Era una mañana tranquila en la mansión Kafgert. Adam estaba en su estudio, revisando documentos, cuando Hubert, el mayordomo principal, entró con una carta en mano. Su expresión solemne llamó la atención de Adam de inmediato.
—Mi señor, ha llegado una carta de la familia imperial. —Hubert extendió la carta lacrada con el sello del emperador.
Adam levantó la vista, dejando a un lado los documentos, y tomó la carta. El sello rojo brillante con el emblema del imperio no dejaba lugar a dudas: era un mensaje oficial de su hermano, el emperador Damián. su expresión permaneció neutral, pero había una leve tensión en sus ojos.
Abrió la carta con cuidado, desdoblando el fino papel. Los trazos elegantes y firmes de la escritura de Damián llenaron sus ojos mientras leía en silencio. Su expresión permaneció neutral, pero algo en su postura se tensó ligeramente.
"Querido Adam,
Es un placer dirigirme a ti y a tu familia en este momento especial. Han pasado ya varios meses desde la última vez que nos vimos, y he escuchado con gran interés las noticias sobre el nuevo miembro de tu familia, el pequeño Ellian.
Tu familia siempre ha sido motivo de curiosidad para mí, Adam. La mujer que elegiste como esposa, tus hijos... forman algo que nunca esperé de ti. Pero creo que ya es hora de que conozca a ese maravilloso hijo.
Por ello, te invito formalmente a la corte imperial. Será una oportunidad para fortalecer nuestros lazos, compartir momentos como hermanos y, por supuesto, conocer al joven Ellian.
Espero tu llegada con ansias,
Damián, Emperador del Imperio Surean
Adam cerró la carta y la dejó sobre el escritorio con cuidado. Su expresión era difícil de leer, pero había una leve tensión en su mandíbula. Hubert, observándolo desde un lado, preguntó con prudencia:
—¿Alguna instrucción, mi señor?
Adam asintió lentamente, recogiendo sus pensamientos.
—Prepara a la familia. Viajaremos a la corte imperial.
Hubert inclinó la cabeza y salió del estudio sin decir nada más.
Más tarde ese día, Adam reunió a su familia en el salón principal. Rose estaba sentada junto a Ellian, sosteniéndolo en brazos, mientras Noah se mantenía de pie a un lado, con su postura habitual de calma y atención.
—Recibí una carta del emperador —comenzó Adam, con su voz firme pero tranquila—. Nos ha invitado a la corte imperial. Quiere conocer a Ellian y fortalecer los lazos familiares.
Rose alzó una ceja, su tono medido pero cargado de significado.
—¿Curiosidad por nuestra familia? No sé si debo sentirme halagada o preocupada.
Adam miró a su esposa, comprendiendo sus reservas.
—Es una invitación formal. Rechazarla podría interpretarse como un insulto
Noah intervino, su voz fría pero reflexiva.
—El emperador no suele actuar sin un propósito. Si quiere conocernos, es porque hay algo más detrás.
Rose apretó a Ellian contra su pecho, su expresión llena de preocupación.
—¿Crees que podría ser peligroso para Ellian? —preguntó.
Adam se acercó a ella, colocando una mano tranquilizadora en su hombro.
En los días siguientes, la mansión Kafgert se llenó de actividad. Sirvientes preparaban las pertenencias necesarias para el viaje,
El viaje hacia la corte imperial fue largo, pero tranquilo. Adam lideraba la caravana, con Noah montando un caballo a su lado. Rose viajaba en el carruaje con Ellian.
La familia Kafgert llegó al palacio imperial bajo la vigilancia de los guardias. Las majestuosas puertas doradas se abrieron para recibirlos, y Adam avanzó con su usual porte firme, acompañado de Rose, que llevaba a Ellian, y Noah, siempre impecable en su comportamiento.
El emperador Damián, en el trono, se levantó al ver a Adam. Su sonrisa, aunque perfectamente medida,
—Adam —dijo, extendiendo los brazos en un gesto de bienvenida—. Siempre es un placer verte.
Adam inclinó la cabeza, su tono formal.
—Majestad, el placer es mío.
Damián bajó del trono, caminando hacia su hermano. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, parecían suavizarse cuando se encontraron con los de Adam.
—Deja la formalidad, por favor. Aquí somos familia.
Sus ojos se desviaron hacia Ellian, quien balbuceaba y jugaba con un mechón del cabello de Rose—. Este debe ser Ellian. Se parece mucho a su padre
Adam sonrió ligeramente
- Estoy seguro de que crecerá para ser alguien digno de nuestra familia.
Rose, observando el intercambio, sintió una incomodidad que no pudo explicar del todo. Damián se volvió hacia ella, manteniendo su compostura.
—Lady Rose, siempre es un honor tenerla aquí. Su presencia ilumina esta corte.
Rose inclinó la cabeza, respondiendo con cortesía.
—Gracias, Majestad. Estamos agradecidos por su hospitalidad.
.....
Mientras tanto en
Los aposentos privados del emperador , usualmente fríos y llenos de la formalidad que el cargo de emperador exigía, ahora se sentían extrañamente cálidos, La luz de las velas parpadeaba, proyectando sombras que danzaban por las paredes, mientras el ambiente se cargaba de emociones que hasta entonces habían permanecido cuidadosamente ocultas.
Adam permanecía de pie, su postura firme y su semblante inquebrantable, mientras Damián, sentado frente a él, sostenía su copa de vino. Su mirada fría e impenetrable comenzaba a desmoronarse, revelando destellos de una vulnerabilidad que rara vez permitía ver.
—Espero que nunca lo olvides, Adam —dijo Damián, su tono bajo pero cargado de significado—. Porque si algún día me traicionaras… no habría rincón en este mundo donde pudieras esconderte.
El silencio que siguió fue pesado, cargado de una tensión que ninguno de los dos se apresuró a romper. Adam finalmente respondió con su voz habitual, tranquila pero firme.
—Nunca te traicionaría, Damián.
Damián lo observó por un momento, sus ojos buscando algo más en los de Adam, como si intentara confirmar que esas palabras no eran solo una promesa, sino una verdad absoluta. Finalmente, asintió, dejando escapar un suspiro.
—Eso es lo que deseaba oír —dijo, y por primera vez en mucho tiempo, una leve sonrisa suavizó su rostro.
Se acercó a Adam, su mirada, habitualmente fría y calculadora, transformándose en algo inesperadamente cálido. Alzó una mano y comenzó a juguetear con los mechones largos del cabello de Adam, un gesto que parecía íntimo y fuera de lugar para alguien como el emperador.
—Te extrañaba tanto… —susurró Damián, su voz cargada de una emoción que rara vez permitía asomar.
Adam se mantuvo inmóvil, permitiendo el contacto sin apartarse, pero sin corresponder del todo. Sabía que para Damián, estos momentos eran más que simples gestos; eran una ventana a la humanidad detrás de la fachada de un emperador intocable.
Damián dejó caer la copa de vino sobre la mesa sin siquiera mirarla y envolvió a Adam en un abrazo. No era un gesto calculado ni lleno de autoridad; era un abrazo desesperado, casi infantil, como si en ese momento quisiera aferrarse a la única persona que consideraba constante en su vida.
—Eres lo único que me sostiene, Adam —murmuró Damián, su rostro escondido en el hombro de su hermano. Su tono, aunque suave, llevaba el peso de años de emociones contenidas—. Lo único que hace que todo esto valga la pena.
Adam permaneció inmóvil, dejando que Damián se aferrara a él. La intensidad del momento lo desconcertaba, pero su carácter práctico lo obligaba a responder con calma. Colocó una mano firme en el hombro de Damián, devolviendo un leve gesto de consuelo, aunque en su interior intentaba comprender la profundidad de esas palabras.
El silencio se alargó, roto únicamente por la respiración irregular del emperador, que poco a poco comenzó a estabilizarse. Finalmente, Damián susurró, con una voz apenas audible:
—Quiero dormir… quédate a mi lado un poco más.
Adam no dijo nada. En lugar de responder, pasó un brazo bajo los hombros de su hermano, alzándolo con cuidado. A pesar de la autoridad que Damián proyectaba en todo momento, en ese instante parecía más ligero, casi frágil.
Con pasos medidos, Adam lo llevó hacia la cama imperial, cuyos tejidos finos y almohadas bordadas contrastaban con la vulnerabilidad que el emperador mostraba. Lo recostó con cuidado, acomodando las mantas alrededor de su cuerpo, asegurándose de que estuviera cómodo.
Damián lo observó a través de párpados entrecerrados, su mirada todavía suave, despojada de su habitual frialdad.
—Gracias, Adam… —murmuró, sus palabras desvaneciéndose mientras el sueño comenzaba a reclamarlo.
Adam se quedó de pie junto a la cama durante unos momentos, observándolo en silencio. Había algo en la figura dormida de Damián que lo hacía parecer más humano, menos el emperador intocable que el mundo veía. Pero Adam sabía que esa vulnerabilidad era un lujo que Damián solo se permitía ante él.
Después de asegurarse de que su hermano estuviera profundamente dormido, Adam dio media vuelta y salió del cuarto en silencio, cerrando la puerta con cuidado detrás de él. Mientras caminaba por los pasillos oscuros del palacio, su mente volvía una y otra vez a las palabras de Damián.
"Eres lo único que me sostiene…"
Adam no podía evitar preguntarse cuánto tiempo podría llevar ese peso sin quebrarse.