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Chapter 2 - Capítulo 2 "cinco rocetes"

En sus días como estudiante de administración nunca imaginó que desearía salir de su cuarto. En esa época solía pasar su tiempo encerrada en su habitación leyendo o haciendo sus deberes escolares, disfrutando del silencio consigo misma o del sonido de la música de los vecinos.

Sin embargo, ahora estaba atrapada ahí, entre cuatro paredes y muebles de lujo, sábanas de seda y algodón, libros sobre diversos lugares de aquel mundo y un piso tapizado por una cálida alfombra aterciopelada. Su opinión había cambiado bastante en poco tiempo.

«Quién lo diría, siempre quise saber qué se sentía vivir como un noble, pero ahora estoy harta» pensó mientras miraba el techo de aquella recámara lujosa. Tumbándose sobre su cama.

Un "Toc toc toc" interrumpió el silencio y los pensamientos del supuesto Alan, quien asomó sus ojos a la puerta y con flojera lanzó un suspiro pesado.

«Adelante» dijo desinteresado.

Como ya se había hecho costumbre desde el día que el duque lo encerró, entró a la habitación una de las pocas sirvientas con las que contaba la mansión, Cleotílde, una mujer inexpresiva, obediente y serena.

«Buenos días joven amo. Su alteza me ha pedido que venga a verlo» dijo con calma.

«Si vienes a preguntar si ya cambié de opinión, dile al duque que mi postura sigue siendo la misma» respondió sin siquiera voltear a mirar a Cleotílde, sólo jugaba con sus manos en el aire, como si trazara figuras imaginarias al azar.

La sirvienta se asintió con delicadeza y luego salió de la habitación a paso ligero, dejando nuevamente solo a Alan, quien siguió en la misma posición por un corto lapso de tiempo, hasta que explotó.

«¡Ya no aguanto maaaas!» gritó golpeando con sus puños y pies sobre la cama. «Este lugar es muy deprimente». Desesperado, empezó a rodar sobre la cama, enredándose sobre las sábanas. «Ese viejo… Incluso pasó a Doris a la cocina con tal de que nadie me ayude» pensó frustrado.

Sin nada qué hacer, se levantó de la cama con el cabello alborotado y los ojos entre cerrados. Abrió la cortina, esperando que por lo menos la nevada ya hubiera cesado, pero aún continuaba, pintando de blanco todo a su alrededor.

«¡Ahhh! Voy a morir de aburrimiento» dijo jalando sus cabellos y luego tallando su ceño con sus dedos pulgar e índice mientras comenzaba a caminar en círculos sobre la alfombra de terciopelo que decoraba el centro del cuarto. Trató de pensar en alguna forma de salir de ese sitio, empezando a apretar los ojos, como si de esa forma las ideas fueran a fluir mejor. «Vamos Alicia, no en vano fuiste una auténtica fan de "El canto de mi amor" » dijo tratando de animarse. «Así que piensa… piensa…».

De pronto, como si de un milagro se tratara, una hoja se deslizó por debajo de la puerta. Estaba un poco maltratada, pero se podía entender su contenido.

"¡VEN Y DISFRUTA!

FESTIVAL DEL SOL

Uno de los festivales más bellos de todo el mundo, donde todos son bienvenidos."

Era un boletín sobre uno de los eventos más importantes en El canto de mi amor, el Festival del sol, un festejo de tres días y tres noches que se celebra cada cinco años. Mismo que marcaba el verdadero inicio de la novela.

«¡Eso es! Sí Alan conoció a la protagonista, a Evelyn, durante este festival… ¡Significa que pudo salir con esa excusa!».

Guardó el Boletín en el bolsillo de su pantalón y abrió de inmediato la puerta. Ahí seguían todavía los guardias que lo custodiaban.

«¡Llamen de inmediato a su alteza!» Gritó de forma autoritaria, dejando a los guardias confundidos.

«Joven amo, por favor, regrese adentro» dijo uno de los hombres tratando de calmar al joven.

«¡Quiero ver al duque ahora mismo!» exclamó nuevamente, demandante y parado frente a la puerta, firme y con las manos en la cadera. No pretendía moverse hasta que sus demandas fueran atendidas.

Los guardias al no tener otra alternativa decidieron acatar las órdenes de Alan, llamando de inmediato al duque.

Luego de unos minutos, la mirada fiera del duque atravesaba la piel de su hijo, quien tragó saliva al verlo sentado frente a él. Aquella habitación nunca había sido tan sofocante, es más, se podría decir que a pesar de su silencio se sentía ligeramente acogedor, pero ahora la mera presencia de aquel hombre perturbaba aquella tranquilidad. Mientras que a su lado se encontraba, con una sonrisa, el mismo joven rubio que había visto atrás días, con la mirada filosa, pero serena.

«¿Y bien? ¿Qué querías decirme?» preguntó el duque sin dejar de mirar con coraje a su hijo, aún resentido por las palabras hirientes de este.

«Padre…. Antes que nada pido perdón por mi comportamiento tan errático» dijo recordando su actuación de días atrás. «Yo sé que nunca me vas a permitir irme del ducado… Y no solo porque esté enfermo, sino porque soy el único que puede heredar el ducado aún con mi enfermedad» explicó sin titubeo. «Y cumpliré con mi trabajo, pero a cambio, quisiera hacerle una última petición».

La mirada de Alan era determinada y se teñía nuevamente de rojo, dando a entender que era capaz de hacer cualquier cosa.

El duque arqueó la ceja, intrigado por las palabras de su hijo y esos ojos tan rojos y brillantes, que inclusive opacados por las ojeras, reflejaban la pasión del muchacho. Mismo que tragó saliva antes de seguir hablando.

«Déjeme ir al festival del sol, luego de ello regresaré a la mansión y viviré la vida que usted desea para mi».

El duque se sorprendió por la petición, volteó a mirar a Frederick, quien soltó una carcajada alegre y sonora, desconcertando a todos los presentes.

«Supongo que tenías razón Frederick, mi hijo ha crecido muy bien». Suspiró con una enorme sonrisa.

«¿Qué?...»

«Frederick estuvo abogando por ti todo este tiempo. Incluso me sugirió enviarte al Festival del sol o algún viaje de expedición» explicó, juntó sus manos reclinándose hacía delante y siguió. «Hijo, entiendo que pienses que lo único que me importa es el ducado, pero para mí siempre serán más importantes tu madre y tú. Así que espero que nunca lo olvides».

El duque se levantó de su lugar y caminó hacia Alan, poniendo su mano derecha sobre el hombro del joven.

«Empieza a empacar, en cuanto la nevada termine partes a la capital».

Los ojos de Alan se iluminaron, volviendo a su azul natural y abrazó al hombre por inercia, como si su cuerpo actuara por su cuenta. Posiblemente el alma y la mente eran distintas, pero el cuerpo todavía tenía recuerdos, mismos que se mantenían intactos.

 «Si la autora de la novela hubiera escrito esto, quizás nunca hubiera llegado a odiar tanto a Alan…» pensó aún abrazando al duque, quien correspondía el abrazo con gusto.

Luego de que la nevada cesó, Alan partió del ducado del norte a la capital de Thési, Alberani, el lugar donde la crema y nata de la sociedad del reino vivía de manera serena, cercana al pueblo, plagado de eventos de importancia y acuerdos de comercio.

Al centro de la ciudad capital, se encontraba el castillo real, donde vivía la familia Agape, quienes gobernaban el reino de Thési.

«¡Su alteza real, por favor! Necesitamos revisar los preparativos para el Baile de Junio, el rey y la reina ordenaron que usted lo organizara» exclamó fatigado un hombre robusto y bajito mientras seguía al príncipe heredo, Haure Agape, el protagonista de "El canto de mi amor" .

El joven frenó en seco al llegar al frente de una ventana, sentándose en el filo de esta con las piernas hacía afuera, preparado para saltar.

«Rudolf, tú sabes mejor que nadie que no sé nada de bailes y banquetes, mejor díselo a mi hermana. Ella seguro hará un excelente trabajo» alegó Haure para luego brincar por la ventana.

«Este niño va a llevar al reino a la ruina» pensó el hombrecillo, secando su sudor con un pañuelo sin saber qué hacer.

Haure, de cabello castaño y rizado como su madre, pero ojos dorados como su padre; de personalidad fuerte y decidida; era el heredero al trono de aquel país, título que le fastidiaba. No se percibía a sí mismo como un líder ni mucho menos como un rey a futuro, por lo que generalmente se escapaba sin previo aviso de sus deberes.

«¡Al fin! Logré librarme de Rudolf» dijo ya caminando por las calles de la capital. «Debería considerar convertirme en un viajero o un mercenario, se me da bastante bien escaparme de sitios estrechos» pensó orgulloso de sí mismo.

Al mirar a sus alrededores vio un montón de gente ya preparándose para el festival del sol. Juegos, comida, entretenimiento, música y bailes. A donde quiera que posara la mirada sólo veía preparativos para aquella fiesta. Sin duda una hermosa y divertida experiencia para quien desee venir a la capital de Thési en esas fechas.

No obstante, para Haure era una pérdida de tiempo, por lo que sólo dio un largo suspiro y miró crédulo a los demás, dejándolos vivir en su mundo de alegría.

«Si supieran a quien están venerando» murmuró al ver a unos niños correr con unos banderines amarillos con el símbolo de la diosa Zoi.

El joven príncipe empezó a deambular por las calles de la capital, curioso por las actividades que ese año prepararía el pueblo junto a los nobles de la nación.

Sin embargo, su caminata fue detenida al escuchar la voz de una mujer a la distancia entre el tumulto de personas.

«¡Su alteza real! qué alegría verlo por aquí» dijo una mujer de cabellos negros y ojos azules, llamando la atención del príncipe.

"¡Oh! Duquesa Meddich, igualmente, es un gusto verla» respondió con educación.

«Veo que ha vuelto a escaparse del castillo ¿No es así?» preguntó alegre la mujer.

«Si, hace mucho que no visita mi propia ciudad, jaja» respondió, evadiendo la pregunta de la duquesa. 

«No se preocupe, usted es alguien bastante ocupado para ser tan joven, entiendo que de vez en cuando quiera tomarse un descanso» dijo la mujer con una amable sonrisa.

«La noto de muy buen humor, ¿alguna novedad?».

Por lo general la duquesa, Antonia Meddich, era una mujer calmada y de mirada fija, sin embargo, esta vez se mostró más entusiasta y con un brillo en particular en los ojos.

«¿Eh? ? ¿Es muy evidente? Ay, qué vergüenza» dijo cubriendo un poco su rostro con el abanico que llevaba. «Supongo que no hace falta evadir el tema. Verá, después de mucho tiempo mi querido hijo viene a visitarme» explicó la duquesa con una gran sonrisa.

«No sabía que la familia Meddich tenía un heredero» dijo el joven príncipe curioso.

«Oh bueno, es casi como un secreto, pero se lo cuento a usted porque lo conozco desde que era un bebé» explicó, para luego acercarse más al príncipe. «Mi pequeño Alan siempre fue muy enfermizo, así que rara vez sale, pero su padre lo dejó venir a la capital para que viera el festival, después de todo, una vez que él se convierta en el duque del norte, no podrá dejar el ducado al igual que mi marido» expresó preocupada.

«Debió ser muy duro estar tanto tiempo lejos de su hijo» comentó el príncipe, tratando de mostrar empatía a la duquesa.

«Si, fue duro, pero constantemente le envío cartas, así que eso me reconforta un poco».

«Ya veo» dijo «Aunque si no las contesta no creo que sea de mucha ayuda» pensó.

La conversación se había torbado amena, con algunos comentariors comunes y expresiones de alegría. Sin embargo, se vería interrumpida por un sorpresivo estruendo, llamando la atención de ambos nobles, quienes voltearon de inmediato, encontrándose con una escena quizás algo común para los demás, pero no para Haure y la duquesa.

«¡Ya le dije que yo no tengo nada!» gritó un niño de ojos vendados mientras era jalado de sus cabellos por un señor aparentemente de alta cuna.

«No mientas mocoso, claramente ví como te robabas de mi escaparate una joya muy valiosa» exclamó el hombre apretando más los mechones del pequeño, provocando que llorara ligeramente por el dolor.

«No puedo creer que esté haciendo un escándalo nuevamente el señor Azenia» comentó indignada la duquesa.

«¿No es la primera vez?»

«El señor Azenia es un hombre de negocios que no hace mucho que instaló su negocio en la capital, pero siempre hace un escándalo con sus empleados… O aún peor, con esclavos».

El hombre seguía sacudiendo al niño, tratando de obtener algo, pero sólo logró que el pequeño gritara más.

«¡Señor, yo no tengo nada!».

«¡MIENTES! todos los esclavos son iguales» alegó irritado mienras el menor aún lloraba. «Maldita sea, ya cállate» molesto levantó su mano, apuntando a la cabeza del pequeño, quien sólo se agachó por inercia, esperando el golpe seguro, sin embargo, este nunca llegó.

« "Serpentina" ».

El filo de una espada negra y brillosa apuntaba al cuello del hombre, misma espada que era empuñada por el príncipe.

El hombre miró con ojos de plato extendido el brazo frente a él y luego con cautela y miedo volteó a ver al propietario.

«No puedo permitir que haga un escándalo en un lugar tan concurrido» explicó Haure con una mirada fiera.

«¡Su Alteza!» gritó Azenia asustado. «Es… Este niño me robó, aunque es un esclavo y yo tuve la amabilidad de darle techo y comida, él me robó… ¡Ha traicionado mi confianza!» dijo, nervioso y temblando, esperando que su palabra fuera creída.

«Oye, niño, ¿robaste?» preguntó Haure ignorando al señor.

«No, su alteza, quien robó aquella joya fue el hijo del señor Azenia» explicó nervioso.

El príncipe no pudo evitar ver la cara amoratada del niño, sus pies lastimados, descalzos y llenos de tierra. Además de unas ropas tan viejas que se caían a pedazos. Aunque fuera un esclavo, las leyes de Thési no permitían que ellos tuvieran una calidad menor a la de un animal, siendo el equivalente a tener una mascota.

«Bien, ahí está la respuesta» dijo Haure guardando su espada, misma que desapareció de su mano apenas la bajó. Dejando que el señor Azenia cayera al piso temblando de miedo.

«Señor Azenia, ¿cuánto pagó por este niño?» preguntó Haure mientras el hombre todavía recuperaba el aliento.

«Unos… cuatro… ¡No! T-tres rocetes, su alteza real».

«Bien, te doy cinco rocetes a cambio del niño» dijo aventando las monedas al suelo «Creo que es una oferta muy generosa» comentando mientras el hombre sin decir nada asentía rápidamente, sacando de su chaleco un documento que acreditaba la propiedad del menor.

«Su alteza…» murmuró la duquesa, aún sorprendida por cómo había manejado la situación el príncipe. «Sin duda alguna será un gobernante muy fuerte» pensó con una sonrisa ligera.

«Duquesa, ¿podría prestarme su alojamiento para bañar al pequeño?» preguntó Haure con alegría, digna de un niño que acaba de tener la razón.

«¡Por su puesto! Su alteza real».

Haure tomó al pequeño del hombro y le puso su chaleco encima para cubrirlo un poco.

«Ahora dime pequeño, ¿cómo te llamas?».

«Mi nombre es Lucas… Su alteza real» dijo el menor con el rostro hacía el frente.

«¿Será que es ciego? ¿O no tendrá ojos?» Pensó preocupado por el niño. «Bueno, ya con el tiempo trataré de preguntarle» pensó.

Por otra parte, a varias horas de viaje de Alberani...

Alicia sabía muy bien que para este punto el comienzo de la novela estaba muy cerca ya pesar de esto, no iba a dejar que los eventos la arrastraran, ya que conoció muy bien el inminente final que le esperaría.

«Doris, ¿de casualidad tienes algo con qué escribir?» preguntó con amabilidad a su sirvienta, quien le hacía compañía en el viaje.

«Si, joven amo, creo que tengo algunos pergaminos. ¿Quieres escribir una carta?» preguntó curiosa.

«No, en realidad esta es la primera vez que estoy tan lejos de casa, así que supuse que podía hacer un diario de campo o algo similar, ya sabes, para documentar mi primer viaje» explicó. 

"¡Oh! suena interesante joven amo, sería un libro muy interesante de leer» comentó la jovencita. «En el siguiente pueblo descansaremos, ahí podré conseguirle un cuaderno» dijo con entusiasmo.

«Muchas gracias Doris».

Alan miró por la ventana del carro, divisando el panorama cambiante. Poco a poco dejaba de ser aquel espacio blanco, frío y silencioso, tornándose de un color más cálido ya su vez árido.

«Joven amo, pronto llegaremos al siguiente pueblo» dijo Frederick, que iba junto al chofer.

Y como dijo el rubio, en poco tiempo llegaron a un pequeño pueblo colindante con el ducado del norte, llamado Reift, el pueblo de las rocas.

«Veo que este lugar es bastante seco» comentó Alan al bajar del carruaje.

«Si joven amo, este pueblo es conocido por subsistir de la minería de gemas mágicas. Es uno de los pueblos afiliados al ducado que más producción tiene» explicó Frederick.

Al ingresar en una pequeña posada, fueron recibidos por una mujer, quien era dueña del lugar.

«Buenos días, bienvenidos a la posada de Mary ¿en qué puedo ayudarles?» dijo la mujer con una sonrisa amigable.

«Pasaremos la noche aquí, necesitamos una habitación exclusiva, dos cercanas a esta y otras dos compartidas» explicó Frederick acercándose al recibidor.

«Bien, les proporcionaré sus llaves de inmediato».

Ya en la habitación, Alan se dispuso a tomar un baño a solas, mientras los demás realizaban lo necesario para seguir con el viaje.

«Doris siempre hace un excelente trabajo cuando se trata de preparar baños» pensó mientras miraba la tina de agua tibia con espuma y pétalos de rosas azules y rojas decorando el agua, además de un aroma a hierbas que era dulce y relajante.

Al empezar a desnudarse, Alan miró su cuerpo en el espejo, flaco y escuálido. Rápidamente desvió sus ojos al agua, a pesar de ya haber mirado varias veces, todavía le resultaba bastante aterrador e incómodo mirarse, mirar aquel cuerpo que era ajeno a su memoria lejana.

«Aún no puedo ni quiero acostumbrarme a esto» murmuró.

Desde que su alma y mente transmigraron a ese cuerpo, no se atrevía a mirarse, le aterraba la idea de aceptar que ese sería su cuerpo para toda la vida a partir de ahora.

«Necesito escaparme de mi sequito lo más pronto posible. Debo averiguar si existe alguna forma de regresar a mi mundo» pensó metiendo su pie en la tina, sintiendo el agua cálida sobre su piel.

Al remojarse en el agua y perderse en la espuma y el enigmático aroma que impregnaba la habitación, empezó a recordar a su familia, a su querida hermana ya su amorosa madre.

«Mamá, hermana… Las extraño».