En un rincón muy apartado de Eldoria, se erige Luminos, una ciudad cuya belleza radiante parece vivir en constante resplandor. Siempre bañada por una luz que nunca se apaga, ni siquiera con la llegada de la noche, sus altas torres de cristal y plata se reflejan en el suelo, como si todo a su alrededor flotara en un sueño interminable. A pesar de su deslumbrante belleza, Luminos desprende una perfección tan implacable que resulta difícil sentirse parte de ella. Las calles, adornadas con árboles de cristal que se mecen suavemente con la brisa, crean una atmósfera de serenidad... pero también de frialdad, como si la distancia fuera una constante que los habitantes nunca cuestionaran.Los ciudadanos, como siempre, se movían con un paso elegante, hablando en murmullos que se entrelazaban con el brillo de los cristales flotantes que iluminaban los cielos. Parecía que nada perturbaba la serenidad de la ciudad, que todo estaba en su lugar.Elior caminaba por las calles de Luminos con la misma postura erguida que le enseñaron desde joven, los ojos azules fijos en el camino mientras su mente, más que su cuerpo, se movía de forma acelerada. Los murmullos y las conversaciones lejanas parecían desvanecerse mientras él avanzaba. El aire fresco no lograba disipar la sensación de incomodidad que sentía cada vez que cruzaba la plaza central, ese lugar que, a lo largo de los años, había sido testigo de decisiones que él mismo había tomado. Decisiones que ahora, de alguna forma, no se sentían tan claras.Como miembro del Consejo de los Luminis, Elior había sido entrenado para actuar con precisión, para mantener siempre una fachada de calma y control. En las reuniones, siempre era el primero en hablar, el que aportaba ideas que muchos consideraban sabias, el que tenía la capacidad de ver más allá de lo evidente. Su inteligencia era su mayor fortaleza, la razón por la cual lo respetaban y lo buscaban cuando necesitaban una opinión que fuera objetiva y calculada. Pero había algo que no podía ver con claridad: la creciente sombra en su corazón.Desde la última guerra contra los Daemonium, algo se había quebrado dentro de él, aunque nunca lo admitió siquiera a sí mismo. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, el odio que había acumulado durante aquellos años seguía. No era algo que pudiera mostrar, ni mucho menos hablar. Elior no lo reconocía, pero el resentimiento hacia los Daemonium seguía ahí, enterrado, oculto bajo una capa de amabilidad y aparente cordura. Un odio que, incluso cuando intentaba ser amable con ellos, se filtraba en sus palabras, en su mirada.Hoy, como todos los días, Elior se dirigía a la sede del Consejo para una nueva reunión. La ciudad que conocía y en la que había crecido le resultaba ahora ajena, como si no perteneciera completamente a ella. Las sonrisas de los niños jugando en los jardines no lograban disipar la sensación de vacío que sentía al caminar por las calles. Era un sentimiento que solo empeoraba cada vez que veía las imponentes estructuras del Palacio del Consejo, un lugar donde las decisiones se tomaban sin que el pueblo supiera realmente lo que ocurría.Al cruzar los altos portones del Consejo, el ambiente cambiaba de inmediato. El aire se volvía más frío, el eco de los pasos en los pasillos vacíos resonaba de forma imponente. Elior saludó a los pocos asistentes con un gesto cortés y se dirigió al gran salón de reuniones. Al entrar, se encontró con los rostros que ya conocía bien, pero que nunca dejaban de ser ambiguos para él. Los miembros del Consejo eran figuras enigmáticas, cada uno con sus propios intereses, pero todos unidos por el mismo objetivo: mantener el equilibrio, aunque no todos estuvieran dispuestos a hacerlo de la manera más justa.Elior ocupó su lugar, observando a los demás. El silencio se hizo presente mientras se esperaba que alguien hablara. Pero antes de que alguien lo hiciera, su mente vagó de nuevo hacia las últimas decisiones que habían tomado. La tregua con los Daemonium, por ejemplo. Parecía ser una victoria para la paz, pero en su interior, Elior sentía que era solo un parche a un conflicto mucho más profundo. Nadie hablaba de la raíz del problema, solo de cómo evitar que estallara. Nadie se preguntaba realmente por qué la paz parecía tan frágil, tan fácil de romper.La reunión del Consejo había terminado, y Elior se encontraba de nuevo caminando por las calles de Luminos con la mirada firme, pero sus pasos tranquilos, casi meditativos, mostraban la calma que siempre trataba de proyectar. La ciudad despertaba con la luz de la mañana, y él, como cada día, recorría los mismos caminos, saludando a los ciudadanos con una cortesía amable que nunca parecía desentonar. Las tiendas comenzaban a abrir, los vendedores preparaban sus puestos, y los primeros transeúntes comenzaban a llenar las plazas. Era un día común, pero para Elior, cada paso era una oportunidad más para demostrar que estaba comprometido con su gente, aunque las sombras de su propia mente rara vez dejaban de seguirle.Desde que había comenzado a trabajar en el Consejo, Elior había aprendido a mantener una sonrisa cálida, casi perfecta, ante todos aquellos con los que se cruzaba. Su rostro, siempre sereno y educado, no reflejaba el peso de las decisiones que tomaba. No había nadie que pudiera saber que, a veces, el brillo de sus ojos se desvanecía por un instante, que el cansancio de las discusiones del Consejo lo envolvía sin que pudiera liberarse de él. No era que no amara a su gente, no era eso. Elior genuinamente se preocupaba por ellos, pero había una distancia, una barrera invisible que, por más que intentaba derribar, siempre parecía volver a levantarse.Mientras avanzaba por una de las principales avenidas de Luminos, se detuvo frente a una pequeña tienda de antigüedades, donde el viejo Samir, un comerciante de objetos raros, lo saludó con una sonrisa amistosa.—Elior, buen día. ¿Cómo te va, joven?— preguntó Samir mientras le ofrecía un par de objetos pequeños que había encontrado en sus últimos viajes.—Bien, todo bien, Samir. ¿Y tú? ¿Cómo va el negocio?— respondió Elior con una sonrisa sincera, pero algo en su voz mostraba la misma tensión contenida de siempre.—Lo de siempre, pero sabes... Siempre es un placer ver caras como la tuya. Que, a pesar de todo, sigues mirando por la gente. No todos lo hacen—, dijo Samir mientras lo miraba con una extraña mezcla de respeto y cariño. —Sigue así, Elior. No dejes que esos de arriba te cambien.Elior le agradeció con una ligera inclinación de cabeza, pero sus palabras resonaron en su mente mientras continuaba su camino. Samir hablaba con admiración, pero ¿era realmente tan fácil como parecía para los demás? Para Elior, el peso de las decisiones del Consejo no se desvanecía con simples elogios. A veces, ni siquiera él mismo sabía si hacía lo correcto. ¿Era justo por su gente? ¿O simplemente estaba jugando su papel, sin cuestionar realmente las intenciones detrás de los líderes con los que trabajaba?Pero a pesar de sus dudas, continuaba. No podía permitir que su integridad se apagara. Así que, como todos los días, se detuvo a saludar a los niños que jugaban en el parque cercano. Les ofreció un gesto amable, un par de palabras y siguió su camino. El momento fue fugaz, pero suficiente para dejar una huella en los pequeños, que lo veían con los ojos llenos de esperanza, como si fuera alguien que, con sus acciones, podía cambiar el mundo.En ese instante, sin embargo, algo hizo que Elior se detuviera. Desde la esquina de la plaza, en una sombra lejana, alguien lo observaba. Un hombre, cuyo rostro parecía familiar, pero Elior no lograba identificarlo del todo. No era alguien con quien hubiera cruzado nunca, pero la intensidad de su mirada hizo que algo dentro de él se encendiera. El extraño lo observaba de forma detenida, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos. Sin embargo, cuando Elior intentó buscar una explicación, la figura se desvaneció rápidamente entre la multitud, como si nunca hubiera estado allí.Elior frunció ligeramente el ceño, pero rápidamente sacudió ese sentimiento de inquietud. No podía perder tiempo con distracciones. La vida en Luminos continuaba y su compromiso con su gente era más importante que cualquier sombra pasajera que pudiera haberlo observado. Sin embargo, algo en esa mirada seguía rondando en su mente.Poco después, se sumergió nuevamente en las pequeñas interacciones que conformaban su vida diaria. Cada saludo, cada palabra amable, era una manera de reafirmar su posición en el mundo. No importaba cuánto lo desbordaran sus pensamientos; su misión seguía siendo la misma: velar por su gente. Si eso significaba seguir sonriendo, seguir siendo el Elior que todos conocían, entonces lo haría, aunque a veces el peso del mundo sobre sus hombros fuera más pesado de lo que podía soportar.