El bosque entero parecía vibrar con una fuerza contenida, como si las raíces y las ramas estuvieran preparándose para un enfrentamiento sin precedentes. La presencia del prometido de Marisel, con su energía oscura y opresiva, había alterado el delicado equilibrio que Niamara y el bosque compartían. Marisel, atrapada entre el magnetismo de Niamara y la amenaza que representaba el hombre al que estaba prometida, sentía cómo su corazón latía con fuerza, cada pulso marcando el inicio de algo que iba más allá de su comprensión.
El prometido avanzó unos pasos más, su mirada oscura y fija en Marisel, como si ella no fuera más que un objeto que necesitaba ser recuperado a toda costa. Al notar la firmeza de Niamara, una mueca de desprecio apareció en sus labios, y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
—¿De verdad piensas que este bosque puede protegerte? —dijo con voz áspera, dirigiéndose a Marisel pero mirando desafiante a Niamara—. Lo que es mío, siempre vuelve a mí.
Marisel sintió un nudo en la garganta, pero antes de que pudiera responder, Niamara dio un paso adelante. Su mirada, profunda y fulgurante como un rayo, se clavó en el hombre con una intensidad que parecía quemar. Niamara no necesitaba palabras para hacerle saber que no era bienvenida su presencia, pero aún así, se permitió hablar, su voz como el rumor de un trueno lejano.
—Ella no es tuya —replicó con un tono gélido—. Marisel es libre, y su destino no está atado a tus deseos.
El bosque pareció responder a sus palabras. Las ramas se entrelazaron en el aire, formando una barrera natural entre el prometido y las dos mujeres. Los árboles, que antes parecían tranquilos, ahora mostraban una postura protectora, sus troncos firmes y sus hojas temblando con una energía ancestral. El prometido, sin embargo, no parecía intimidado; al contrario, una expresión de arrogancia cubrió su rostro.
Con un movimiento rápido, el prometido extendió una mano hacia la barrera de árboles. De sus dedos comenzó a emanar una niebla oscura y espesa, que se extendió como una serpiente, enroscándose en las ramas y consumiendo las hojas verdes, transformándolas en cenizas al contacto. Marisel observó, horrorizada, cómo aquella energía corrupta destruía la vida del bosque, y sintió un ardor de rabia y tristeza arder en su pecho.
—¡Basta! —gritó, incapaz de soportar ver cómo el hogar que le había dado refugio estaba siendo profanado.
Pero antes de que pudiera actuar, Niamara levantó una mano y, con un gesto delicado, canalizó una energía que parecía surgir del corazón mismo de la tierra. La niebla oscura se detuvo, como si una barrera invisible la hubiera contenido. La mística cerró los ojos por un instante, conectando su esencia con el bosque, y un susurro comenzó a elevarse desde todas partes, un canto antiguo que hablaba de tiempos en los que la naturaleza y la mística eran uno.
El prometido, visiblemente irritado, dio un paso más, intentando imponerse. Pero Niamara no retrocedió; al contrario, su figura parecía hacerse más fuerte, más etérea, y su voz resonó clara y firme.
—El bosque está vivo —murmuró—. Y no permitirá que te lleves lo que no te pertenece.
Fue entonces cuando los árboles se estremecieron y una tormenta de hojas y ramas se alzó en torno al prometido, formando un torbellino que lo rodeaba. Él intentó apartarse, pero las raíces comenzaron a moverse bajo sus pies, enredándose como serpientes en torno a sus tobillos. Cada intento de deshacerse de ellas era inútil, y cuanto más se resistía, más apretaban su agarre.
Marisel observaba con una mezcla de temor y admiración. Era como si el bosque estuviera vivo en carne y espíritu, protegiéndola a ella y a Niamara con una devoción indescriptible. Pero, al mismo tiempo, un sentimiento de tristeza la invadía al ver cómo todo a su alrededor sufría por su causa, como si el mismo bosque absorbiera el dolor de aquella lucha.
—¡Marisel! —gritó el prometido, luchando por liberarse—. No puedes esconderte de mí. Te encontraré, sin importar dónde te escondas.
Marisel sintió la tensión en sus palabras, un veneno que le escocía en la piel. Sin embargo, algo en su interior se quebró, y de entre el miedo y la confusión, una chispa de determinación brotó. Alzó la mirada, observando a Niamara, quien seguía de pie, imperturbable y poderosa, su presencia como un faro en la tormenta.
—Niamara… —susurró Marisel, y la mística giró ligeramente su rostro hacia ella, como si aquel murmullo fuera la promesa de que todo estaría bien.Marisel sintió el impulso de hablar, de romper la cadena invisible que la había atado a aquel hombre durante tanto tiempo. Con voz firme, casi desafiante, gritó:
—¡No soy tuya! —Las palabras surgieron de sus labios con una fuerza que no reconocía, pero que llenaron su pecho de una nueva libertad—. Nunca lo he sido y nunca lo seré.
El prometido quedó paralizado, su rostro desfigurado por una mezcla de ira y sorpresa. Era como si la declaración de Marisel hubiera roto una cadena invisible que lo había mantenido unido a ella. Las raíces, sintiendo aquella liberación, comenzaron a apretar con más fuerza, llevándolo hacia el suelo, haciéndolo parte de la tierra que tanto había despreciado.
Niamara, observando el cambio en Marisel, esbozó una ligera sonrisa, un destello de orgullo en sus ojos. Sabía que aquella joven había encontrado finalmente su voz, el poder dentro de ella que nadie podría arrebatarle.
El bosque, satisfecho con la resolución de Marisel, comenzó a soltar su agarre. Las ramas y raíces se retiraron lentamente, aunque permanecían alerta, listos para intervenir si el prometido intentaba una nueva acometida. Humillado y sin fuerzas, él se levantó tambaleante, su mirada oscura se posó en Marisel una última vez.
—Esto no ha terminado —advirtió, en un susurro lleno de veneno—. No descansaré hasta que seas mía.
Y con un último destello de su oscura energía, se desvaneció entre las sombras del bosque, dejando una estela de odio y resentimiento que se fue disipando lentamente.
Marisel miró a Niamara, sintiendo una gratitud inmensa y un cariño profundo que apenas podía describir. Habían enfrentado juntos la amenaza y, aunque sabía que no sería la última vez, comprendía que mientras estuviera con Niamara, no habría obstáculo insuperable.
Niamara, con una suavidad que contrastaba con su fuerza habitual, extendió su mano hacia Marisel, como invitándola a adentrarse más en el bosque, en ese lugar donde ambas encontrarían una nueva vida, libres de cualquier atadura. Marisel, sin dudarlo, tomó su mano, y juntas se adentraron en el corazón del bosque, donde los secretos y promesas de una vida distinta las aguardaban.