, y luego a los campeones que lo rodeaban.

—Alen —dijo, sin apartar la vista de sus enemigos—, ¿puedes llegar al altar?

Alen dudó, pero asintió lentamente.

—Hazlo. Destruye lo que encuentres allí. Érika y yo los distraeremos.

Alen abrió los ojos con sorpresa, pero la determinación de Kael era evidente. Sin decir una palabra más, comenzó a moverse hacia el altar, aprovechando el caos del combate.

Kael apretó el cuchillo, listo para enfrentar a los campeones mientras el destino del templo pendía de un hilo.

Kael observó el templo desde la ladera, su figura recortada contra la tenue luz del crepúsculo. El edificio era una monstruosidad de piedra negra, con altas columnas talladas con las formas retorcidas de los monstruos que los dioses habían liberado en el mundo. El aire alrededor del lugar estaba cargado de energía divina, una presión que hacía temblar incluso a los más valientes. Pero Kael no temblaba. Su mirada de acero permanecía fija en el objetivo, y las cadenas rotas en su muñeca ardían con un leve brillo rojizo.

A su lado, un pequeño grupo de rebeldes esperaba su señal. Eran hombres y mujeres endurecidos por las cicatrices de la guerra, pero incluso ellos mostraban signos de duda. No era un ataque cualquiera; estaban a punto de infiltrarse en un santuario divino, un lugar que ni siquiera los ejércitos más poderosos se habían atrevido a tocar.

—Recuerden lo que está en juego —dijo Kael en voz baja, girándose hacia ellos. Su voz cortó el aire como una hoja afilada—. Este templo no es solo un lugar de culto. Es un punto de control. Si lo destruimos, debilitaremos su influencia en esta región. Los dioses perderán parte de su dominio.

Los rostros a su alrededor se endurecieron, algunos asintiendo con determinación. Otros seguían mirando el templo con inquietud, pero Kael no necesitaba su fe, solo su habilidad.

—Nos dividiremos en dos grupos —continuó—. Yo lideraré al equipo de infiltración. Nuestro objetivo es llegar al altar y destruir el cristal de enfoque. El equipo de apoyo se encargará de las defensas exteriores y de crear una distracción lo suficientemente grande para mantener a los guardias ocupados.

Uno de los hombres, un arquero de rostro curtido llamado Garrek, frunció el ceño.

—Y si todo sale mal, ¿cuál es nuestro plan de escape?

Kael se inclinó ligeramente hacia él, su expresión estoica como una piedra.

—Sobrevivimos. Como siempre.

Garrek resopló, pero no dijo nada más. Era suficiente.

Con un gesto de su mano, Kael dio la orden. El grupo se puso en marcha, deslizándose como sombras hacia el templo. El equipo de apoyo se separó, dirigiéndose hacia el flanco derecho donde se concentraban las patrullas. Kael, junto con cuatro de los mejores combatientes, tomó el camino directo hacia la entrada principal.

El templo estaba protegido por una barrera divina que brillaba débilmente a la luz del crepúsculo. Kael se detuvo frente a ella, sintiendo cómo la energía pulsaba contra su piel. Cerró los ojos y extendió la mano hacia la barrera. Las cadenas en su muñeca reaccionaron, brillando con una intensidad feroz mientras absorbían parte de la energía.

El sistema habló en su mente con su voz fría y mecánica.

«Barrera detectada. Energía divina neutralizada en un 40%. Continuar absorbiendo expondrá al usuario a un riesgo elevado.»

Kael ignoró la advertencia y empujó más fuerte. Sabía que no podía destruir la barrera por completo, pero solo necesitaba abrir una brecha lo suficientemente grande para que su grupo pasara. Con un chasquido sordo, la barrera se rasgó, dejando un hueco momentáneo.

—Rápido —ordenó, y el grupo cruzó en silencio.

Dentro, el aire estaba cargado de un olor acre, una mezcla de incienso y sangre seca. Las paredes del templo estaban decoradas con relieves de dioses triunfantes y humanos arrodillados en adoración. Kael sintió un nudo en el estómago al reconocer algunas de esas escenas. Había estado allí antes, en otra vida, como uno de esos humanos suplicantes.

Un grito lejano rompió el silencio. El equipo de apoyo había comenzado su ataque. Los guardias, vestidos con armaduras doradas que parecían brillar con luz propia, corrieron hacia el exterior, dejando la sala principal relativamente desprotegida.

Kael avanzó con rapidez, sus pasos casi inaudibles contra el suelo de piedra. Llegaron al altar, un pedestal elevado en el centro de la sala. Sobre él descansaba el cristal de enfoque, un objeto del tamaño de un corazón humano que pulsaba con una luz azul intensa. Era la fuente de energía que mantenía la influencia de los dioses en la región.

—Allí está —murmuró uno de los rebeldes, una mujer llamada Lira, aferrando su espada con fuerza.

—Cúbranme —ordenó Kael, subiendo los escalones del altar.

Cuando estuvo frente al cristal, extendió la mano, pero en el momento en que lo tocó, una onda de energía lo golpeó, haciéndolo retroceder. La marca de las cadenas rotas en su muñeca brilló con una intensidad feroz, como si respondiera al ataque.

El sistema habló de nuevo:

«Energía divina detectada. Recomendación: utilizar habilidades del Sistema de la Rebelión para neutralizar el cristal.»

Kael apretó los dientes. Podía sentir la mirada de los dioses, fría y burlona, observando su intento de desafío. Cerró los ojos y concentró su voluntad en la marca. Las cadenas comenzaron a manifestarse a su alrededor, primero como sombras y luego como formas sólidas que rodearon el cristal.

—¡Kael, rápido! —gritó Lira. Desde las entradas, se escuchaban pasos apresurados y el choque de armas. Los guardias estaban regresando.

Kael ignoró el ruido y apretó los puños. Las cadenas se cerraron alrededor del cristal, apretándolo como si quisieran aplastarlo. El cristal brilló con una luz cegadora, pero finalmente se agrietó. Un grito ensordecedor llenó la sala, como si el propio templo estuviera vivo y sintiera el dolor de su destrucción.

Con un último esfuerzo, Kael apretó más fuerte, y el cristal explotó en mil pedazos. Una onda de choque los lanzó a todos al suelo. Cuando Kael abrió los ojos, vio que el altar estaba reducido a escombros y la luz azul había desaparecido. La energía divina en el aire había disminuido, dejando un vacío que se sentía casi palpable.

Pero no había tiempo para celebraciones. Los guardias irrumpieron en la sala, sus espadas brillando con energía divina. Lira y los demás se levantaron, listos para luchar.

Kael también se puso de pie, sus cadenas manifestándose de nuevo a su alrededor. Se colocó al frente, sabiendo que la verdadera batalla apenas había comenzado.

Con un rugido, el primero de los guardias cargó hacia ellos. Kael levantó su brazo y las cadenas respondieron, extendiéndose como serpientes vivas. Las sombras se movieron con una precisión letal, envolviendo al guardia por la cintura antes de lanzarlo contra una de las columnas con un estruendo que resonó por toda la sala. La armadura dorada del enemigo se abolló con el impacto, y el cuerpo quedó inmóvil.

—¡No se detengan! —gritó Kael, girando hacia los otros guardias que se abalanzaban sobre ellos.

Lira y Garrek ya estaban en acción. Lira, con una agilidad felina, esquivó un golpe descendente y respondió con un corte rápido que atravesó una de las grietas en la armadura de su oponente. Garrek, por su parte, disparaba flechas infundidas con energía rebelde, cada proyectil golpeando con fuerza suficiente para derribar a los guardias más cercanos.

Sin embargo, los enemigos no eran simples soldados. Las armaduras doradas comenzaron a emitir una luz cegadora, y Kael supo de inmediato que estaban canalizando energía divina para fortalecerse. Los movimientos de los guardias se hicieron más rápidos, más precisos, y el aire alrededor de ellos pareció vibrar con el poder de los dioses.

—¡Manténganse juntos! —ordenó Kael, desviando un golpe que habría partido a cualquiera por la mitad. Las cadenas danzaron a su alrededor, bloqueando ataques y golpeando con una furia casi descontrolada.

El sistema habló en su mente:

«Múltiples entidades hostiles detectadas. Energía rebelde al 65%. Recomendación: activar 'Despertar de la Rebelión'.»

Kael dudó. La habilidad sugerida era un arma de doble filo. Aunque aumentaba exponencialmente su fuerza y velocidad, también drenaba su energía vital a un ritmo alarmante. Pero al mirar a su alrededor y ver a sus compañeros luchando con todo lo que tenían, supo que no tenía otra opción.

—¡Sistema! Activa el 'Despertar de la Rebelión' —dijo entre dientes.

«Confirmado. Activando…»

La marca de las cadenas rotas en su muñeca ardió con un brillo rojo intenso, como lava líquida. Una oleada de energía recorrió su cuerpo, y Kael sintió cómo sus músculos se tensaban y su visión se agudizaba. Las cadenas a su alrededor se multiplicaron, envolviendo la sala en un torbellino de oscuridad y fuego.

El guardia más cercano se lanzó hacia él, pero Kael ya estaba en movimiento. Con un giro fluido, las cadenas lo atraparon por el cuello y lo levantaron en el aire. Con un tirón brutal, el cuerpo del guardia fue arrojado contra sus compañeros, derribándolos como si fueran piezas de un juego de ajedrez.

—¡Kael! —gritó Lira, señalando hacia el altar destruido.

Desde los escombros surgía una figura envuelta en una armadura de ébano, más grande y temible que los demás. Su presencia llenó la sala con una energía sofocante. En su mano llevaba una lanza que parecía vibrar con poder divino.

—Un campeón… —murmuró Garrek, retrocediendo un paso.

Kael no tuvo tiempo para dudar. Con un movimiento de su mano, las cadenas convergieron hacia el campeón, buscando envolverlo. Pero este era diferente. Con un movimiento rápido, la lanza destelló, cortando las cadenas como si fueran simples cuerdas.

—Esto será interesante… —murmuró Kael, apretando los puños.

El campeón cargó hacia él, la lanza apuntando directamente a su corazón. Kael apenas logró esquivar, las puntas de su capa desgarrándose por el roce del arma. Respondió con un golpe de sus cadenas, pero el campeón lo bloqueó con su escudo, enviando una onda de choque que hizo temblar el suelo.

El combate entre ambos se volvió un duelo frenético. Cada ataque del campeón era preciso y devastador, pero Kael, potenciado por el 'Despertar de la Rebelión', se movía con una velocidad y fuerza que desafiaban las expectativas. Las cadenas atacaban desde múltiples direcciones, pero el campeón las contrarrestaba con movimientos calculados.

Mientras tanto, Lira y Garrek se enfrentaban al resto de los guardias, intentando mantenerlos alejados de Kael. Sus esfuerzos eran desesperados, pero efectivos. Cada enemigo derribado era un pequeño respiro, pero los números estaban en su contra.

Kael sabía que no podía prolongar la pelea. La energía del sistema comenzaba a desgastarlo, y cada segundo que pasaba sentía cómo su cuerpo pagaba el precio del poder.

—¡Lira! ¡Garrek! ¡Salgan de aquí! —gritó, desviando un golpe del campeón.

—¡No te dejaremos solo! —protestó Lira, bloqueando el ataque de un guardia con su espada.

—¡Es una orden! —rugió Kael, sus ojos brillando con la misma intensidad que las cadenas.

Lira vaciló por un momento, pero finalmente asintió. Ella y Garrek comenzaron a retroceder, abriéndose camino hacia la salida mientras mantenían a raya a los enemigos. Kael los cubrió, enfrentándose al campeón con renovada determinación.

—Vamos, hijo de los dioses —dijo Kael, su voz goteando desafío—. ¿Eso es todo lo que tienes?

El campeón rugió y cargó de nuevo, su lanza resplandeciendo con energía divina. Kael se preparó, concentrando toda su energía en un último ataque. Las cadenas se arremolinaron a su alrededor, formando un muro impenetrable de sombras y fuego.

Cuando el campeón atacó, Kael desató todo su poder. Las cadenas lo envolvieron por completo, aplastándolo con una fuerza descomunal. El suelo se resquebrajó bajo ellos, y el grito del campeón quedó ahogado por el rugido de la energía rebelde.

Cuando la luz finalmente se desvaneció, Kael cayó de rodillas, jadeando. El campeón yacía derrotado, su armadura destrozada y su lanza partida en dos. Pero Kael sabía que no tenía tiempo para descansar. La energía de los dioses seguía presente, aunque debilitada, y los refuerzos no tardarían en llegar.

Con esfuerzo, se levantó y se dirigió hacia la salida, donde Lira y Garrek lo esperaban. Su cuerpo dolía, y cada paso era un recordatorio del precio que había pagado por la victoria.

Cuando finalmente salieron del templo, el aire fresco de la noche los envolvió. A lo lejos, el equipo de apoyo seguía luchando para mantener a raya a los guardias restantes.

—Lo hicimos —murmuró Lira, mirando a Kael con una mezcla de admiración y preocupación.

—Esto es solo el principio —respondió Kael, su mirada fija en el horizonte. Sabía que los dioses no tomarían este golpe a la ligera. Pero también sabía que, por primera vez en mucho tiempo, habían demostrado que podían luchar. Y ganar.

Con el templo reducido a escombros y el cristal de enfoque destruido, la rebelión había dado un paso crucial. Ahora, todo dependía de lo que hicieran después.

..............................

Después de dejar atrás las ruinas del templo, el grupo de Kael se adentró en el denso bosque que rodeaba la ciudad. La luna llena iluminaba el cielo, pero las sombras parecían más profundas de lo habitual, como si el mismo paisaje estuviera respirando con inquietud. Kael caminaba con pasos lentos, cada uno más pesado que el anterior, mientras su cuerpo parecía arrastrarse tras el esfuerzo de la batalla. El 'Despertar de la Rebelión' había sido un poder formidable, pero le había cobrado un precio. Sus músculos ardían, y la sensación de fatiga era casi insoportable, como si estuviera cargando el peso de mil batallas sobre sus hombros.

Lira, siempre atenta, lo observó con una mirada preocupada, pero sabía que Kael nunca aceptaría un descanso fácil. Garrek, en silencio, mantenía su arco listo, vigilando los alrededores por si acaso algún guardia sobreviviente intentaba seguirlos.

—¿Estás bien? —preguntó Lira con voz baja, acercándose a Kael mientras caminaban.

Kael no respondió de inmediato. La respuesta era obvia: no estaba bien. Pero no podía permitirse ser una carga, no ahora. Su deber era más grande que su dolor. Con una sonrisa forzada, hizo un gesto con la mano.

—Solo necesito un poco de tiempo para recuperarme. Mantén los ojos abiertos.

Garrek asintió y avanzó un paso adelante, su postura alerta. Aunque su energía era considerable, no podía evitar sentir la presión de la situación. La misión había sido un éxito, pero el enemigo había sufrido grandes pérdidas, y era solo cuestión de tiempo antes de que la cólera de los dioses cayera sobre ellos.

El bosque parecía tranquilo, pero algo en el aire les decía que no estaban a salvo aún. Los dioses no olvidan fácilmente, y Kael lo sabía mejor que nadie. Aunque había destruido el cristal de enfoque, el acto solo les había ganado tiempo. Los dioses siempre tenían sus formas de observar y manipular el destino, y Kael se preguntaba si en algún momento pronto sentirían las consecuencias de su desafío.

—Kael... —dijo Lira nuevamente, su tono más grave. —¿No crees que estamos... avanzando demasiado rápido?

El joven se detuvo por un momento, respirando hondo, antes de girarse hacia ella.

—¿Qué quieres decir?

—No lo sé... —Lira dudó, buscando las palabras correctas. —El poder de los dioses... no es algo que podamos simplemente desafiar sin consecuencias. Ya hemos destruido el cristal de enfoque, pero eso solo nos hace más visibles para ellos. ¿Y si nos están esperando?

Kael la miró, y por primera vez en mucho tiempo, vio la incertidumbre en los ojos de su amiga. No era algo que quisiera escuchar, pero no podía ignorarlo. Las palabras de Lira se enredaron en su mente mientras avanzaban. ¿Realmente estaban preparados para lo que vendría después?

—Tenemos que seguir adelante —dijo Kael con firmeza. —Lo que hemos hecho hoy es solo el principio. Si los dioses no nos quieren vivos, entonces no tenemos nada que perder.

Lira no respondió de inmediato, pero su mirada reflejaba una comprensión compartida: el riesgo era grande, pero el objetivo era aún más grande. La rebelión debía continuar, no podían permitir que el miedo o la duda los detuviera. Garrek se detuvo frente a ellos y levantó una mano.

—Escuchad. —Dijo en un susurro, la tensión en su voz palpable.

El sonido que se acercaba era bajo, casi imperceptible al principio, pero a medida que pasaban los segundos, se volvía más claro: una horda de pasos en el suelo, como el eco de una avalancha. No podían ser simples guardias. Eran algo más. La sombra de la muerte se cernía sobre ellos.

—Debemos escondernos —susurró Garrek, su rostro tenso mientras miraba en todas direcciones.

Kael no dudó. No tenían tiempo para discutir. Con una señal rápida, se desvió hacia un pequeño claro en el bosque, cubriéndose tras unos árboles caídos. El sonido de los pasos se intensificó, y la oscuridad pareció cerrarse sobre ellos. Se ocultaron en silencio, sin moverse, sin respirar.

A lo lejos, una figura apareció entre los árboles. Era imponente, casi tan alta como un hombre, pero con una presencia que parecía distorsionar el aire a su alrededor. Un ser envuelto en una capa oscura, su rostro oculto tras una máscara plateada que reflejaba la luz de la luna de manera extraña.

Lira dio un paso atrás, su respiración entrecortada, pero Kael no podía apartar la vista de esa figura. Algo en su interior le decía que este ser no era como los demás enemigos a los que se había enfrentado.

—¿Quién... es? —murmuró Lira, pero Kael la detuvo con un gesto.

El ser avanzó lentamente, como si estuviera seguro de que no había necesidad de apresurarse. Cuando llegó al centro del claro, se detuvo y alzó la mano, haciendo que el aire a su alrededor temblara.

—La rebelión... —dijo con voz profunda, resonando en cada rincón del bosque. —Ha comenzado. Pero no está destinada a triunfar.

Kael frunció el ceño, sintiendo la amenaza en esas palabras. El encuentro con este ser era solo el comienzo de un nuevo desafío, y no tenía idea de cómo enfrentarlo.

 

 

El Encuentro con la Sombra

El ser de capa oscura no parecía apresurarse. Cada uno de sus pasos resonaba como si las mismas sombras que lo rodeaban fueran sus aliadas. Kael, a pesar de la debilidad que sentía por los efectos del 'Despertar de la Rebelión', se mantenía firme. Sabía que no podían darse el lujo de huir; si ese ser los había encontrado, era porque había sido enviado con un propósito específico. No había marcha atrás.

—¿Quién eres? —preguntó Kael, su voz más fuerte de lo que se sentía, sus cadenas crujían levemente a su alrededor, como si respondieran a la tensión en el aire.

La figura no respondió de inmediato. Su presencia parecía llenar el claro, como si la naturaleza misma se hubiera detenido en espera de su siguiente movimiento. La máscara que cubría su rostro reflejaba la luz de la luna, pero sus ojos, aunque ocultos, parecían estar clavados en Kael. El silencio se extendió por unos largos segundos antes de que la figura hablara, con una voz profunda y resonante que parecía emanar de todos los rincones.

—Mi nombre es Iridan. Y estoy aquí para recordarles algo que ya olvidaron. —La voz de Iridan se deslizaba en el aire como un susurro de viento helado, pero con un poder palpable. —La rebelión que han iniciado no es solo contra los dioses... es contra el mismo tejido del universo.

Kael frunció el ceño, sin entender completamente sus palabras. Pero había algo en su tono que lo hizo sentir una amenaza más grande que cualquier enemigo al que hubiera enfrentado.

—¿Qué estás diciendo? —respondió, su voz teñida de desafío. —¿Acaso piensas que nos vamos a detener por lo que digas? Los dioses nos han tratado como piezas de ajedrez, y ya hemos comenzado a movernos. No retrocederemos.

Iridan levantó una mano, y las sombras alrededor de él se retorcieron como si tuvieran vida propia. Era un espectáculo aterrador, pero Kael no cedió. Lira, por su parte, había tomado su espada, aunque aún mantenía una distancia prudente, consciente de que no sabían con qué se enfrentaban. Garrek había tensado su arco, pero parecía esperar instrucciones.

—No hay marcha atrás para ustedes, Kael. —Iridan hizo una pausa, sus palabras llenas de una gravedad inquietante. —El "Despertar de la Rebelión" es solo el primer paso de un juego mucho más grande. Un juego que no pueden ganar, porque las reglas no las hacen ustedes, sino los dioses.

Kael, aunque no comprendía completamente las implicaciones de sus palabras, sintió un estremecimiento recorrer su espalda. ¿Qué significaba todo eso? ¿Habían cometido un error al desafiar a los dioses? El pensamiento pasó fugazmente por su mente, pero fue rápidamente desechado. No podía permitirse dudar.

—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó, más firme que nunca.

Iridan no se movió, pero su mirada pareció perforar directamente a Kael. Finalmente, respondió:

—Lo que quiero es lo que todos los seres en este mundo desean. El equilibrio. No pueden continuar con su rebelión sin comprender las fuerzas que están en juego. No son solo los dioses los que están en peligro... es el propio mundo que habitan.

Lira, que había permanecido en silencio, se acercó un paso más, desenvainando su espada con una expresión decidida.

—¡No nos hables de equilibrio! —gritó, desafiante. —Hemos sufrido lo suficiente bajo el control de los dioses. ¡Ellos nos han manipulado como marionetas, y ahora vamos a pelear por nuestra libertad!

Iridan la observó un momento, y luego, con un suave movimiento de su mano, las sombras a su alrededor se agitaron. De repente, las ramas de los árboles comenzaron a moverse, como si fueran extensiones de su voluntad, bloqueando el paso de Lira.

—La libertad no es un regalo que se pueda obtener sin consecuencias —respondió Iridan, su voz más sombría ahora. —Cada acción que tomen tendrá un precio. Y ese precio será más grande de lo que pueden imaginar.

Kael, viendo cómo las sombras se alzaban, dio un paso al frente. El poder de Iridan era palpable, pero no iba a dejar que su equipo sucumbiera al miedo. No esta vez.

—Si tienes miedo por nosotros, no hace falta. —Kael apretó los puños, las cadenas a su alrededor se agitaron con energía. —Nosotros ya sabemos lo que está en juego. Y lo vamos a hacer de todos modos.

Iridan lo observó por un momento, como si estuviera evaluando algo mucho más allá de lo visible. Finalmente, sus labios se curvaron en una especie de sonrisa torcida, pero sus ojos aún permanecían serios.

—Entonces, prepárate, Kael. La verdadera prueba apenas comienza. Y no será algo que puedas enfrentar solo con poder.

Con un rápido movimiento, Iridan dio un paso hacia atrás, desapareciendo entre las sombras como si nunca hubiera estado allí. El bosque volvió a la calma, pero la sensación de peligro seguía presente. Kael se quedó mirando el lugar donde había estado, sin poder quitarse la sensación de que algo mucho más grande y peligroso estaba a punto de desatarse.

Lira y Garrek se acercaron lentamente, aún alertas. Kael se giró hacia ellos, sin poder ocultar la tensión en su rostro.

—Esto está lejos de terminar. Debemos movernos rápido. No sabemos qué clase de juego están jugando los dioses, pero no podemos quedarnos a esperar.

El camino hacia la rebelión continuaba, pero Kael sabía que ahora no solo luchaban contra los dioses, sino contra algo mucho más profundo y antiguo: el propio destino que había sido forjado por fuerzas que no comprendían completamente.

El Precio del Desafío

El silencio que quedó tras la partida de Iridan era tan profundo que resultaba ensordecedor. Kael sentía las palabras del extraño aún retumbando en su cabeza. "No será algo que puedas enfrentar solo con poder". ¿Qué significaba realmente eso?

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Garrek, rompiendo el silencio. Su voz era baja, casi como si temiera que Iridan pudiera escucharlo desde las sombras.

Kael no respondió de inmediato. Miró el cielo nocturno a través de las copas de los árboles. La luna brillaba con una intensidad inusual, y durante un instante, pareció que las estrellas mismas parpadeaban, como si observaran desde el vacío infinito. Finalmente, habló.

—Nos movemos. —Su voz era firme, pero había una sombra de preocupación que no podía ocultar. —No podemos quedarnos aquí. Iridan podría regresar… o enviar algo peor.

Lira apretó el puño que sostenía su espada, aún con la tensión marcada en su rostro.

—Ese tipo no es un mensajero cualquiera. ¿Notaron cómo las sombras lo seguían? Nunca he visto algo así. —Su mirada pasó de Kael a Garrek—. Y no me trago lo del equilibrio. ¿Qué demonios significa eso?

Kael inhaló profundamente y comenzó a caminar, marcando el ritmo del grupo.

—No importa lo que signifique por ahora —respondió—. Lo único que sé es que no podemos darnos el lujo de dudar. Si lo que dijo es verdad, los dioses no son nuestro único problema… y tendremos que estar preparados para lo que venga.

El trío avanzó entre los árboles, sus pasos amortiguados por el manto de hojas secas. La luz de la luna parecía debilitada, como si el encuentro con Iridan hubiera drenado algo del bosque mismo. Durante un buen rato, nadie dijo una palabra. El silencio era opresivo, y Kael lo sentía casi tanto como el peso de sus cadenas.

—¿Y si tiene razón? —murmuró Garrek de repente.

Kael se detuvo. Giró la cabeza lentamente para mirar al arquero, su expresión severa.

—¿Qué dijiste?

—¿Y si tiene razón? —repitió Garrek, con una voz más firme esta vez—. Kael, los dioses son crueles, sí. Nos usan, juegan con nosotros. Pero si Iridan dice la verdad… si nuestro "Despertar" está poniendo en peligro el mundo, ¿no deberíamos saber más antes de continuar?

Lira frunció el ceño, clavando su mirada en Garrek.

—¿Estás sugiriendo que nos rindamos? —espetó.

—No. Solo digo que debemos pensar bien nuestros próximos pasos —respondió Garrek, tensando los hombros. —Pelear ciegamente no nos llevará a ninguna parte.

Kael suspiró, su postura aún firme. Comprendía el temor de Garrek. Después de todo, Iridan había dejado más preguntas que respuestas. Pero rendirse no era una opción.

—No estamos peleando ciegamente, Garrek —respondió Kael, mirándolo a los ojos—. Tal vez no sepamos todo lo que está en juego, pero sabemos suficiente. Sabemos que los dioses no nos darán la libertad si no se la arrebatamos. ¿Y el equilibrio? —Su mirada se endureció—. ¿Desde cuándo hemos tenido "equilibrio"? Ellos nos someten, nos destruyen, y aún así quieren que sigamos sus reglas.

Garrek bajó la mirada, pero no dijo más. Lira asintió, complacida con las palabras de Kael.

—Lo que sea que venga, lo enfrentaremos juntos —dijo ella, dando un paso al frente—. Somos más fuertes de lo que creen. No importa cuántos dioses o sombras nos envíen.

Kael continuó la marcha, sintiendo cómo el peso en sus hombros crecía. Sabía que tenía que mantener la moral alta. Pero por dentro, no podía ignorar la sensación de que Iridan no era solo un obstáculo más… sino un presagio.

Más tarde, en las Ruinas del Alba

Horas después, el grupo llegó a su destino: las Ruinas del Alba, un antiguo santuario abandonado que, según los rumores, había sido un lugar de culto antes de que los dioses mostraran su verdadera naturaleza. Las piedras desgastadas por el tiempo brillaban débilmente bajo la luz de la luna.

—Descansaremos aquí —indicó Kael, señalando un rincón protegido entre las ruinas.

Lira y Garrek asentaron y comenzaron a preparar un pequeño campamento. El aire en las ruinas era frío, demasiado frío para la estación, y había un olor extraño, como a metal oxidado. Kael lo notó, pero no dijo nada. En cambio, se alejó unos pasos, hasta quedar solo.

Se apoyó contra una de las columnas caídas y observó la marca ardiente en su muñeca: las cadenas rotas del Sistema de la Rebelión. Las llamas que solían brotar de la marca parecían más apagadas ahora, como si algo las estuviera debilitando.

—¿Qué estás intentando decirme? —murmuró, mirando la marca.

Un repentino viento frío recorrió el lugar, y en ese instante, Kael escuchó una voz. Era apenas un susurro, pero suficiente para congelar su sangre.

No estás listo para lo que viene… Kael.

El líder de la rebelión giró rápidamente, pero no había nadie allí. El bosque oscuro seguía quieto, observando desde las sombras. Kael apretó los dientes y volvió con el grupo, su expresión seria.

"Sea lo que sea lo que nos espera," pensó, "no dejaré que nos detenga."

La Voz del Sistema

El campamento estaba silencioso. Garrek dormía a un lado, su arco aún al alcance de su mano. Lira mantenía la guardia, su mirada fija en las sombras que se deslizaban entre las ruinas. Kael, sin embargo, no lograba descansar.

La marca ardiente en su muñeca comenzó a palpitar. Al principio, fue apenas un cosquilleo, pero pronto el ardor se hizo insoportable.

—¡Agh! —Kael apretó los dientes, tratando de no gritar.

Cayó de rodillas, sujetándose la muñeca mientras un resplandor rojo y negro surgía de la marca, iluminando el suelo bajo él. Cadenas fantasmales aparecieron, envolviendo su brazo, retorciéndose como serpientes vivas. El aire alrededor de Kael se volvió denso, y su visión comenzó a nublarse.

—¿Qué demonios…? —murmuró, apenas consciente.

De pronto, una voz resonó en su mente. Fría, autoritaria, pero cargada de un poder que parecía infinito.

[Sistema de la Rebelión Activado]

Fase 2 del Despertar Iniciada.

Misión: Reclamo de las Sombras

La rebelión solo prospera si el líder se enfrenta a la oscuridad misma.

Objetivo: Absorbe el "Fragmento del Ocaso" sellado en las Ruinas del Alba.

Recompensa: Habilidad única: "Armadura de Sombras".

Advertencia: El fracaso tendrá consecuencias irreversibles.

Kael jadeó, sintiendo el peso de las palabras en su mente. Fragmento del Ocaso… Armadura de Sombras… ¿Qué era todo eso? La marca ardiente en su muñeca brilló aún más, y entonces sintió cómo algo lo llamaba desde el centro de las ruinas.

—Kael, ¿qué pasa? —preguntó Lira, al ver su estado.

Kael respiró hondo y se puso de pie. Aunque su cuerpo temblaba, su mirada era más firme que nunca.

—El Sistema me ha dado una misión —respondió, mirando hacia lo profundo de las ruinas—. Tengo que encontrar algo… el "Fragmento del Ocaso".

—¿El sistema? —Lira frunció el ceño—. ¿Por qué ahora?

—No lo sé —respondió Kael—, pero no podemos ignorarlo.

..............................

En el Corazón de las Ruinas

Guiado por el ardor de la marca, Kael lideró a Lira y Garrek hacia el interior de las Ruinas del Alba. A cada paso, la temperatura descendía, y el eco de sus pisadas parecía arrastrar susurros fantasmales.

Finalmente, llegaron a una gran cámara circular. En el centro, sobre un altar de piedra negra, un orbe oscuro flotaba en el aire, pulsando con un brillo ominoso.

—Ese debe ser el Fragmento… —murmuró Kael.

Pero apenas se acercó, las sombras en la sala cobraron vida. Figuras retorcidas y sin forma emergieron de las paredes, con garras alargadas y ojos vacíos que irradiaban odio puro.

—¡Kael, cuidado! —gritó Lira, desenvainando su espada.

Garrek retrocedió, disparando flechas una tras otra, pero las sombras absorbían los proyectiles como si fueran humo. Kael, en el centro de todo, sintió cómo las cadenas ardientes de su muñeca comenzaban a reaccionar.

—¡Sistema, dime qué hacer! —rugió.

[Sistema de la Rebelión]

Instrucción: Enfrenta a las sombras y reclama el Fragmento del Ocaso. Deja que las cadenas absorban su energía.

Kael comprendió. Cerró los ojos y extendió su brazo hacia las sombras. Las cadenas ardientes se liberaron, avanzando como serpientes en busca de presa. Al tocar las sombras, las cadenas comenzaron a absorberlas, volviéndose más oscuras y poderosas.

Las criaturas intentaron resistirse, pero Kael sintió cómo su voluntad se imponía sobre ellas. Era como si el poder del Sistema de la Rebelión lo estuviera transformando.

—¡Más rápido, Kael! —gritó Lira, bloqueando un ataque con su espada.

—¡Lo tengo! —rugió Kael, mientras las últimas sombras eran devoradas por las cadenas.

El Fragmento del Ocaso brilló con fuerza, y las cadenas se clavaron en él, absorbiendo su energía por completo. La marca en la muñeca de Kael ardió una vez más, pero esta vez el dolor fue reemplazado por una oleada de poder.

[Misión Completa]

Recompensa otorgada: Habilidad desbloqueada.

Habilidad: Armadura de Sombras

La oscuridad ahora es tu aliada. Convoca una armadura formada por sombras que te protege y fortalece en combate. La armadura absorbe ataques físicos menores y mejora tu agilidad.

Kael abrió los ojos. Su cuerpo estaba envuelto en una armadura negra y etérea, con bordes afilados y detalles como si estuviera hecha de humo sólido. Las cadenas ardientes ahora estaban fusionadas con la armadura, emitiendo un resplandor rojo profundo.

Lira y Garrek lo observaron, asombrados.

—¿Kael…? —murmuró Lira.

Kael dio un paso al frente, sintiendo la ligereza y el poder de su nueva habilidad.

—El Sistema me ha dado un arma —dijo, su voz grave—. Ahora sí estamos listos para lo que venga.

..............................

Epílogo del Capítulo

Desde las sombras más profundas de las ruinas, unos ojos brillantes observaron a Kael. Una figura desconocida, tan oscura como la noche, susurró en voz baja:

—Has reclamado el Fragmento… pero este es solo el comienzo.