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Chapter 4 - Ecos del Pasado

El amanecer asomaba tímido entre las copas de los árboles, derramando pinceladas doradas que acariciaban el rostro de Marisel mientras despertaba. Sus ojos parpadearon al abrirse, y por un instante se quedó inmóvil, escuchando el murmullo del bosque que parecía darle la bienvenida a un nuevo día. Aún envuelta en aquella paz, se incorporó lentamente, tratando de asimilar la serenidad que había sentido durante la noche.

La joven se estiró, dejando que el frío matinal rozara su piel como un suave recordatorio de su realidad. No había soñado con su hogar, ni con la vida que la esperaba fuera del bosque; en cambio, su mente se había sumergido en un profundo letargo de susurros y cantos lejanos, un consuelo invisible que parecía envolverla en un abrazo antiguo. Respiró profundamente, como si intentara capturar aquel aliento fresco y transformarlo en fortaleza para el incierto camino que tenía por delante.

Sin embargo, el silencio fue roto por un crujido. Marisel se tensó, girando su cabeza en la dirección del sonido, y allí, entre la neblina del alba, vislumbró una figura esbelta que se deslizaba con gracia entre los troncos. Su corazón dio un vuelco, reconociendo a la extraña presencia que la había observado en sueños, pero sin estar del todo segura si era real o producto de su mente.

La mística criatura , se detuvo a unos metros de Marisel, su figura envuelta en una especie de resplandor etéreo que hacía que pareciera fundirse con el paisaje. Sus ojos azul intenso se posaron en la humana, analizando cada movimiento, y por un momento, ambas quedaron atrapadas en un intercambio silencioso, como si sus almas reconocieran algo que sus palabras aún no podían expresar.

—Eres tú… —murmuró Marisel, casi sin darse cuenta, sus palabras colgando en el aire como un eco de su propia incredulidad.

La criatura ladeó la cabeza, observando a Marisel con curiosidad, finalmente dio un paso adelante. Su voz, grave y algo áspera, rompió el silencio de la mañana.

—Llevas un susurro de tristeza en el alma, humana —dijo, sus palabras llenas de una comprensión que trascendía los límites de lo visible.

Marisel sintió cómo un escalofrío recorría su piel al escuchar la voz de aquella criatura. No era una voz suave ni melodiosa, pero en su aspereza halló una sinceridad desarmante, un reflejo de lo que ella misma llevaba en su interior. Sin saber muy bien por qué, sintió el impulso de abrirse, de dejar que las palabras fluyeran como el río que serpenteaba entre los árboles cercanos.

—Huyo de una vida que no elegí —respondió, sus ojos oscuros clavándose en los de la criatura —. Me han prometido a un hombre que no amo, un hombre que… solo busca poseerme como si fuera una pertenencia más en su colección.

Las palabras salieron de sus labios con un peso que llevaba demasiado tiempo guardando. La criatura asintió, como si cada sílaba resonara con una verdad que ella también comprendía. Con un gesto suave, la mística levantó una mano, tocando el aire con delicadeza, y en un susurro ancestral, pronunció una palabra que el bosque pareció reconocer. En ese instante, las hojas temblaron y el viento pareció volverse más cálido, acariciando el rostro de Marisel en una promesa de protección.

—Este bosque guarda secretos que no muchos conocen —dijo, sus palabras llenas de un conocimiento que sobrepasaba lo humano—. Aquí, los sueños y los miedos se entrelazan con las raíces, y aquellos que buscan refugio suelen encontrar más de lo que desean.

Marisel bajó la mirada, notando cómo el suelo parecía vibrar bajo sus pies, como si estuviera vivo. A pesar de su desconcierto, una parte de ella se sentía comprendida, como si aquella presencia enigmática lograra ver más allá de sus palabras y comprendiera la lucha interna que había librado en silencio.

—¿Y tú? —preguntó Marisel, alzando la vista con timidez—. ¿Qué te trajo a este lugar?

La pregunta parecía algo simple, pero la criatura percibió en ella una sinceridad que iba más allá de la mera curiosidad. Sus ojos centellearon con una chispa de melancolía, y por un instante pareció debatirse entre responder o guardar sus propios secretos. Sin embargo, decidió concederle a Marisel una pequeña parte de su historia.

—Hace mucho, antes de que los humanos olvidaran las antiguas alianzas, mi gente vivía en paz junto a los bosques —dijo, su voz volviéndose un susurro lejano—. Pero con el tiempo, el equilibrio se rompió, y nos vimos forzados a ocultarnos, a guardar nuestras tradiciones en el silencio de estos árboles. Mi raza se convirtió en una leyenda un recuerdo borrado por el paso del tiempo.

Los ojos de Marisel se abrieron en sorpresa, captando la tristeza en la voz de la hermosa criatura. Aunque no comprendía del todo la historia, podía sentir la pérdida y el anhelo en sus palabras. La conexión que sentía hacia aquella criatura mística se volvía más fuerte, como si compartieran una herida común, una herida que las unía más allá de sus diferencias.

Sin decir más, la criatura dio un paso atrás, como si temiera haberse acercado demasiado a la humana. La distancia entre ambas volvió a crecer, aunque un hilo invisible parecía mantenerlas unidas. Marisel, por su parte, sintió la urgencia de acercarse, de cruzar aquel espacio que las separaba, pero algo en esa mirada la detuvo. Había un respeto mutuo, una frontera que ambas temían cruzar, como si hacerlo desatara algo que no podrían detener.

—Es mejor que vuelvas al sendero humano antes de que sea demasiado tarde —dijo la criatura, con una frialdad que contrastaba con el brillo de sus ojos.

Marisel frunció el ceño, su corazón latiendo con fuerza al escuchar aquellas palabras. No quería regresar, no después de haber encontrado algo tan puro y real en el bosque. Pero la decisión no era fácil; sabía que su ausencia podría traer consecuencias en su vida y la de su familia, una parte de ella temía el castigo de regresar a su realidad.

—No estoy lista para volver —respondió, su voz firme a pesar del miedo—. Aquí, entre estos árboles, siento que puedo ser yo misma, que puedo huir de la sombra que me persigue.

La criatura la observó en silencio, su expresión inescrutable. Sin embargo, en el fondo de su ser, comprendía las palabras de Marisel. Había visto muchas almas perdidas en aquel bosque, pero ninguna como ella. Quizás, pensó, la llegada de la joven humana no era una simple coincidencia; tal vez el destino había trazado un plan que aún desconocían.

Finalmente, sin responder, la criatura se dio la vuelta y comenzó a alejarse, sus pasos ligeros deslizándose entre las raíces y las sombras. Marisel sintió una punzada de desesperación, queriendo detenerla, llamarla, pero las palabras se atoraron en su garganta. Solo pudo observar cómo la figura se desvanecía en la penumbra del bosque, llevándose con ella un fragmento de su propio corazón.

Quedándose sola, Marisel cerró los ojos, tratando de retener la paz que el bosque le había brindado. Sabía que este lugar guardaba secretos, pero también intuía que esos secretos se entrelazaban con los suyos propios. Con una determinación renovada, se prometió a sí misma que descubriría la verdad que se ocultaba entre los árboles, aunque para ello tuviera que enfrentarse a lo desconocido.

Mientras el sol ascendía lentamente en el cielo, Marisel continuó su camino, su alma entrelazada con el bosque y con la sombra de aquella criatura mística que había despertado en ella algo que ni siquiera comprendía del todo. Sabía que su viaje apenas comenzaba y que el destino guardaba todavía muchos misterios en los que ella tendría un papel crucial.