Sus nudillos rozaron hacia arriba contra mi línea de la mandíbula mientras se inclinaba para depositar un tierno beso en mi mejilla derecha. —Mi fresia —la profundidad de su voz me inmovilizaba, la sensación de sus labios en mi carne nunca dejaba de evocar mariposas en mi vientre. Pero había empezado a ser codiciosa, quería más de él. Necesitaba que me encendiera en llamas. De una manera diferente, de una manera pecaminosa.
—¿Fresia? ¿No soy tu girasol? —le bromeé, mis labios se retiraron para exponer mis dientes, una amplia sonrisa que le ofrecí.
—Sí, como cachorra —si olía a girasol para él cuando era cachorra, ¿cómo huelo a fresia ahora? me pregunté—. ¿Ha cambiado mi olor?
—Los girasoles no poseen olor alguno, Tea —respondió mientras miraba sobre su hombro para escanear la multitud y ver si los lobos se habían asentado para que pudieran comenzar su viaje.