La habitación entera se incendió en llamas.
Había fuego por todas partes. Humo, uno negro y espeso. Belladonna luchaba, con la garganta obstruida por el humo mientras intentaba desesperadamente alcanzar la puerta antes de que un cierto mareo finalmente se apoderara de ella.
Todo eso y peor habría sido el resultado de la lectura nocturna de Belladonna, si Colin no hubiera entrado justo a tiempo para combatir la situación.
Raquel iba de un lado a otro alrededor de ella, revisando sus manos, piernas y todos los lugares para ver si estaba bien.
—Sin quemaduras, sin quemaduras, sin quemaduras.
—Estoy bien —apartó su mano de Raquel, sin entender qué estaba pasando.
Solo se había despertado por la torpe, preocupada y ruidosa inspección de Raquel.
—Dejaste esa lámpara encendida toda la noche, mi Dama —dijo Colin, mirándola de reojo.
—Debía tener mucho aceite.
Eso le recordó. No se había quedado dormida en la cama. ¿Qué estaba haciendo aquí?
Fue entonces cuando notó el suelo.