La noche había caído sobre el bosque, y el cielo se desplegaba como un manto oscuro salpicado de estrellas titilantes. Marisel, bajo la protección del gran árbol donde había decidido detenerse, sentía el peso de la noche abrazándola. Sus ojos se acostumbraban a la penumbra, y los susurros de las ramas se mezclaban con el murmullo de su respiración. Cada sonido, cada crujido, parecía tener vida propia, como si los árboles conversaran entre ellos, compartiendo secretos inmemoriales.
Marisel cerró los ojos y apoyó la cabeza en el tronco rugoso. Las palabras de su madre resonaban en su mente, recordándole el deber, el compromiso, y aquella vida que le habían impuesto sin siquiera pedir su consentimiento. Un suspiro escapó de sus labios, un susurro de resignación que el bosque capturó, como si la misma naturaleza empatizara con su dolor.
Mientras ella intentaba ahogar los pensamientos que la atormentaban, una suave melodía comenzó a envolverla. Era un sonido tan delicado como el roce de las hojas, y tan sutil como el vuelo de un insecto nocturno. No provenía de ningún lugar en particular, sino que parecía surgir de la misma esencia del bosque, como si el aire llevara consigo una canción ancestral que se le susurraba al oído.
Marisel abrió los ojos, su mirada confundida explorando el entorno. La melodía la envolvía en un abrazo invisible, y un inexplicable sentimiento de paz comenzó a calmar las ansias que hasta hacía unos momentos agitaban su pecho. Sentía como si aquel sonido misterioso hablara un lenguaje antiguo, uno que no necesitaba palabras para ser comprendido. Instintivamente, llevó una mano al corazón, donde el latido se le aceleraba, como respondiendo a una llamada desconocida.
A lo lejos, la figura observaba a Marisel, sintiendo cómo la conexión entre ambas se volvía más palpable. No entendía del todo por qué la presencia de la joven humana la atraía tanto, pero tampoco podía ignorar el magnetismo que aquella criatura ejercía sobre ella. Desde su escondite, la criatura mística analizaba cada gesto, cada suspiro, como si estuviera leyendo en el rostro de Marisel un poema encriptado por el destino. En sus largos años de soledad, había aprendido a percibir las emociones de aquellos que osaban adentrarse en sus dominios. Pero Marisel era diferente; en ella había una vulnerabilidad y una valentía que desarmaban cualquier resistencia. Aquel susurro de dolor que escapaba de sus labios, aquella mirada perdida y esa manera de conectarse con el bosque... Todo en Marisel parecía encajar en el alma misma de la naturaleza.
A pesar de su cautela, la figura sintió el impulso de acercarse. Sin hacer ruido, avanzó entre las sombras, moviéndose con la gracia y ligereza de un espectro. Sus pies apenas tocaban el suelo, y su cabello plateado parecía fundirse con la bruma nocturna. Se detuvo a unos pasos de Marisel, quien, ajena a la presencia de su observadora, continuaba escuchando la melodía del bosque, cada vez más profunda y envolvente.
Entonces, en un acto de valentía o quizá de desesperación, Marisel empezó a susurrar, dirigiéndose a los árboles como si fueran antiguos amigos, como si aquellos seres silenciosos fueran los únicos capaces de entender su dolor. Con voz temblorosa, les contó de su temor, de su disgusto por el compromiso que su familia le había impuesto, de la sensación de prisión que la ahogaba cada día. En cada palabra, el bosque parecía escuchar resonando con un eco invisible que la animaba a continuar.
—Yo... no quiero esa vida —susurró, mientras su voz se quebraba y una lágrima se deslizó por su mejilla—. No quiero ser una pieza en el juego de otros.
La criatura, oculta entre las sombras, sintió una punzada en el pecho. Comprendía ese sentimiento de encierro, de tener una existencia determinada por otros, aunque en su caso fuese por los pactos que su raza ancestral había hecho con el bosque. Pero ahora, frente a Marisel, una chispa de empatía se encendía en su corazón, algo que le recordaba que, a pesar de sus diferencias, ambas estaban unidas en un mismo anhelo de libertad.
Sin saber por qué, la criatura mística alzó una mano hacia el árbol junto al cual Marisel se encontraba, como si con ese simple gesto pudiera aliviar el dolor de la joven. Al instante, un viento suave comenzó a recorrer el claro, susurrando entre las ramas, acariciando el rostro de Marisel como una promesa silenciosa de consuelo.
Marisel cerró los ojos, sintiendo cómo aquel soplo acariciaba su piel. Era un toque tan delicado y gentil, como si el bosque mismo la estuviera abrazando. No podía explicarlo, pero en ese instante, la sensación de soledad que la había acompañado se desvaneció. Sintió, por primera vez en mucho tiempo, que no estaba completamente sola, que algo en ese lugar comprendía su lucha y le brindaba su apoyo.
—Gracias —murmuró al aire, como si hablara con una presencia invisible.
La figura, desde su escondite, se sorprendió al escuchar las palabras de agradecimiento. Por un instante, deseó abandonar su refugio y presentarse ante Marisel, mostrarle su verdadero rostro y compartir con ella los secretos que el bosque había guardado durante siglos. Pero el miedo a ser rechazada, a ser vista como una amenaza, la mantuvo inmóvil. Su raza y la humana tenían historias de conflicto y desconfianza, y aunque Marisel le pareciera diferente, la incertidumbre la frenaba.
Sin embargo, algo en el brillo de los ojos de aquella mujer, en su susurro agradecido, despertaba una calidez olvidada, un deseo profundo de formar parte de su vida. Aquella humana era distinta, y quizás el destino la había llevado al bosque no sólo para huir de su compromiso, sino para encontrar un propósito más allá de su control.
El silencio de la noche comenzó a llenar el claro, y Marisel, agotada, se recostó nuevamente sobre el tronco, cerrando los ojos y entregándose al cansancio acumulado. La criatura la observó hasta que el sueño finalmente la venció, y se permitió acercarse un poco más, velando sus sueños, como una guardiana silenciosa.
El bosque, mientras tanto, parecía complacido con aquella escena. Los árboles susurraban en susurros antiguos, como si aprobaran la conexión que lentamente se tejía entre las dos almas. Era un encuentro destinado, una unión que rompería barreras y desafiaría las tradiciones, y aunque ambas desconocían el alcance de sus caminos cruzados, el destino ya había decidido entrelazarlos en una danza que ni el tiempo podría romper.