Livlis, un mundo vibrante de vida y secretos, con montañas que tocan el cielo y vastos ríos que serpentean entre bosques místicos y cascadas que brillan como estrellas caídas. Es un lugar donde lo impredecible es la norma, habitado por razas poderosas, otras aún en crecimiento, y criaturas cuyos orígenes son tan antiguos como el mismo mundo. A lo largo de los años, la desconfianza que una vez separó a estos pueblos dio paso, lentamente, a un entendimiento precario, pero palpable. Razas que nunca se habían cruzado ahora se aventuran en ciudades ajenas, y las antiguas fronteras se difuminan poco a poco.El paso del tiempo trajo consigo cambios. En algunos lugares, la armonía parece más alcanzable, aunque las sombras de viejos conflictos no se han disipado por completo. Las viejas tensiones aún susurran en los rincones más oscuros, pero en el horizonte de Livlis, algo nuevo comienza a formarse. Las calles de las ciudades están más llenas que antes, y los mercados que alguna vez fueron sitios de estricta segregación ahora laten con una mezcla de culturas que nunca se imaginó posible.En Lirium, la ciudad seguía su curso, como si su esencia permaneciera inmutable ante el paso del tiempo. Las calles eran tranquilas, las murallas imponentes y todo parecía en orden... o al menos, eso pensaban. Porque esa calma, tan perfecta, estaba a punto de ser destrozada por un simple accidente... o una carrera, mejor dicho.—¡Atrápenlo! —gritó uno de los guardias, jadeando mientras corría, su armadura resonando con cada paso.—¡Ya basta de juegos, mocoso! —rugió otro, empujando a un comerciante que apenas logró esquivar su brazo.El chico echó un vistazo por encima del hombro, esbozando una sonrisa desafiante que dejaba claro cuánto disfrutaba de la persecución.—¿Pensaron que me iba a quedar quieto para que me atraparan? ¡Tomen un atajo, señores! —burló mientras se zambullía entre dos grandes barriles, deslizándose por el estrechísimo pasaje entre ellos.Los guardias gruñeron mientras intentaban seguirlo. El primero, que no estaba tan ágil, tropezó con uno de los barriles y, con un furioso empujón, los apartó a un lado. Pero ya era demasiado tarde; el chico estaba al otro lado, saltando con facilidad sobre una pequeña pared que daba a una plaza bulliciosa.La tierra tembló ligeramente cuando sus pies tocaron el suelo junto a un puesto de frutas. El vendedor apenas pudo levantarse de su asiento, sorprendido.—¡Cuidado con mis manzanas! —exclamó, levantando una mano, pero antes de que pudiera decir algo más, el joven ya había tomado una manzana y se perdía en la multitud.—¡Te las pago luego! —gritó mientras se zambullía entre la gente, que caminaba sin prestarle demasiada atención.Los comerciantes voceaban sus ofertas a todo pulmón, los compradores regateaban precios, y los niños correteaban entre los puestos, creando un laberinto casi impenetrable. El joven se movió con destreza, zigzagueando entre ellos como una sombra escurridiza.—¡Lo tengo! ¡Casi! —gritó uno de los guardias cuando lo vio avanzar entre las multitudes. Empujó a un comprador hacia el suelo, haciendo caer una cesta llena de verduras, pero ni siquiera eso frenó al chico.Con un salto ágil, el joven aprovechó un tablón mal colocado y lo lanzó tras él. Los guardias se vieron obligados a detenerse, el primero tropezó y cayó de bruces al suelo, pero el chico ya había corrido más allá.El aire parecía pesar más a medida que se acercaban a un callejón lateral. Sin embargo, el chico no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. Al llegar a la esquina, un resplandor en el cielo llamó su atención. Fue entonces cuando lo vio: un guardia desplegó un par de enormes alas negras, extendiéndolas con una rapidez mortal.—¡No es posible que corras más rápido que esto! —gritó otro, que también abrió sus alas. Pronto, uno tras otro, los guardias comenzaron a elevarse, llenando el cielo con un espectáculo aterrador. Había al menos media docena, sus siluetas formando un cerco oscuro que se cerraba alrededor del chico.—¡Tienes que estar bromeando! —murmuró el chico entre dientes mientras echaba a correr más rápido, ahora en busca de una salida elevada.—¡Ahora sí! —exclamó uno de los guardias, extendiendo la mano como si ya pudiera tocar su victoria.Los demás no se quedaron atrás. Con movimientos coordinados, se lanzaron al unísono, dispuestos a derribarlo. El sonido de sus pisadas resonó como un martillo, y la proximidad de sus manos era un recordatorio palpable de que no había escapatoria.—¡Ríndete! —gritó otro, con una voz cargada de autoridad y amenaza.Todo apuntaba a un desenlace inevitable. Pero justo cuando estaban a un paso de atraparlo, algo cambió.El joven se detuvo. No como alguien que acepta la derrota, sino con una calma tan inquietante que los guardias vacilaron por un instante. El aire a su alrededor se tornó denso, cargado de una presión invisible que pareció aferrarse a sus cuerpos.—¿Qué... qué es esto? —murmuró uno, retrocediendo ligeramente mientras una gota de sudor corría por su sien.Otro intentó avanzar, pero algo en esa atmósfera le obligó a detenerse. Una fuerza inexplicable emanaba del chico, como si la misma tierra se hubiera aliado con él.De su espalda emergió lo imposible. Una oscuridad líquida y maleable, como si la noche se hubiese arrancado del cielo para protegerlo, comenzó a formarse. Primero fueron apenas sombras, pero luego se moldearon en un par de alas que parecían vivas. No eran como las de los Daemonium. Eran un vacío profundo que devoraba la luz y llenaba el espacio con un aura inquietante.—¡Por las sombras! —jadeó uno de los guardias, retrocediendo aún más, su voz teñida de puro desconcierto.Las alas se desplegaron lentamente, como si saborearan el momento. Su envergadura era imponente, y con cada movimiento parecía que la oscuridad misma respondía a ellas. Los bordes de aquellas alas se ondulaban como si estuvieran hechas de humo, pero su presencia era tangible, cargada de poder.Uno de los guardias apretó el puño, intentando recuperar el coraje.—¡Es solo un truco! ¡Atrápenlo!El joven levantó la vista hacia los guardias, que habían frenado en seco al verlo. Por un breve momento, ninguno se atrevió a moverse.—¿Y bien? —dijo, con una sonrisa ladeada que casi parecía una invitación.Un rugido rompió el silencio. Los guardias se lanzaron al ataque como un enjambre, pero él no esperó. Con un poderoso aleteo, se elevó tan rápido que la corriente de aire derribó algunas cajas en el callejón.La persecución en el aire comenzó. Los guardias volaban en formación, tratando de acorralarlo desde distintos flancos. Uno de ellos se lanzó desde arriba, extendiendo sus garras hacia él, pero el joven giró en el aire con una agilidad imposible, dejándolo pasar de largo. Otro intentó bloquear su ruta frontal, pero con un movimiento ágil, el chico plegó sus alas por un instante, cayendo en picada antes de volver a ascender como una flecha.—¡No es un vuelo, es un maldito espectáculo! —gruñó uno de los guardias mientras intentaba mantener el ritmo.El joven se deslizó entre ellos como una sombra inalcanzable. Su vuelo no era limpio ni calculado, sino salvaje, como si el viento mismo lo empujara hacia donde necesitaba ir. Un guardia logró acercarse lo suficiente para intentar atraparlo, pero en el último segundo, el chico giró sobre sí mismo y lo esquivó, haciéndolo chocar contra otro que venía en su dirección.—¡¿Es todo lo que tienen?! —gritó, riendo mientras se impulsaba hacia una corriente ascendente que lo llevó aún más alto. Desde ahí, podía ver a los guardias desordenados, reorganizándose para un nuevo intento.Dos de ellos lograron sincronizarse, atacándolo desde ambos lados. Uno extendió su brazo, casi logrando sujetarlo, pero el joven respondió con un giro vertiginoso que lo llevó a volar de espaldas por un instante. Sus alas sinuosas parecían fluir como tinta en el aire, dejando un rastro oscuro antes de impulsarse hacia un edificio cercano.Los guardias lo siguieron de cerca. Era una danza caótica de movimientos precisos, pero el chico seguía siendo más rápido, más escurridizo. Su vuelo no era solo velocidad; era una mezcla de instinto y audacia que los hacía parecer torpes en comparación.Uno de los guardias finalmente perdió la paciencia. Sacó un objeto brillante de su cinturón, una especie de red luminosa, y la lanzó en dirección al chico. Este apenas alcanzó a esquivarla, sus alas rozando el borde de un tejado mientras la red se estrellaba contra la pared, chisporroteando.—¡Eso estuvo cerca! —murmuró el joven para sí, antes de acelerar nuevamente hacia las alturas.Los guardias estaban exhaustos, pero no cedían. Sin embargo, él parecía estar disfrutándolo. Por un breve momento, dejó que uno de ellos se acercara, como si estuviera midiendo cuánto podía provocarlos antes de perder la ventaja. Justo cuando el guardia extendió la mano para atraparlo, el chico plegó sus alas nuevamente, cayendo en picada hacia las sombras de la ciudad.Con un giro elegante, se deslizó entre las torres, dejando atrás los gritos de frustración de sus perseguidores. Las sombras de la ciudad parecían abrazarlo mientras descendía en picada, zigzagueando por el estrecho callejón. Su respiración acelerada se mezclaba con una risa contenida, confiado de haberlos dejado atrás... hasta que una mano firme lo sujetó del tobillo.Una voz familiar resonó, calmada pero cargada de un tono que no dejaba espacio para la réplica.—¿A dónde crees que vas, Oz? —preguntó Lucivas.Estaba ahí, de pie en medio del callejón, como si hubiera sabido exactamente dónde esperarlo. El joven apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de caer como un saco de papas, aterrizando de espaldas con un ruido sordo. Soltó un quejido mientras trataba de recuperar el aliento, mirando con una mezcla de incredulidad y fastidio a quien lo había atrapado.—¡Auch! ¿Era necesario ser tan drástica? —protestó, levantando una mano como si pidiera tiempo fuera.—¡Luci! —exclamó instintivamente, antes de intentar liberarse del agarre—. ¿Cómo haces eso? Siempre apareces en el peor momento.Lucivas soltó su tobillo, pero no retrocedió. En lugar de responder, cruzó los brazos y lo miró.—Ya te dije que no me llames así —murmuró con suavidad, aunque su tono no era de reproche. Antes de que Oz pudiera replicar, un estruendo al final del callejón anunció la llegada de los guardias. Uno de ellos, jadeando y con las alas extendidas, tropezó mientras aterrizaba torpemente, seguido de Thalrak, que aterrizó con mucho más estilo. —Luci, ¿eh? Me gusta. Tiene un toque cariñoso. Quizá debería empezar a llamarte así también.Lucivas giró hacia Thalrak, su expresión oscureciéndose mientras una leve aura de poder se extendía a su alrededor. El aire pareció volverse más pesado, y Thalrak retrocedió con las manos alzadas en un gesto de paz.—De acuerdo, de acuerdo. Sólo bromeaba. No es necesario intimidar a un viejo amigo.Oz no pudo evitar reírse mientras Thalrak se sacudía la barba, murmurando algo ininteligible.El chico, que había logrado ponerse de pie mientras todos hablaban, alzó las manos en señal de inocencia.Lucivas dejó escapar un suspiro, apartando la mirada un segundo. Regresó su atención a Oz, caminando hacia él con calma, mientras los guardias observaban desde atrás con una mezcla de alivio y respeto.—Oz, lo que hiciste allá arriba fue impresionante. No voy a mentir. —Su tono cambió ligeramente, mostrando algo más de orgullo, aunque sin exagerar—. Pero ¿Cuánto tiempo pensabas que podrías escapar?Él le devolvió una sonrisa descarada, inclinándose ligeramente hacia ella.—No sé... ¿lo suficiente para que se rindieran? ¿O tal vez hasta el amanecer?Thalrak soltó una carcajada desde atrás, claramente disfrutando del intercambio.—Este chico nunca aprende. Lucivas, ¿puedo quedármelo esta vez? Te juro que lo entrenaré bien.Lucivas negó con la cabeza, girándose por un momento para enfrentarlo.—Lo que harás, Thalrak, es asegurarte de que no vuelva a escaparse. —Luego regresó la mirada a Oz, inclinándose un poco más para quedar a su altura—. Aunque, siendo sincera, no me gustaría que eso cambiara. Eres... demasiado bueno en esto como para dejarlo.Por un instante, Oz no supo cómo responder. Había algo en la forma en que lo miraba que lo hizo sentir extraño, como si hubiera algo más en esas palabras. Pero no duró mucho, porque la expresión de Lucivas volvió a la neutralidad al instante.—Así que, ¿te vienes por las buenas, o tendremos que repetir todo el espectáculo?El chico suspiró dramáticamente, alzando las manos en señal de rendición, aunque su sonrisa nunca desapareció.—Está bien, Luci. Tú ganas esta vez. Pero te advierto: la próxima será aún mejor.—Ya veremos, Oz. Ya veremos. — Lucivas negó con la cabeza, manteniendo su expresión seria.Antes de que el silencio pudiera extenderse demasiado, Thalrak resopló.—Bueno, ya que hemos terminado con las acrobacias, ¿podemos movernos? No quisiera que la ciudad entera nos encuentre aquí. Además... —hizo una pausa dramática, lanzándole una mirada a Oz. —Algunos de nosotros sí cargamos con cosas importantes, no solo con travesuras.Oz puso los ojos en blanco, pero no perdió su aire despreocupado.—Claro, claro, tú siempre tan sacrificado.Lucivas chasqueó la lengua y empezó a caminar, con un tono práctico que devolvía la seriedad al momento.—Deja las bromas, Oz. Nos dirigimos a ver a alguien más.—¿Alguien más? ¿Quién? —preguntó el joven, con una chispa de curiosidad en la mirada.Thalrak intervino, con un gesto hacia su propio brazo como si estuviera revisando algo.—Un viejo amigo. No ha peleado en mucho tiempo. —Sus ojos se oscurecieron un instante—. Y, considerando las circunstancias, preferiría que siguiera así.Por un momento, Oz dejó de sonreír, su curiosidad desplazando cualquier comentario impulsivo. Lucivas, sin embargo, le lanzó una mirada rápida antes de girar hacia el camino que se abría ante ellos.—Lo sabrás cuando lleguemos.La intriga estaba clara en el rostro del joven, pero no insistió.—Aunque sería mejor que esta vez te comportes. — Agregó con un tono casi burlónOz soltó una carcajada breve.—No prometo lo contrario, pero me esforzaré.Thalrak rodó los ojos mientras seguían avanzando por las calles que comenzaban a quedar desiertas.Mientras caminaban en silencio, Lucivas permitió que una pequeña sonrisa, apenas visible, cruzara su rostro. Oz no lo notó, pero Thalrak sí, y aunque no dijo nada, una chispa de diversión brilló en sus ojos.—Algún día este chico va a meternos en un problema mayor del que podamos salir. — pensó Thalrak, pero incluso entonces no pudo evitar sonreír.El grupo siguió su camino, mientras las luces de la ciudad se apagaban lentamente detrás de ellos, dejando solo sus pasos como testigos de una noche que, al menos por ahora, llegaba a su fin.