Los suaves rayos del sol se colaban por los cortinajes de la habitación, iluminando el rostro dormido de Ellian. Poco a poco, el pequeño abrió los ojos, sus parpadeos lentos mientras se acostumbraba a la luz del día. Lo primero que vio fue el rostro cálido y sonriente de su madre, Rose, que estaba inclinada sobre él.
—Has despertado —murmuró Rose con ternura, sus delicadas manos acercándose para acariciar las mejillas sonrosadas de su hijo.
mientras él balbuceaba con curiosidad. Era un momento de tranquilidad que Rose apreciaba profundamente.
Sin embargo, esa calma fue interrumpida por la entrada de dos sirvientas imperiales. Ambas llevaban uniformes impecables, pero una de ellas, más joven, parecía particularmente segura de sí misma. Con pasos decididos, se acercó a Rose, inclinándose levemente, aunque su tono al hablar carecía de la deferencia adecuada.
—Lady Rose, por orden del emperador, nos encargaremos personalmente de atender al joven maestro Ellian. —La sirvienta alzó ligeramente la barbilla, dejando entrever una pizca de arrogancia—. Es nuestro deber como sirvientas imperiales asegurar que reciba el cuidado adecuado.
Rose levantó la mirada, sus ojos dorados observando a la joven con calma, aunque detrás de esa fachada serena había una chispa de descontento. Acarició el cabello de Ellian una última vez antes de levantarse, llevando a su hijo en brazos. Su postura era impecable, irradiando dignidad y autoridad.
—Eso no será necesario. Soy su madre. Nadie cuidará de mi hijo mejor que yo —respondió Rose con una voz suave pero firme.
La sirvienta joven frunció ligeramente el ceño, como si las palabras de Rose no fueran más que una molestia en su camino.
—Con todo respeto, mi lady, estas son órdenes directas del emperador. No es común que una madre se encargue personalmente de estas tareas. Nuestro deber es asegurar que el joven maestro esté bien cuidado, según los estándares de la corte imperial.
El ambiente en la habitación cambió. Rose estrechó ligeramente a Ellian contra su pecho, su expresión manteniéndose serena, pero sus ojos dorados adquirieron un brillo peligroso. Dio un paso hacia la sirvienta, obligándola a inclinarse ligeramente por instinto.
—Dime, ¿quién soy yo? —preguntó Rose, su tono aún tranquilo, pero con un filo que hacía que cada palabra pareciera una advertencia.
La sirvienta, sorprendida por la pregunta, titubeó antes de responder:
—Usted… usted es la esposa del archiduque, mi lady.
Rose dejó escapar una ligera risa, sin apartar su mirada de la joven.
—Correcto. Pero también soy Rose Vicentino, condesa de mi propia casa noble, y madre de este niño. Mi linaje no solo es noble, es antiguo y respetado. Así que, antes de permitir que me hables como si estuvieras por encima de tu lugar, te sugiero que recuerdes con quién estás hablando.
La sirvienta joven intentó mantener la compostura, pero su rostro traicionó su nerviosismo. Su compañera, más mayor y experimentada, tiró discretamente de su brazo, intentando advertirle que no continuara.
—Mis disculpas, mi lady, no quise faltarle al respeto —dijo finalmente, inclinando la cabeza.
Pero Rose no había terminado. Su tono se volvió más severo, dejando claro que no aceptaría ninguna falta más.
—El emperador puede haber dado esa orden, pero mi hijo es mi responsabilidad. Nadie tiene más autoridad sobre Ellian que yo, y no permitiré que una sirvienta, por muy imperial que sea, pretenda imponer su voluntad en esta casa. Retírense, ambas, y asegúrense de recordar su lugar la próxima vez.
La joven sirvienta inclinó la cabeza una vez más, sus mejillas enrojecidas por la vergüenza, antes de apresurarse a salir de la habitación con su compañera.
Rose se giró hacia Ellian, que la observaba con sus grandes ojos curiosos. Aunque era demasiado pequeño para comprender lo que había sucedido, podía sentir la calidez y la fuerza de su madre.
—No permitiré que nadie te quite de mis brazos, Ellian —murmuró Rose con ternura, volviendo a sentarse junto a la cuna y acomodándolo en su regazo.
Ellian, mientras balbuceaba y jugueteaba con un mechón del cabello de su madre, pensaba en silencio: "Mamá siempre estará ahí para protegerme… pero no sabía que podía ser tan impresionante."
Desde el umbral de la puerta, Adam había presenciado todo el intercambio en silencio. Una leve sonrisa se formó en sus labios mientras se apoyaba contra el marco, cruzando los brazos.
Sus pasos eran silenciosos, pero su mirada estaba fija en su esposa e hijo.
—Rose —dijo con su tono habitual, bajo y calmado, al tiempo que cerraba la puerta detrás de él.
Rose lo miró, su expresión tensa suavizándose al instante. Suspiró, dejando entrever un leve cansancio, pero también una determinación inquebrantable.
—Adam, esto no es un lugar seguro para Ellian. Mientras permanezcamos en la corte imperial, él estará en constante peligro. Si permito que alguien más lo cuide, si confío en manos inexpertas, temo lo peor. Ya hemos enfrentado demasiado.
Adam se acercó lentamente, sus ojos carmesí reflejando una mezcla de comprensión y preocupación. Se arrodilló frente a su esposa, tomando sus manos con firmeza pero también con una delicadeza que solo él podía mostrar.
—Rose —comenzó, su voz más suave de lo habitual—, entiendo tus miedos, y créeme, los comparto. Pero el emperador ha dado una orden. Quiere que nos quedemos en la ciudad imperial por unos meses. Dice que es por nuestra seguridad… por los monstruos que han estado atacando las regiones externas del imperio.
Rose lo miró fijamente, sus ojos dorados buscando respuestas en los de Adam. Aunque confiaba plenamente en él, sabía que su lealtad hacia el emperador a veces lo ponía en situaciones difíciles.
—¿Seguridad? —repitió Rose, con una leve nota de escepticismo en su voz—. ¿Qué seguridad puede haber aquí cuando incluso dentro del palacio hay personas que no podemos confiar?
Adam apretó ligeramente sus manos, manteniendo el contacto visual con ella
mirándola directamente a los ojos, su tono lleno de calma y determinación.
—Por eso estoy aquí. Mientras estemos en la ciudad imperial, nadie se acercará a Ellian sin nuestro permiso. Yo mismo supervisaré cada detalle, cada persona que entre en contacto con él.
Rose mantenía su mirada fija en Adam, buscando alguna señal de duda, pero solo encontró convicción. Antes de que pudiera responder, Adam continuó, bajando un poco la voz como si quisiera evitar que incluso las paredes escucharan.
—Y hay algo más que debes saber. La Orden Oscura no podrá llegar a Ellian aquí. El palacio está rodeado de artefactos sagrados que repelen a los magos oscuros. Esa es una de las razones por las que el emperador insiste en que nos quedemos. Por ahora, este lugar es seguro.
Rose inclinó la cabeza ligeramente, procesando la información. Aunque la idea de estar protegidos dentro del palacio le brindaba algo de consuelo, su mente calculadora ya estaba buscando posibles fallos en esa seguridad.
—¿Por el momento? —preguntó, con un deje de preocupación en su voz—. ¿Qué pasa después, Adam? No podemos depender de esta protección indefinidamente.
Adam asintió, reconociendo la validez de su inquietud. Dio un paso hacia ella, manteniendo a Ellian en su campo de visión mientras dormía tranquilamente en su cuna.
—Estoy trabajando en ello. Estoy diseñando un sistema similar de protección para nuestro territorio. Artefactos que puedan repeler no solo a los magos oscuros, sino cualquier amenaza que intente cruzar nuestras fronteras. Pero necesito tiempo, Rose. Los materiales y el conocimiento para crearlos no son fáciles de conseguir. —Hizo una pausa, buscando sus palabras con cuidado—. Mientras tanto, este es el lugar más seguro para Ellian.
La mención de la Orden Oscura siempre traía consigo un frío nudo en su estómago, un recordatorio de su propia historia y los peligros que esa organización representaba.
—Confío en ti, Adam. Pero esto tiene que ser temporal.
Adam extendió una mano hacia ella, rozando suavemente su mejilla con sus dedos.
—Nuestro hogar será seguro, Rose. Te lo prometo. Pero, por ahora, tenemos que ser pacientes.
Rose suspiró, relajando los hombros mientras asentía. Su mirada se suavizó cuando volvió a posarse sobre Ellian.
—Ellian no debe cargar con estos peligros. Es demasiado pequeño.
Adam se acercó a la cuna, inclinándose para observar a su hijo
Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, una rareza en su rostro normalmente imperturbable.
—Es por eso que hacemos todo esto. Para que él crezca sin miedo
Rose observó cómo Adam ajustaba la manta de Ellian, asegurándose de que estuviera cálido y cómodo. En ese momento, supo que las palabras de su esposo no eran solo promesas vacías
Noah había entrado en silencio, como era su costumbre, y aunque sus pasos eran ligeros, no pudo evitar escuchar las palabras que compartían sus padres en el cuarto de Ellian. Se detuvo unos segundos, escuchando con atención desde el umbral, comprendiendo la gravedad de la situación. Aunque aún era joven, entendía que el bienestar de su hermano menor era la prioridad para sus padres.
"Ellian no debe cargar con estos peligros. Es demasiado pequeño."
Las palabras de su madre resonaron en su mente mientras se retiraba cuidadosamente para no interrumpir el momento íntimo de su familia. Con su expresión estoica, pero el corazón cargado de pensamientos, decidió dirigirse a un lugar que siempre lo había reconfortado: la biblioteca.