El canto de mi amor, una novela narrada desde la perspectiva de la protagonista principal.
Inicia durante el evento principal del festival del sol, el baile de Junio. Un baile increíblemente elegante donde nobles y comerciantes, tanto nacionales como extranjeros, conviven bajo el estricto criterio del anonimato, siendo la familia Real Ágape la única que destaca.
«¿Qué voy a hacer?» pensó Alan mirando por la ventana de su habitación en la posada a su gente, que se preparaba para retomar el viaje. «No puedo creer que Eve sea la protagonista, me confíe demasiado… ¿Cómo conseguiré que me diga hasta la capital?».
Luego de reunirse con aquella misteriosa voz, Alicia al fin tenía en claro qué su llegada hasta ese mundo de fantasía era un accidente y que, por supuesto, para volver con su familia necesitaba dejar todo en orden para que al regresar el verdadero Alan, la historia siguiera su rumbo natural.
Sumergido en sus pensamientos, no se percató que Eve había estado tocando la puerta desde hace rato y al no recibir respuesta alguna, había entrado.
«¿Sucede algo, señor?» preguntó la joven, tocando el hombro de Alan.
Él dio un brinco por el susto y volteó de inmediato a ver a la chica, misma que le llevaba una taza de té recién preparado.
«Ah, eres tú» dijo aliviado. «Perdón, estaba mirando mi carruaje» dijo señalando por la ventana.
«¿Se irá pronto?» preguntó con los ojos tristes.
«Si, tengo que reunirme a más tardar pasado mañana con mi madre» explicó sin rodeos.
«Ya veo... Bueno, fue un placer conocerlo» sonrío Eve con melancolía e hizo una reverencia. «Espero que le vaya bien».
Sí, así debía de ser. Él era un noble que simplemente la había ayudado para liberarse de su raptor, no existía un lazo más importante que los uniera en realidad.
«¿De qué hablas?» dijo Alan repentinamente. «Tú vienes conmigo» soltó.
Eve lo miró confundida.
«¿A- A qué se refiere?» preguntó nerviosa.
«Tenía pensado decirte antes, pero no tuve tiempo. Me gustaría que viniera conmigo a explorar la capital» dijo con una sonrisa. «Claro, si tú quieres».
Eve se estremeció emocionada, no esperaba que aquel joven noble le hiciera tal oferta.
«¡Por... por supuesto! Puede contar conmigo en este viaje» dijo y se arrodilló ante el noble.
«¿Qué? No, levántate. No me refería a que fueras mi empleada. Sino que quiero que seas mi acompañante» explicó.
La chica sólo alzó la cabeza aún más confundida.
«¿Acompañante?» dijo retrocediendo un poco.
«No me malentiendas, no pienso hacerte nada. Sólo necesito una "dama de compañía" que me ayude mientras estoy en la capital» explicó.
«Pero… para ello tiene a Doris, ella es una excelente empleada y lo quiere mucho» dijo inquieta. «Incluso lo cuidó mientras se encontraba inconsciente».
«Lo sé, pero ella ya tiene demasiado trabajo cuidando de mí y me gustaría que se divirtiera un poco más» dijo mostrándose amable.
«Pero… ¿por qué yo?» cuestionó aún desconfiando.
«Mmm… ¿No lo sé? Simplemente me das confianza» dijo alzando los hombros.
Eve cerró los ojos y puso su mano en su pecho, tratando de pensar en cuál sería la mejor opción para ella. No conocía del todo a Alan, pero él tampoco la conocía y aún así había confiado en ella la noche anterior.
«Diosa Zoi… Dime, ¿Qué debo hacer?» pensó y abrió los ojos lentamente. Al hacerlo, un extraño rayo de luz iluminó al joven, dándole un aura fuerte y decidida. «Bien, lo acompañaré» dijo firme, levantando su mano.
Alan sonrió y le dio un ligero apretón de manos.
Ambos asistieron con la cabeza y empezaron a discutir sobre el viaje.
«Bien, ahora sólo queda pensar la forma de que entre al baile de Junio» pensó Alan con una sonrisa astuta.
Por otra parte, a las lejanas del pueblo de Reift, cercano a las orillas de la capital, donde vivían pocos pueblerinos a las orillas del río, se encontraba la residencia y casa de verano de la familia Meddich, dirigida por la duquesa Antonia Meddich.
Allí, en una de las ventanas estaba sentado Lucas, mientras sentía el sol en su rostro y escuchaba discretamente la conversación entre la duquesa y el príncipe Haure Ágape.
«Lucas es un buen niño, su alteza real, me alegra mucho que me haya permitido ayudarlo» dijo la duquesa mientras le servían té.
«Yo soy quien le debe de agradecer, después de todo, muy pocos nobles aceptan hacerse cargo de un niño esclavo» dijo Haure mirando de reojo al menor.
«Usted debe de conocer mi postura respecto a la esclavitud, nunca me ha parecido correcto. Además, Lucas es sólo un niño, él no tiene la culpa si sus padres eran criminales o si lo vendieron».
«Sí, sin embargo, no puedo negar que también me llamó la atención que sus ojos estuvieran vendados».
«Mañana vendrán los magos sanadores a revisarlo, por lo que no tiene que preocuparse, su alteza real».
«Muchas gracias duquesa Meddich, pronto vendré a verlo de nuevo» dijo levantándose de su lugar.
«Si su alteza real, lo acompaño».
«No hace falta, mejor cuide de mi pequeño amigo».
Haure se despidió de la duquesa Meddich y de Lucas y se dirigió de regreso al palacio real sin ningún inconveniente. No obstante, apenas pisó la entrada del castillo fue interceptado por los guardias reales, quienes lo escoltaron hacía su oficina.
«Vaya, pero si mi querido hermano al fin aparece» dijo molesta la princesa Adelin, hija menor de la familia real y aparentemente única encargada de todos los pendientes delegados por los reyes a sus hijos.
«Ay Ade, Ade, ¿Estás enojada? Ven y dale un abracito a tu hermano mayor» canturreó Haure alzando los brazos y sonriendo bobamente. Aunque no pudo acercarse, apenas dio un paso sintió como su mejilla derecha comenzó a arder, su hermana le había dado una fuerte bofetada.
«¿Tienes idea de todo el trabajo que tengo por tu culpa y la del tío Arturo? » dijo molesta. «¡Llevo días enteros sin dormir!» exclamó señalando sus ojeras, las cuales estaban bien marcadas. «Lo único que te pido es que te encargues de organizar el maldito baile de Junio y ya, no hay más».
«Tienes la mano pesada…» se quejó Haure tallando su mejilla.
Adelin suspiró, sabía muy bien que ni por las buenas ni con sermones su hermano entendería, pero no quería molestar a sus padres, quienes estaban sumamente ocupados recibiendo y organizando todo lo demás del festival del sol.
«Mira, no vas a salir del palacio, mucho menos levantarte de ese escritorio hasta que acabes todo tu trabajo y si lo haces…» su mirada se volvió filosa e intensa «Yo misma me encargaré de que nuestros padres te quiten todos tus caballos y te confinen a tu oficina hasta el día de tu coronación» dijo amenazante agarrando de la camisa a su hermano.
Haure tragó saliva y abrió más sus ojos.
«Muy bien, muy bien, organizaré el baile» respondió sudando frío. Se dirigió a su escritorio, donde se sentó y se puso a hojear los documentos que lo estaban esperando desde hace tiempo, la princesa mofó victoriosa, hizo un ademán con su mano para sus séquito y salió de la oficina.
«¿Desde cuándo me obligan a servirle a la diosa Zoi?» pensó y bufó, empezando a realizar su trabajo.
El tiempo parecía ir lento, las manecillas del reloj en la pared de la oficina daban la impresión de pedir permiso para avanzar y a su vez, el trabajo acumulado daba la impresión de ser eterno. Haure empezó a jugar con sus pies a medida que se iba desconcentrando y daba uno que otro quejido, jugaba con sus rizos y garabateaba en cualquier hoja que encontrara.
Por otra parte, su asistente, Rudolf Somerset, entraba de vez en cuando a la habitación con nuevas órdenes que debía firmar y algunos permisos hechos por comerciantes que debía analizar minuciosamente.
«Rudolf…» dijo y bostezó.
«¿Si, su alteza real?»
«¿Cuánto falta?»
«Ya solo falta seleccionar el tema de esta ocasión y revisar las solicitudes de invitación de los comerciantes» respondió optimista.
«¡¿En serio?! Ay qué bueno, ya me estaba durmiendo. Bien, pasame todas las solicitudes que esto quedará en un santiamén» se arremangó la camisa y de manera optimista recibió las invitaciones, sin embargo, apenas Rudolf puso los papeles sobre la mesa su mirada de esperanza se esfumó. «Rudolf…».
«¿Si, su alteza real?»
«¿Cuántas invitaciones son?»
«Aproximadamente doscientas solicitudes, más aparte de las que ya se han aprobado por parte de la corona».
Haure se fue de espaldas apenas escuchó el número.
«¿Por qué no empecé con esto apenas me desperté?» pensó. No obstante, la imagen de Lucas se evocó en su memoria. Un rostro frágil y frío, prácticamente vacío por alguna razón que aún desconocía, pero que estaba dispuesto a escuchar en su debido momento. «No, no puedo arrepentirme» pensó y sonrió.
Pronto la noche se hizo presente, pero los pendientes aún seguían acumulados sobre su escritorio y al parecer no iban a parar dentro de poco. Cansado, Haure, dio un largo suspiro y miró como su asistente ya había caído dormido por completo, sonrió y en sus pensamientos le pidió perdón por ser un pésimo jefe.
«Quizás deba de tomar un poco de aire fresco» pensó, levantándose de su lugar y saliendo al balcón de su habitación.
La brisa fresca pegó sobre su rostro, el canto de los grillos resonaba entre el silencio pacifico de la noche y la luna iluminaba el cielo acompañada de miles de estrellas que se extendían entre la.
Sin embargo, esa serenidad de la noche se vió interrumpida por un extraño sentimiento de incertidumbre que le perforó el corazón. Haure tragó saliva y miró sobre su rabillo hacía la derecha.
«Diosa Zoi… » murmuró, manteniéndose firme y con voz baja.
Una mujer de piel luminosa, con cabellos largos que caían sobre su ser como una cascada de luz, pero con los ojos cubiertos por un velo . Se encontraba flotando a la orilla de su balcón con una sonrisa serena.
«Ha pasado un tiempo, príncipe Haure Agapy Zoi» dijo con una voz suave y relajada.
«¿Qué quieres?» preguntó en tono serio. «Se supone que estás en tu templo escuchando las oraciones de todos» miró de frente con el ceño fruncido.
«Si, pero me apetecía verte. Verás, tengo una misión sumamente importante para ti» dijo alzando su mano, mostrando un pétalo de rosa azul. Haure sólo saqueó su ceja e inclinó la cabeza. «La tierra ha hablado, me ha dicho que es hora de reconocer a tu amor predestinado ¿No te parece hermoso?» dijo con una sonrisa enorme, invadiendo el espacio personal del príncipe.
«No gracias, no me gustan mayores» dijo y se dio la vuelta, ignorando a la diosa.
«¡Espera! No seas tonto, claramente no soy yo» exclamó molesta.
Haciendo uso de su poder, chasqueó los dedos, inmovilizando a Haure. Un fuerte peso cayó sobre él y su cuerpo quedó postrado de rodillas antes de siquiera poder entrar a su oficina.
«¡Dejame ir, diosa loca!»
«Lo siento, pero tienes que escucharme» dijo mirando desde arriba al príncipe. «Dentro de poco este país se sumirá en el caos y solo tú enamorada será capaz de empuñar mi poder» explicó apretando con su puño el pétalo.
«Tienes que estar bromeando ¿no?»
«¿Me consideras una diosa bromista?» cubrió de inmediato la boca de Haure. «No respondas. Tienes que encontrar a una dama de ojos azules y protegerla con toda tu vida hasta que llegue el momento adecuado» dijo poniendo el pétalo en la frente del joven. «Espero mi estatua de oro puro cuando la profecía se cumpla, como un pequeño agradecimiento».
La diosa comenzó a desvanecerse en el aire y pronto Haure pudo recuperar su movilidad, respirando rápidamente.
Miró frente a él lo único que la diosa había dejado atrás, aquel extraño pétalo azul. Lo tomó entre sus manos y lo analizó con detalle.
Desprendía un ligero aroma y era suave al tacto, sin embargo, apenas lo apretó un poco más este parecía despintarse, dejando un color rojizo en las yemas de sus dedos.
«¿Cómo se supone que sepa quién es?» pensó molesto, aplastando más el pétalo que ya de por sí estaba maltratado.