El sonido de la bofetada hacía su actual novio llamó la atención de los transeúntes de la zona, algunos murmuraban y otros empezaban a grabar con sus celulares aquella escena.
«¡¿Es en serio Jaime?! ¿Con Romina?» exclamó molesta, indignada y sobre todo traicionada. Todo parecía ir bien en aquella relación, sin embargo, bastó una fotografía para que la mentira se quebrara.
El hombre empezó a reírse mientras cubría con sus manos su mejilla derecha que estaba hinchada y amoratada.
«Ese es el problema contigo, eres como un simio» comentó «no eres para nada femenina».
El rostro de Alicia se heló. Él no sabía la cantidad de dinero que ella gastó en perfumes, ropa, maquillaje y toda clase de productos que nunca hubiera comprado si no fuera porque sabía que el tipo de novia ideal que su novio tenía en mente era la "típica mujer femenina con piel de porcelana".
«Eres un idiota...» le respondió aguantando el nudo en su garganta.
Sí, estaba sumamente enojada, pero también sentía dolor, ese mismo que se enredaba con su llanto en su garganta y le impedía hablar bien.
«¿Sabes qué? Me alegra que te hayas enterado. Tenía pensado romper contigo desde hace tiempo, pero no sabía muy bien cómo. Bueno, supongo que eso es todo» dijo rascando su nuca.
Alicia miró como se iba del lugar mientras le daba la espalda, no obstante, ella no se quedó sólo de pie. sino que agarró una lata de refresco que estaba tirada en el piso y se la aventó con todas sus fuerzas, golpeando en la cabeza del objetivo.
«Está loca…» pensó asustado, empezando a correr entre la multitud.
«¡HIJO DE PERRA, BASTARDO!» gritó siguiéndolo, mas fue iútil, pues al poco rato lo perdió de vista.
Al no poder atrapar a su exnovio, Alicia regresó a su casa. Toda la tarde se la pasó tumbada sobre su cama, con sus cabellos largos y negros endredados, su pijama y la cara demacrada. No quería moverse aunque sabía que tenía que preparar la cena para su madre y hermana, quienes trabajaban sin parar mientras ella se encargaba de los quehaceres del hogar tras decidir tomarse un año sabático a mitad de la carrera de Administración de empresas.
«Ni que él fuera la última botella de agua en medio del desierto, hay mejores» dijo levantándose, encendió su celular y entró a una página web de noticias.
La primera que apareció tenía por encabezado "De las letras a la pantalla grande, El canto de mi amor tendrá adaptación al cine".
«¿En serio? ¿No será Fake New?» pensó dando clic en el anuncio.
"La exitosa novela Web, "El canto de mi amor", la cual ha tenido un éxito rotundo en sus ventas tras su impresión y un web comic ya finalizado. Ahora tendrá adaptación al cine, declaró el estudio VONS en su reciente anuncio de los próximos proyectos."
Alicia siguió leyendo, no podía creerlo. A medida que avanzaba en la nota sus ojos se iluminaban y aquella tristeza que sentía se esfumó.
«¡ESTO ES INCREÍBLE!» gritó contenta y brincó sobre el colchón.
"El canto de mi amor", una novela web de romance y fantasía, la cual narra la historia de un príncipe que se enamoraba de una joven esclava, la cual había sido una noble antes de ser vendida. Ambos luchan por ser felices juntos y tras varios percances y obstáculos logran ser felices y crear un gobierno próspero en el reino de Thési.
«Recuerdo que incluso leí el web cómic, pero debido a que omitían demasiadas partes e incluso cambiaron la personalidad de mi hermoso Haure a una más dócil lo dejé de leer» pensó para finalmente levantarse de su cama. «Bueno, esto me ha levantado el ánimo, así que voy a cocinar».
Al abrir la puerta de su habitación, Alicia no se percató de la gotera que constantemente caía antes de bajar las escaleras. Una pequeña imperfección en aquel viejo y espacioso departamento que les había dejado como único patrimonio su padre antes de fallecer.
Comenzó poniendo en la sartén alas de pollo empanizadas con migas de pan tostado, preparó una salsa de mango con habanero y un poco de pico de gallo para acompañar. Además de arroz y frijoles refritos.
«Espero que lleguen pronto porque ya tengo hambre» dijo mirando todo lo que acababa de preparar, se sentía orgullosa de lo mucho que había aprendido, pues en sus recuerdos todavía estaba aquella olla express destruida.
De la nada, una melodía que decía "Ay ay ay, you can fly like butterfly" se escuchó desde su habitación, era su celular sonando.
«Maldición, olvidé mi celular en mi cuarto» .
A prisas subió las escaleras, sin percatarse de que había pisado un charco de agua, mojando sus sandalias.
«¿Bueno?» dijo al contestar la llamada.
«¡Oh, cariño! Estoy acá abajo con tu hermana ¿podrías venir a ayudarnos?» preguntó la madre.
«Sí mamá ¿Ocurrió algo?».
«No es nada, simplemente traemos un montón de cosas, ya sabes, hoy cobramos y decidí aprovechar para pasar por las ofertas».
«¡Te trajimos mercancía de esa novela que tanto te gusta!» se escuchó decir en voz alta a la hermana de Alicia al fondo de la llamada.
«Ya veo. Ahora mismo voy».
Su familia siempre había sido cariñosa y gentil. No importaba que pasara, siempre era reconfortante escuchar la voz de su amable madre o la de su bromista hermana.
La joven salió del departamento para bajar por el ascensor, no obstante, este estaba fuera de servicio como lo está regularmente.
«Nada sirve en este lugar» dijo molesta, alzando los hombros en señal de resignación para luego tomar las escaleras.
Sin embargo, sus pies se encontraban todavía húmedos por caminar junto a la gotera cerca de su habitación, por lo que al dar unos cuantos pasos su pie izquierdo resbaló sobre su propia sandalia.
No pudo reaccionar a tiempo, así que cayó. El fuerte ruido del impacto llamó la atención de los vecinos. Pronto las escaleras se llenaron de gente y el sonido de una ambulancia, acercándose al edificio.
«¿Qué?» pensó Alicia confundida a la par que empezaba a perder el conocimiento. Su mirada nublada sólo le permitía ver las siluetas de las personas a su alrededor, quienes hablaban, pero no podía ni siquiera distinguir lo que decían. «Cierto... la gotera» pensó. Sus ojos se cerraron por completo y pronto el bullicio dejó de ser perceptible.
«Así que tú eres mi reemplazo» escuchó decir a una voz masculina, burlona. «Bueno, te deseo suerte. A partir de ahora ya nada es mi problema...»
Alicia abrió los ojos de golpe, el sonido de las manecillas de un reloj y sus latidos eran lo primero que oía.
«¿Dónde estoy?» fue lo primero que salió de su boca mientras se incorporaba sobre la cama. Sin embargo, apenas oyó su propia voz tapó su boca. Su voz ahora era ligeramente más grave, lo cual la llevó a percatarse de otros detalles.
Sin pensarlo dos veces se levantó de la cama, la cual era más grande de lo que pensaba.
Tocó su piel, fría y pálida. Sus brazos eran sumamente delgados al igual que todo su cuerpo, a pesar de la ropa de noche que llevaba puesta podía ver que estaba casi en los puros huesos, pues las clavículas resaltaban al igual que los huevos de sus hombros, codos y rodillas. Su sorpresa sólo fue en aumento al tocar su pecho, pues no tenía nada, ni un rastro de busto. Sin embargo, lo que le hizo pegar un grito fue el ver debajo de su pantalón al sentir un bulto.
Ya no era una mujer, al menos biológicamente ya no lo era.
«¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando?» murmuraba con la voz temblorosa.
Pronto su corazón empezó a latir demasiado rápido y su cabeza daba de vueltas, no podía mantener sus propios pensamientos en orden y su respiración comenzaba a fallar.
«¡JOVEN AMO!» gritó una joven, quien al entrar y mirar el rostro de angustia del joven frente a ella corrió a disolver una píldora color morado en un vaso de agua, tornando el líquido a un tono rojizo. «Beba esto».
La joven vestida de sirvienta lo ayudaba a beber, con cuidado y amabilidad a la vez que lo guiaba para sentarlo sobre la orilla de la cama.
Aquella sensación de muerte dejó el cuerpo y Alicia pronto volvió en sí.
«Muy bien, con calma... ¿ya está mejor?» preguntó gentilmente la señorita de ojos verdes y cabello castaño cuya belleza era tierna y dulce.
«Si, muchas gracias...» respondió Alicia, respirando todavía un poco agitada.
Al mirar el rostro de la joven que le había ayudado pudo ver con más claridad las facciones infantiles de esta, sus grandes ojos verdes y sus rizos castaños. Era como si una muñeca estuviera frente a ella.
«Qué linda...» pensó.
«Me alegra que esté mejor. Aún así solicitaré que llamen a Lady Eleonor para que venga a revisarlo lo más pronto posible, joven amo. Si me disculpa, me retiro» dijo la joven haciendo una reverencia y saliendo de la habitación.
Alicia miró el cajón de dónde había sacado el medicamento la señorita. Curiosa, lo abrió para ver lo que había dentro.
Un bote de plata con lo que parecían bombones cubiertos de chocolate, un frasco con todas las píldoras iguales a la que le había disuelto la joven de hace un momento, unos pergaminos sin nada escrito, tinta y un espejo precioso decorado con lo que parecía ser detalles de oro blanco.
Alicia tomó el espejo y miró su reflejo, observando su nuevo rostro. A pesar de lucir enfermo y débil, sus ojos azules destacaban por encima de todo, incluso si eran ligeramente opacados por las ojeras. Su cabello quebradizo era de un color extrañamente similar al color del plumaje de un azulejo índigo. Un ave de tonos negros y azules similar al cuervo.
«Este... ¿Este soy yo?»
Palpó su rostro tratando de averiguar si no era una ilusión, pellizcó su mejilla pensando que era un sueño y miró por todos lados pensando que quizás era una broma o un programa de televisión de cámara oculta. Mas la realidad era esa, ya no era Alicia, ahora era alguien más, pero no sabía quién.
Al observarse con más detenimiento pudo notar que debajo de su camisón había una marca que se asomaba sobre su pecho en el lado izquierdo. Levantó la camisa y con ayuda del espejo miró con detalle.
"Al romper la parte superior de la camisa durante el forcejeo, su mirada contempló una marca rojiza, quizás una marca de nacimiento, cuya peculiar forma era semejante a la de una rosa."
«Así que soy... ¿Alan?» dijo al recordar un fragmento de "El canto de mi amor".
"Toc toc toc" sonó la puerta. Alicia guardó de inmediato el espejo en el cajón y dio permiso de pasar. Era una mujer elegante, vestida de negro y detalles de encaje morado, tocado de plumas y peinado extravagante.
«Me dijo tu sirvienta que tuviste otro ataque así que vine» dijo la mujer sentándose a lado de Alan, colocando sin preguntar su mano sobre el pecho plano y flaco. Cerró los ojos y una extraña luz empezó a emanar de la mano de la dama, color púrpura, cómo si viera una galaxia lo podría describir Alicia.
«Increíble...» pensó, mirando la luz con asombro y admiración.
La mujer abrió ligeramente los ojos, cambiando su mirada, que en un inicio era indiferente y ahora se había vuelto curiosa y desconfiada.
«Al parecer todo está en orden, sólo no deje de tomar la medicina como le indiqué la vez anterior».
La dama se levantó de la cama, acomodando su tocado de plumas y caminando hasta la puerta mirando por el rabillo.
«Por cierto, ¿no le parece que el día de hoy es sumamente hermoso?» dijo la dama esperando una respuesta.
«¿Eh? supongo que sí...» respondió confundida.
Una vez que la mujer observó la expresión de desconcierto en el rostro del joven, mostró una sonrisa falsa, misma que pasó desapercibida por Alicia. Luego salió con calma de la habitación, haciendo una reverencia.
Una vez que los pasos de Lady Eleonor empezaron a sonar menos, Alicia suspiró de alivio.
«Alan Meddich...» Murmuró.
Todo comenzaba a tener sentido. El medicamento extraño, la habitación fría e incluso Doris, la joven sirvienta. Alicia ya no era ella, sino que ahora estaba dentro del cuerpo del villano y antagonista principal de "El canto de mi amor", el despiadado Alan Meddich.
Sí, no había duda de ello, ahora era el incontrolable Alan Meddich, hijo único de los duques del Norte y principal antagonista de la historia que tanto amó.
En la novela, aparece como un joven melancólico, quien luego de vivir por años con una extraña enfermedad, conoce y se enamora de la protagonista de la historia, mismo amor lo ayuda a sobrellevar sus síntomas. Sin embargo, al no ser correspondido y en un arrebato acaba con el ducado del Norte y toma bajo un golpe de estado al reino entero de Thési. Al final, Alan muere atravesado por la espada santa, cuyo único fin es acabar con todo mal.
«Maldición...» murmuró mientras comía el desayuno que Doris le acababa de llevar.
«¿Sucede algo joven amo?».
»No es nada».
La comida lucía deliciosa a simple vista, pero su olfato era nulo y con cada bocado que daba, más insípido era el platillo en su paladar.
«Sabe horrible...» murmuró y siguió comiendo. «Aunque era de esperarse, después de todo Alan está enfermo hasta el final de la obra y por eso muchos fans especularon que se dejó matar cuando la espada santa lo apuntaba» pensó.
Tras acabar de comer, Alicia, o más bien Alan, se levantó de su cama con cuidado ayudándose de la sirvienta.
«Doris, por favor, alista algo sencillo que necesito salir a despejar mi mente».
«Pero joven amo... El duque podría preocuparse-».
«No creo que sea tan malo que salga unos cuantos minutos» interrumpió sin pensar mucho en las consecuencias que le traería no escuchar a la chica.
«Sí, joven amo» respondió la joven sin negarse.
De inmediato Doris seleccionó un conjunto simple, elegante y sobre todo cálido, junto con un abrigo de piel de oso cava minas, una de las criaturas más difíciles de cazar en el Norte de Thési. Ideal para un pequeño paseo por aquellas frías montañas.
«¿Desea que lo acompañen algunos guardias?»
«No gracias, quiero estar solo.»
«Pero...»
«No tienen que preocuparse, ni siquiera saldré de la mansión.»
Comenzó a caminar por el jardín de la mansión Meddich dejando atrás a la joven sirvienta junto con los guardias que ya estaban listos para escoltar al joven amo. Todos miraron desconcertados al hijo del duque caminar con pasos ligeros y suaves, alejándose y sin mirar atrás.
«¿El joven amo estará bien?» preguntó uno de los soldados.
«Yo creo que sí» comentó un hombre de cabellera rubia y ojos plateados, quien apenas llegaba a observar.
«Frederick...» dijo Doris en voz baja.
«Yo creo que el joven amo al fin empezó a mejorar» dijo con una sonrisa.
Todos asintieron, esperanzados de que al fin el joven amo empezara a recuperarse.
El lugar era tal cual se describe en la novela antes de ser destruido por la ira de Alan Meddich.
"Pérdida entre la nieve y los pinos, una mansión se alzaba sobre las colinas del ducado del Norte, el cual estaba bajo el mando del Duque Eduardo Meddich. Un hombre sereno que dedicaba sus días a cuidar de sus tierras y de la poca gente que habitaba allí."
«Entonces la mujer de antes era la bruja Eleonor» pensó caminando en círculos por el vasto jardín que era decorado con secciones de crocus y Coreopsis tinctoria, unas de las pocas flores que crecían en ese clima invernal. «Ella es quien enseña magia a Alan, pero desaparece misteriosamente apenas empiezan los acontecimientos del final... ¿Será buena idea seguir manteniendo contacto con ella?» pensó parada junto a un arbusto completamente seco. «Aunque ella es la única que produce medicina para esta rara enfermedad...»
Un pequeño copo de nieve heló la nariz descubierta de Alan, sacando de sus pensamientos a la nueva inquilina de aquel cuerpo. Había empezado a nevar, por lo que tenía que regresar a su habitación de inmediato.
«Cierto, este cuerpo es muy diferente al mío...» pensó para luego entrar nuevamente a la mansión, pues sus piernas estaban entumecidas y temblaba de frío a pesar del enorme abrigo que tenía puesto.
«Joven amo, Su alteza desea verlo» se apresuró a decirle Frederick, uno de los subordinados del duque, mientras Alan le daba su abrigo a uno de los sirvientes para que lo limpiaran y guardaran.
«¿Dónde está?» preguntó mirando al rubio.
«En su oficina, joven amo.»
Alicia tragó saliva, nunca esperó que tan rápido tendría una reunión con el duque Meddich, aquel que tenía tan pocos diálogos en la novela que era casi un personaje ausente.
Caminando por el pasillo llegó a la puerta de la oficina del Duque, tocó con cuidado la puerta y recibió un "adelante" desde adentro de la habitación.
«Buenos días padre» dijo tratando de sonar lo más sereno posible.
«Alan, me han dicho que has salido al patio, aunque estuviste delicado de salud esta misma mañana» dijo el señor mirando de reojo a su hijo por encima de los papeles que leía.
«Así es padre, no me sentía bien y salí a tomar un poco de aire fresco» respondió Alicia imitando lo que recordaba de la labia de Alan, aunque por dentro sus nervios la taladraban.
«Eres el futuro del ducado, no puedes simplemente descuidar tu salud y salir a "tomar aire"» dijo dejando a un lado los documentos «deberías de estar estudiando para ser lo suficientemente capaz de por lo menos administrar una hectárea.»
Alicia empezó a ponerse de malhumor con el discurso del duque.
«Ahora entiendo porqué Alan era insoportable, su padre era igual de necio. Me recuerda a mi maestro de matemáticas administrativas, siempre diciendo "¿y tú eres el futuro de este país?" cada que le entregaba un trabajo con el mínimo error» pensó mientras su cara demostraba el disgusto que sentía en ese preciso momento.
«¡ALAN MEDDICH! ¿ME ESTÁS PRESTANDO ATENCIÓN?» gritó el padre aventando un libro a la frente de Alan.
«Este viejo...» murmuró fastidiada, mirando con rabia al hombre. En sus ojos azules destellaba un ligero brillo carmesí y sus pupilas negras se estrecharon.
Siempre fue una chica con algunos problemas de temperamento, incluso intentó atravesar con un lápiz a una señora que intentaba robar una bolsa de papas cuando trabajaba en un minisuper.
El libro cayó al piso, sonando en seco y Alicia lo recogió del suelo con delicadeza. Estaba controlando su enojo y se aferraba al papel del Alan que ella conocía al inicio de la obra. Aquel que no tenía ni un pelo en la lengua para expresarse, pero siempre lo hacía con elegancia.
«¿Sabes? he soportado suficiente» dijo en voz tenue, que poco a poco fue alzando. «Sé que voy a morir miserable, así que por lo menos viviré como me plazca, hasta que mi cuerpo sea destrozado por completo por esta enfermedad» dijo «¡ASÍ QUE VETE A LA MIERDA VIEJO CENIL!»
El grito dejó a Frederick y a Doris, quienes estaban detrás de la puerta escuchando, desconcertados aunque ligeramente orgullosos.
«¡oh por...! »dijo la joven cubriendo su boca.
«Ya era hora» comentó el rubio sonriendo de orgullo.
El ambiente en la oficina era tenso, pero Alan parecía lo suficiente confiado a los ojos de su padre, fastidiando más al duque.
«¿Piensas que empezar desde cero es fácil?» preguntó el señor tratando de mantener su compostura, pero la vena sobre su sien no ayudaba.
«¿Y quién dijo que iba a empezar de cero?» dijo sacando una carta que había caído de aquel libro «Para eso tengo a mi madre, le pediré un préstamo y me iré».
Alan señaló sobre la carta el nombre de la remitente, Antonia Meddich, la duquesa del Norte.
El duque, molesto, envió de inmediato a su habitación a Alan, sacándolo de su oficina mientras le aventaba todo lo que pudiera lanzar.
«Bueno bueno querido padre, me despido de antemano» dijo en tono burlón saliendo de la oficina tratando de no ser golpeado por los objetos en el aire.
Los sirvientes miraron nerviosos la mirada satisfactoria de Alan.
«¿Qué hacen ahí? Empiecen a empacar mis pertenencias de inmediato.»
Al instante Doris y Frederick hicieron una reverencia diciendo "¡sí señor!" y de inmediato corrieron en direcciones diferentes solicitando los artículos que su joven amo iba a necesitar.
«Ahora que lo pienso, Antonia es una aliada del príncipe heredero, el protagonista...» pensó mirando por la ventana la nevada que ya había empezado. «No estoy segura de lo que pueda pasar...».
A la mañana siguiente, Alan se encontraba alistándose con ayuda de su sirvienta para emprender su viaje, un traje muy bien cuidado de telas finas mandado a hacer a la medida, junto con un abrigo hechizado que lo protegía del frío era lo que vestía.
«¿En serio se va a ir? Joven amo» dijo Doris melancólica.
«Por supuesto, ya me cansé de este clima tan deprimente y escuchar sermones sin sentido» alegó con molestía el joven. «Aunque la verdadera razón por la que me quiero ir es porque necesito buscar una manera de regresar a mi cuerpo original, no quiero morir tan joven» pensó.
«Entiendo que el clima aquí no sea el más idóneo para su salud, pero creo que debería considerarlo mejor» expresó la sirvienta mientras abría la puerta para su amo, sin embargo, al abrirla se encontraban dos guardias en la puerta que impedían el paso.
«¿Qué sucede?» preguntó Alan.
«Son órdenes de su alteza del duque» alegó aquel hombre robusto.
Alan apretó los puños, había actuado descuidadamente pensando que sería fácil salir de la mansión Meddich, no obstante, al parecer una de las causas por las que el verdadero Alan se comportaba tan melancólico era su padre. Quien no lo dejaba ir.