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Chapter 12 - Capitulo 12: momentos

Noah se quedó quieto, oculto tras una de las columnas que flanqueaban el patio. Sus ojos, usualmente tranquilos y calculadores, estaban ahora cargados de desconcierto. La escena frente a él era algo que nunca imaginó presenciar. Su padre, siempre estoico y reservado, estaba sentado bajo la sombra de un árbol, con el emperador Damián descansando en su regazo. Los gestos del emperador, tan íntimos y ajenos a su habitual frialdad, lo desconcertaron profundamente.

Damián, con una mirada suave que Noah jamás había visto antes, acariciaba los mechones largos de Adam como si fueran un tesoro que debía cuidar. Sus palabras, aunque tranquilas, llevaban un peso que resonaba en el aire.

-Siempre te has mantenido firme, Adam. Incluso cuando todo parecía derrumbarse, tú nunca cambiaste.

—La voz de Damián era baja, casi un susurro, como si esas palabras estuvieran destinadas solo a Adam.

Adam, por su parte, permanecía imperturbable. Su expresión no mostraba incomodidad ni sorpresa. Parecía acostumbrado a los gestos de Damián, como si fueran una rutina de años. Sus manos descansaban sobre su regazo, y sus ojos miraban hacia los jardines, absortos en pensamientos.

Noah apretó los labios, su mente tratando de procesar lo que estaba viendo. "¿Esto es normal entre ellos? ¿Siempre ha sido así?" Era imposible no comparar la mirada de Damián con la de su padre hacia su madre, Rose. Esa misma devoción, ese mismo anhelo escondido, estaba grabado en los ojos del emperador, pero dirigido hacia Adam.

"Esa mirada... es la misma que mi padre reserva para mi madre. Pero esto es diferente, es como si el emperador viera a mi padre como algo más que un hermano

Noah sintió una mezcla de emociones que no podía descifrar del todo. Por un lado, estaba sorprendido. Por otro, estaba molesto. Su padre era un hombre dedicado a su familia, un pilar que mantenía todo unido, y ver a alguien más, incluso al emperador, mostrar ese nivel de afecto hacia él, lo desconcertaba.

—Adam... —continuó Damián, con los ojos cerrados mientras su cabeza descansaba contra el torso de su hermano

— te amo

Adam giró la cabeza para mirarlo, su rostro sin expresión. Había escuchado esas palabras antes, pero algo en el tono de Damián esta vez era diferente. Más vulnerable, más… desesperado.

—Lo sé —respondió Adam en voz baja, su mirada fija en los ojos de su hermano. La tensión entre ambos era palpable, pero Adam no movió un músculo, como siempre, manteniéndose firme.

Damián se acercó un poco más, su rostro ahora tan cerca del de Adam que podía sentir la calidez de su hermano. Por un momento, el emperador dejó de ser el hombre calculador y poderoso que todos conocían. Solo era un hombre enamorado de su hermano, atrapado en su propio conflicto interno.

—Adam, ¿alguna vez te has preguntado por qué insisto tanto en mantenerte cerca? —preguntó, su voz baja pero cargada de intención.

Adam lo miró con calma, aunque sus cejas se fruncieron levemente ante la pregunta.

—Porque necesitas mi fuerza

Su respuesta era simple, pero llena de certeza.

Damián dejó escapar un leve suspiro, apartando la mirada hacia los jardines. Su postura, aunque rígida como siempre, se suavizó ligeramente.

—Eres lo única persona que confio, siempre te he confiado mi vida. Incluso cuando todo a mi alrededor colapsa, siempre estáras ahí. Siempre has estado ahí. —Su voz era firme, pero había un toque de vulnerabilidad que Adam no podía ignorar.

— siempre estare a tu lado nunca te traicionare hermano

Damián cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras de Adam lo calmaran

—Este reino, esta paz… es lo que siempre deseamos, ¿no es así? —preguntó Damián, mirando el cielo que comenzaba a teñirse de naranja.

—Lo es —respondió Adam, sin dudarlo

—lo conseguimos juntos.

Damián cerró los ojos por un momento, permitiéndose relajarse en presencia de su hermano, mientras Adam observaba los jardines, siempre atento, siempre protector.

Mientras el sol se escondía completamente, ambos permanecieron en el banco, dos figuras en silencio

—¿Eres feliz, Adam? —preguntó, su tono inusualmente vulnerable

—. ¿Es esta la vida que siempre deseaste?

Adam giró su rostro hacia Damián, sorprendido por la pregunta. Era raro escuchar algo tan personal de alguien como el emperador, cuyo exterior solía ser frío y calculador. Pero en ese momento, parecía solo un hombre buscando respuestas.

Una sonrisa cálida, genuina, se dibujó en el rostro de Adam. Sus ojos brillaban con una paz que pocas veces mostraba.

—Demasiado —respondió con una sinceridad que no requería más palabras—. Tengo una familia, una esposa que amo profundamente, y ella me ama a mí. Y dos hijos… dos hijos que me llenan de alegría cada día. No podría pedir más.

Damián lo miró de reojo, y aunque intentaba mantener su expresión neutral, un leve temblor en sus labios lo traicionó. Había algo en la confesión de Adam, tan honesta y cargada de emociones, que parecía llenarlo de un orgullo extraño, pero también de una melancolía silenciosa.

—Si eres tan feliz… eso es suficiente para mí —murmuró Damián, su voz apenas un susurro, cargada de una mezcla de resignación y sinceridad.

Con un gesto que parecía nacido de un impulso más profundo, Damián levantó una mano y acarició suavemente el rostro de Adam. Sus dedos trazaron una línea invisible, con una calidez que contrastaba con la frialdad calculada que siempre lo rodeaba, como si este momento fuese un resquicio de la humanidad que pocas veces permitía asomar.

—Tu hijo, Ellian… es tan parecido a ti —murmuró Damián, con una voz que mezclaba admiración y algo más profundo que Adam no alcanzaba a descifrar—. Esos ojos… los heredó de ti.

Adam lo observó en silencio, sin apartarse, aunque su mirada reflejaba una mezcla de paciencia y alerta. Sabía que, cuando Damián hablaba de esa manera, sus palabras solían ocultar más de lo que revelaban.

—Ellian será considerado como si fuera un hijo mio—continuó Damián, retirando la mano pero manteniendo sus ojos clavados en los de Adam, firmes, intensos

—. No solo por ser el hijo del archiduque, sino porque lleva tu sangre. Cuidaré de él, Adam, como si fuera mi propio heredero y cuando llegue un momento crucial lo protegeré

Adam frunció ligeramente el ceño, percibiendo el peso detrás de las palabras de su hermano. Sabía que Damián no hacía estas declaraciones a la ligera. Aunque apreciaba su interés y su aparente buena voluntad, también entendía las implicaciones ocultas que podían surgir de esta conversación. Con su habitual calma, pero con un tono más grave, respondió:

—Gracias, Damián. —Sus ojos se encontraron con los del emperador, manteniéndose firmes—. Pero si alguna vez sucede lo peor, quiero estar preparado. Confío en que, en ese caso, lo cuidarás muy bien.

Damián asintió lentamente, su mirada intensa y seria, dejando claro que entendía la profundidad de las palabras de Adam.

—Lo haré, Adam. No porque sea mi deber como emperador, sino porque es lo que haría por ti, siempre.

El silencio que siguió estuvo cargado de promesas no dichas, pero profundamente comprendidas entre ambos. Adam sabía que Damián podía ser frío y calculador, pero en lo que respectaba a él y a su familia, había una lealtad inquebrantable que siempre brillaba a través de sus acciones, por más ambiguas que pudieran parecer.

Finalmente, Adam asintió, relajando un poco la tensión en su expresión.

—Espero que nunca lleguemos a ese punto, pero agradezco saber que estarás ahí si sucede.

Damián dejó escapar un leve suspiro, mirando al horizonte del jardín, donde los últimos rayos del sol se ocultaban tras los muros del palacio.

—Es lo mínimo que puedo hacer por ti, Adam. Lo sabes.

Desde la distancia, Noah había estado observando la interacción entre Adam y Damián. Había algo intrigante en la manera en que el emperador miraba a su padre, una mezcla de respeto y algo más profundo que Noah no lograba descifrar del todo. A pesar de la calma aparente en el jardín, sentía que las palabras intercambiadas entre ellos llevaban un peso que podría alterar la estabilidad de su familia.

Decidió no quedarse al margen. Sus pasos eran firmes pero silenciosos mientras se acercaba, proyectando la confianza característica de su porte noble. Noah no era alguien que irrumpiera sin consideración, y aunque su rostro permanecía neutral, su mente trabajaba rápidamente, analizando cada detalle.

Adam fue el primero en notar su presencia, girando levemente la cabeza hacia su hijo mayor. Su expresión, que antes reflejaba una mezcla de gravedad y contemplación, se suavizó al verlo.

—Noah —dijo Adam con su tono tranquilo, pero cálido, siempre paternal—. ¿Qué haces aquí?

Damián, a su vez, giró la cabeza hacia él. Su mirada, usualmente fría y calculadora, pareció suavizarse levemente, como si reconociera la llegada de alguien que, aunque joven, tenía un porte que prometía grandeza.

Noah se detuvo a una distancia respetuosa e inclinó ligeramente la cabeza en dirección al emperador, mostrando una etiqueta impecable.

—Majestad, —saludó con formalidad—. Padre, vi que estaban aquí y pensé que sería apropiado unirme a ustedes, si no es inconveniente.

Damián dejó escapar una breve sonrisa, pero fue más una muestra de aprobación contenida que un gesto de alegría.

—El joven Noah, siempre tan educado y puntual. Por favor, acércate —dijo el emperador, su tono medido pero con un toque de calidez.

Noah avanzó y tomó asiento junto a Adam, manteniendo una postura perfecta.

Sus ojos se dirigieron primero hacia su padre, buscando alguna señal que le permitiera leer la situación, y luego hacia el emperador, cuyo semblante parecía menos impenetrable que de costumbre.

—Joven Noah, debo decir que eres un reflejo perfecto de tu padre. Tus maneras, tu porte… incluso tu mirada, llena de determinación. —Damián hizo una pausa, observándolo con un interés genuino—. Adam ha hecho un trabajo excelente contigo.

Noah inclinó la cabeza ligeramente en agradecimiento.

—Gracias, Majestad. Todo lo que soy se lo debo a mi padre y a las lecciones que me ha enseñado. Espero estar a la altura de las expectativas que ambos tienen de mí.

Adam esbozó una pequeña sonrisa, colocando una mano firme en el hombro de su hijo.

—Noah siempre ha sido diligente y comprometido. Estoy seguro de que no solo cumplirá con nuestras expectativas, sino que las superará.

Damián asintió lentamente, su mirada alternando entre Adam y Noah.

—Eso espero. El imperio necesita personas con carácter y principios. —Damián inclinó ligeramente la cabeza hacia Noah, como si quisiera transmitir algo más allá de sus palabras

—Y también necesito a personas que valoren a su familia por encima de todo.

Noah sostuvo la mirada del emperador, sintiendo la profundidad de sus palabras.

—La familia siempre será mi prioridad, Majestad. Eso es lo que mi padre me ha enseñado, y siempre viviré bajo ese principio.

El emperador asintió lentamente, su mirada fija en la determinación de Noah. Había algo en sus palabras que resonaba profundamente, una lealtad férrea que no podía ser ignorada.

—Tu padre te ha inculcado principios nobles —respondió el emperador con una voz cargada de autoridad, pero también de una ligera calidez oculta—. Pero dime, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar para proteger a tu familia? ¿Hasta qué punto pondrías sus vidas sobre tus propios deseos?

Noah mantuvo la compostura, aunque el peso de la pregunta parecía perforar su fortaleza interna. Sus ojos púrpura brillaron con una mezcla de resolución y algo que se parecía al dolor.

—Hasta el final, Majestad —contestó con voz firme—. Si mi sacrificio es el precio para mantenerlos a salvo, no dudaría en pagarlo.

El emperador estudió cada matiz de su expresión, buscando algo que solo él podía discernir. Finalmente, se inclinó hacia adelante, sus labios curvándose en una sonrisa imperceptible.

—Esa devoción te convierte en un hombre poderoso, Noah. Pero recuerda esto:

—La devoción por tu familia es admirable, pero la admiración no gana batallas ni protege vidas —dijo con voz cortante y firme, cada palabra un golpe directo—. Ser fuerte no es una elección, es una obligación. Si no puedes cargar con el peso de lo que significa protegerlos, no vales más que un hombre común.

Noah bajó ligeramente la mirada, reflexionando sobre aquellas palabras. Por duras que fueran, las enseñanzas del emperador eran lógicas y ciertas, un recordatorio de la dureza del mundo que lo rodeaba.

—Puedes llevarme a mis aposentos, Adam —dijo Damián, su tono autoritario ligeramente apagado, como si incluso las palabras le costaran esfuerzo.

Adam se levantó al instante, su mirada fija en su hermano. Aunque Damián mantenía su porte regio y orgulloso, Adam podía percibir la debilidad detrás de esa fachada. Su postura rígida, el leve temblor en sus manos al apoyarse, incluso la forma en que evitaba prolongar sus palabras, todo lo delataba. No era la primera vez. Damián siempre había sido vulnerable al frío, y Adam conocía demasiado bien los efectos que un simple resfriado podía tener sobre él.

—Deberías cuidar mejor tu salud, Damián —comentó Adam con voz neutral, acercándose para sostenerlo. Su mirada era fría, pero sus acciones hablaban de una preocupación que nunca admitiría en voz alta.

Damián frunció el ceño, pero no se resistió al apoyo de su hermano. Aunque odiaba mostrar debilidad, sabía que con Adam no había necesidad de fingir. Adam siempre estaba ahí, silencioso pero constante.

Mientras lo guiaba hacia sus aposentos,

Damián se largó del lugar con pasos firmes, pero su andar delataba una incomodidad que no podía ocultar. La interrupción de Noah había roto el momento que compartía con su hermano, y aunque no lo expresó en palabras, su frustración era palpable. Sus labios se tensaron en una línea delgada mientras su mirada se clavaba en el pasillo frente a él, intentando mantener la compostura que se esperaba de alguien en su posición.

Adam lo observó en silencio mientras lo seguía con paso tranquilo.