El río corría con fervor, desprendiendo un fresco aroma que guiaba a los viajeros que buscaban llegar a la ciudad Alberani, mejor conocida como la Capital de Thési. Iluminada por el cálido sol y rodeada por bosques secos.
El viaje desde el pueblo de Reift había durado aproximadamente cuatro días y tres noches. Tanto los caballos como los choferes no habían tomado descanso alguno, resistiendo únicamente gracias a las pócimas que se habían preparado con antelación.
«La vista es realmente hermosa» dijo Eve mirando por la ventana del carruaje, observando con curiosidad sus alrededores, los cuales habían pasado de un seco árido a un ligero verde veraniego.
«Sí, ajá» respondió Alan, desinteresado. Se encontraba leyendo un libro titulado "El arte de planear" mientras apuntaba en su cuaderno rápidamente. «No puedo descansar ahora que ya logré convencer a la protagonista de venir conmigo. Tengo que buscar la forma de llevarla al baile de Junio a como dé lugar» pensó. «Aunque si lo pienso bien… En ese baile estará mi hermoso Haure…» sus pensamientos comenzaron a divagar, recordando al personaje principal de la novela. Aquel que la había enganchado a la novela en primer lugar y que se convirtió en su personaje favorito y tipo de hombre ideal. «¿Cómo fue que me fijé en ese sujeto?» pensó al recordar l "idiota" de su ex.
«¿Se encuentra bien, su alteza?» preguntó Eve.
«Sí… Y por favor, llamame Alan o joven Meddich, me incomoda que me digas "su alteza"» dijo enfatizando en el honorario.
«Pero… usted es el hijo de un duque» respondió incómoda.
«No hay problema» dijo.
«Bueno…» dijo Eve. «Ahora que lo pienso, es la primera vez que vengo a Alberani» comentó, tratando de desviar el tema.
«Sí, yo también» respondió Alan, dejando de escribir y mirando por un momento por la ventana, observando como pronto se empezaban a asomar entre los árboles las estructuras de diferentes construcciones, resaltando sobre todo el castillo real.
«Esa torre delgada que se logra ver desde aquí es la academia de magia Fewel» dijo emocionada Doris, sentada a un lado de Eve.
«¿Academia de magia?» preguntó Eve con los ojos brillantes.
«Así es Eve, en la capital no sólo viven los nobles y comerciantes, también se encuentran la academia de magia más importante de Thési, el castillo real y el convento San Ray dijo levantando los brazos, recordando cada sitio de Alberani.
«Conoces bastante bien la Capital, Doris» comentó Alan algo asombrado.
«Sí, yo solía vivir aquí antes de empezar a trabajar para usted, joven amo» dijo con nostalgia en su mirada.
«Ya veo» respondió un poco incómodo, quizás no debía preguntar, tal vez era un tema delicado para ella.
El resto del viaje continuó sereno y sin ningún inconveniente, pero todavía faltaba camino por recorrer.
Por otra parte, cerca de los prados a las orillas de la ciudad, se encontraba una de las tantas propiedades de la Duquesa Antonia Meddich. Aquella casa de verano estaba rodeada de pastos verdes y apartada de las demás viviendas de otros nobles. Allí, la duquesa podía sentarse a disfrutar de sus libros favoritos y comer postres deliciosos preparados por su excelente servidumbre, era el lugar ideal para pasar unas buenas vacaciones, no obstante, era el lugar de trabajo de la dama.
Dentro de una de las tantas habitaciones había un niño, pero a diferencia de otros este no jugaba ni corría como los demás, simplemente se sentaba a lado de la ventana a tomar el sol todos los días a la misma hora desde su llegada a aquella casa.
«Ese niño da mucho miedo» murmuró una de las sirvientas mientras barría.
«Todos los días viene y se sienta ahí, incluso la duquesa le trajo juguetes, pero ni los toca» comentó la otra empleada mientras fingía limpiar un jarrón.
«Es muy raro…»
El niño volteó al escuchar las voces de las féminas, haciendo que estas brincaran del susto y salieran rápidamente del lugar. Suspiró y siguió sintiendo el sol junto a la ventana.
«Qué mujeres más insufribles» pensó y luego sonrió «Lo bueno de todo es que pronto llegará Alicia. Me pregunto… ¿Qué clase de persona es?»
Para todo el que lo viera era un simple niño con los ojos vendados que lamentablemente nació siendo esclavo y eso era, no obstante, dentro de su ser no habitaba el alma de un niño como tal, sino la de un hombre de treinta y cinco años, un asalariado con una vida aburrida.
Ernesto Aranza, en su vida pasada había sido un excelente editor, partícipe de numerosas novelas. Sin embargo, su vida se acabó cuando sufrió un infarto fulminante tras ser despedido luego de repente. Pero lo que encontró al abrir los ojos no fue aquella luz prometida al final del túnel, más bien, encontró un contrato.
«Ese sujeto me dijo que tenía que encontrar a Alicia y serle útil» pensó recordando a aquella misteriosa voz que le ofreció una nueva vida, llena de prosperidad y paz. «Pero no sé en qué le voy a servir si ni siquiera puedo ver» tocó su rostro y suspiró.
Los magos sanadores ya lo habían revisado, aparentemente el que sus ojos estuvieran vendados se trataba de una rara maldición usada como método de castigo durante su etapa como esclavo, a la cual se encontraba condenado hasta que se cumpliera cierto plazo, o, se encontrara la forma de extraerla de su cuerpo.
«De todos los niños en este mundo tenía que ser uno que estaba maldito» chasqueó la lengua. «Ese tipo si que es una porquería» pensó irritado al recordar la voz burlona. «Vas a ver… "deidad". No sabes con quién te has metido» pensó y empezó a reírse en voz baja.
Sus pensamientos pronto fueron interrumpidos por el relincho de unos caballos, junto con el ruido de las ruedas golpeando la tierra muy cerca. Por el ruido podía asegurar que eran aproximadamente tres carruajes. Se levantó de inmediato y salió corriendo en busca de la duquesa Meddich.
«¡Señora, señora! He escuchado caballos» dijo apenas se encontró con la mujer, regresando a su máscara de niño ingenuo.
La duquesa estaba caminando de un lado a otro, secando constantemente sus manos en su vestido debido al sudor. Al mirar al niño, sonrió y acarició su cabello
«No tienes porqué preocuparte Lucas, es mi hijo quien viene a visitarme» dijo con la voz temblorosa. Tomó a Lucas entre sus brazos y lo cargó, buscando calmarse con la calidez del menor inconscientemente. «¿Sabes? Ha pasado mucho tiempo desde que vi a mi pequeño Alan, tenía casi tu edad cuando me despedí de él» abrazó Lucas con mayor fuerza.
«¿Por qué no lo veía?» preguntó curioso.
«A veces los padres tenemos que… hacer sacrificios para que nuestros hijos estén bien, aunque eso signifique ganarnos el olvido de ellos» dijo con la voz quebrada.
Lucas tocó gentilmente con sus manos el rostro de la mujer, buscando lágrimas, pero no hubo. Por otro lado, la dama acercó su rejilla a la palma del niño, con una sonrisa melancólica.
«No tienes que preocuparte por mí» dijo. «después de todo… No me sorprendería si mi pequeño Alan me ignora. Incluso si me odia sé que estaré bien» pensó.
Richard Navarrete, el mayordomo de la mansión, entró a paso firme y elegante a la sala, hizo una referencia ligera para saludar a su señora y luego empezó a presentar a las recién llegadas visitas.
«Mi señora, es un placer anunciar la llegada del joven noble, Alan Meddich y su dama de compañía, la señorita Evelyn Frost». Detrás de él entraron a la sala principal los sujetos presentados.
Los ojos de Antonia se iluminaron al ver a su primogénito, su corazón se estrujó y su voz falló al momento de intentar saludarlo. Era tal y como lo imaginaba. Los mismos ojos azules que la miraron cuando lo tomó entre sus brazos por primera vez; el mismo cabello que peinó con cariño por tres años seguidos; la misma piel pálida. Lo único que había cambiado era la edad, aparentemente.
«Madre, he llegado» dijo con voz suave, inclinándose ante la duquesa.
La mujer olvidó por un breve instante sus modales de noble. Por un momento dejaba de ser duquesa y regresaba a ser lo que tanto anheló ser, una madre. Corrió a abrazar a Alan, abalanzó sus brazos alrededor del cuello de su hijo y acarició su cabello.
«Alan…. Eres tú, mi pequeño…» murmuró, acariciando el rostro de su hijo.
Por otro lado, Alan sólo quedó confundido con el tacto tan dulce y repentino por parte de aquella mujer; el aroma a fresas y té de menta se impregnaron a su alrededor y su corazón empezó a sentirse amado. Pero no era un amor romántico como el de aquellas novelas que tanto leyó en su vida pasada, mucho menos aquel amor fraternal que sentía al estar en constante convivencia con Doris y Frederick, era un amor puro y lleno de dolor, tanto que podía notarlo en la mirada cansada de aquella mujer. Quizás Alan Meddich no conocía ese afecto, pero Alicia, sin duda alguna lo reconocía a simple vista.
«Ma… Mamá, todos nos están mirando» murmuró avergonzado, correspondiendo el abrazo de la dama.
No obstante, pronto la duquesa se percató de las presencias curiosas que observaban en silencio la escena.
«¡Oh por-! Perdóname cariño, no era mi intención avergonzarte frente a tus amigos» dijo con una sonrisa nerviosa.
«No se preocupe, madre» respondió con elocuencia. «Después de todo, ha pasado mucho desde que estuvimos juntos».
«Y por ello debes de contarme todo lo que has hecho ¡Dime, ¿Por qué desobedeciste a tu padre?!» exclamó señalando con un dedo a su hijo.
«Así que si te enteraste…»
«Podré estar lejos, pero siempre voy a estar al pendiente de ti, cariño» dijo con ciertos aires de grandeza.
Escondido detrás de las faldas de la dama, Lucas escuchaba la conversación atentamente, esperando el momento adecuado para ser presentado.
«Entonces él también es un transmigrado» pensó. «Debe de ser Alicia, pero necesito confirmarlo. No sé cuántos como yo haya en este mundo».
Alan se percató del pequeño escondido detrás de su madre, aferrado con sus pequeñas manitas llenas de vendas y gasas.
«¿Y ese niño?» preguntó de inmediato.
«Cierto, te presento a Lucas. Es un pequeño que la familia real me encomendó cuidar por un tiempo» explicó mostrando al niño, mismo que se mantenía alerta.
«No recuerdo que en el canto de mi amor hubiera un niño» pensó observando detenidamente al menor. «Ya veo…» dijo entrecerrando los ojos, curioso por aquel menor. «¿Será acaso que tiene que ver con que cambié la historia? No, imposible, un efecto mariposa tan grande no creo que haya sucedido porque sí» pensó.
«¿Tú eres Alan?» preguntó el niño acercando su mano con cautela en el aire.
«Sí, así es».
«¿Podemos jugar?» preguntó de repente, sorprendiendo a los empleados que estaban ahí de casualidad, les era extraño que el niño quisiera jugar, siendo que la única vez que lo hizo fue cuando el príncipe heredero estuvo presente.
«Eh… Claro, ¿Por qué no?» respondió nervioso por tal petición.
No encontró motivo para negarse, aquel niño tenía un semblante bastante lamentable a pesar de vestir ropas finas encargadas por la señora de la mansión. Su piel se veía reseca y su rostro estaba cubierto de cicatrices al igual que sus pequeños dedos. Lucas lo tomó de la mano y le mostró con su tacto y buen sentido de orientación el camino hasta su cuarto.
La habitación estaba llena de juguetes de todo tipo, libros con textura y algunos cuentos infantiles. Una enorme cama decorada con peluches igualmente enormes que poseían listones azules y rojos. Además de muchos otros objetos que estaban en estantes, sin embargo, lo curioso era que estos se encontraban ligeramente polvorientos y otros todavía estaban encajonados, como si el tiempo los hubiera olvidado.
«Veo que la duquesa ha decorado bastante bien este lugar» comentó asombrado con un peluche en mano.
«¿Es así? No puedo ver, así que no lo sé» dijo el niño sentándose nuevamente en el borde de la ventana.
«Y… ¿A qué quieres jugar?» preguntó sentándose a lado de Lucas.
«¿Conoces el juego de chocolate?» preguntó alzando sus palmas y aplaudiendo lenta y repetidamente.
«Eh… Claro, si».
Torpe, Alan alzó sus manos y empezó a cantar chocolate mientras palmeaba sus manos con el niño, quien sólo reía y seguía cada vez más y más rápido.
«Choco, choco, la la».
«Choco, choco, le le».
«Choco, choco, late».
«¡Perdiste!» gritó entre risillas Lucas.
«¡Oye! Eso no es justo, nunca dijiste esa regla» protestó haciendo pucheros.
«Jijiji, no, no, esa es una regla no escrita» alegó el niño sonriendo.
«Eso no es cierto» dijo molesto, cruzándose de brazos y piernas en el suelo.
«Ay Alicia, no te enojes» dijo aún riendo.
«¡No estoy enojada!» exclamó volteando la cabeza, sin embargo, apenas prestó atención a sus palabras cubrió su boca, su corazón dio un brinco y se paralizó. No comprendía lo que acababa de pasar.
«¿Qué sucede Alicia? ¿No puedo decirte así?» preguntó Lucas con una sonrisa.
«¿Quién es este chiquillo?» pensó mirando con miedo al niño frente a él.
«No tienes porqué preocuparte, conozco tu situación».
«¿Qué?»
«Me presento, mi nombre es Ernesto Aranza, tengo treinta y cinco años, es un placer trabajar con usted» dijo de manera formal, extendiendo su mano a Alan y sonrió.
El joven sólo balbuceó confundido por aquella revelación, su mente se aturdió y su cuerpo empezó a temblar a causa de su extraña enfermedad.
«¿Un señor? ¿Treinta y cinto años? No, un momento, esa voz nunca me dijo que era la única transmigra-, pero... ¿Por qué mostrarme a otro?» dijo en voz baja, confundido.
«Típico de los jóvenes, piensan que todo gira a su alrededor» dijo burlón, levantándose del filo de la ventana.
«¡Por supuesto que no! Este mundo sólo puede girar alrededor de Eve y Haure. ¡Ellos son los protagonistas!» exclamó Alan con el puño alzado.
«Así que tu si conoces este mundo ¿eh?» comentó indiferente los arranques de Alan, mismo que volvió a cubrir su boca. «Descuida, no haré nada malo. A los dos nos conviene trabajar juntos» comentó.