El viento se arremolinaba entre las ramas de los árboles, trayendo consigo un murmullo inquietante que parecía provenir de lo más profundo del bosque. Marisel y la mística estaban de pie, casi en silencio, mientras una sombra se cernía sobre ellas, una presencia que se sentía como una amenaza inminente.
Marisel, aunque ajena a la naturaleza exacta de ese peligro, sentía también una inquietud creciendo en su interior. En cada susurro del viento, en cada crujido lejano, percibía la llegada de algo inevitable, algo que escapaba de su comprensión.
—Siento que el bosque me está hablando —susurró Marisel intentando descifrar aquel aviso que parecía llegar desde las raíces mismas de los árboles.
La criatura la miró, sus ojos azules más intensos que nunca, como dos pozos de sabiduría y misterio. Sabía que el prometido de Marisel estaba acercándose, atraído quizás por un rastro de energía que ella misma no había logrado borrar del todo. El bosque se preparaba para una confrontación, alineando sus fuerzas como si fuera un organismo viviente dispuesto a proteger a uno de los suyos.
—Hay algo que debes saber, Marisel —dijo la mística con voz firme, aunque una leve vulnerabilidad se filtró en sus palabras—. Hasta ahora, hemos compartido instantes de silencio y complicidad, pero no he revelado mi nombre. Marisel la miró con sorpresa, sintiendo la gravedad de las palabras de la mística. El acto de nombrarse era más que un simple intercambio; era una entrega de confianza, un lazo profundo que sellaría sus destinos en la vasta red de la naturaleza.—Mi nombre es Niamara —susurró la mística, el sonido de su nombre parecía resonar en cada hoja, en cada rama, como si el bosque entero lo absorbiera y lo protegiera, Marisel asintió, conmovida por aquel gesto. El nombre de Niamara le era extraño y familiar al mismo tiempo, como si de alguna forma siempre hubiera estado presente en sus sueños, aguardando su momento para manifestarse.
—Niamara… —repitió, probando el peso y la melodía del nombre en su boca, sintiendo que con él venía también una promesa de protección y un llamado a la valentía.
Niamara, percibiendo que el peligro estaba más cerca de lo que ambas deseaban, se colocó frente a Marisel, su cuerpo casi instintivamente en posición de resguardo, como si su simple presencia pudiera crear un escudo. Sabía que el prometido de Marisel traía consigo una energía turbia, una mezcla de posesión y desesperación que la naturaleza misma rechazaba. Y ahora, el bosque se convertía en el campo de batalla, con sus raíces y ramas, sus sombras y luces, preparándose para repeler al intruso que osaba amenazar la conexión que ella y Marisel habían forjado.
El aire en el bosque se tornaba pesado, casi asfixiante, como si la naturaleza misma retuviera la respiración ante la llegada de una amenaza. Marisel se encontraba junto a Niamara, aún asimilando el peso y la magia de ese nombre que resonaba en su corazón. "Niamara…" pensó, dejando que el eco de la palabra recorriera su alma, llenándola de una calidez desconocida y, al mismo tiempo, de una inquietud inexplicable.
Pero aquella paz momentánea se vio abruptamente interrumpida cuando el bosque se estremeció, las hojas temblaron y las ramas crujieron como si se retorcieran bajo una fuerza invisible. Marisel percibió una presencia oscura, una energía que emanaba desde lo más profundo, avanzando hacia ellas como una marea sombría que invadía cada rincón de su refugio natural.
—Está aquí… —murmuró Niamara, en un tono grave, sus ojos fijos en la distancia, en el sendero que se ocultaba entre los árboles.
Marisel, sin entender del todo la gravedad de sus palabras, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No necesitaba explicación alguna; sabía que aquello que Niamara temía se encontraba muy cerca. El bosque, que hasta ese momento le había ofrecido protección, ahora se sentía inquieto, expectante, como si aguardara una prueba que pondría a prueba sus raíces, sus secretos y sus sombras.
El prometido de Marisel había llegado. Un encuentro de miradas
Desde el borde del claro, una figura masculina emergió de entre las sombras. Era alto y robusto, sus ojos oscuros destellaban con una determinación que rayaba en la obsesión. La mirada de Marisel se encontró con la de su prometido, y en ella vislumbró algo perturbador: no era el amor lo que lo impulsaba a buscarla, sino una mezcla de posesión y control, un deseo de atraparla y someterla bajo su dominio.
—Marisel —pronunció su nombre con un tono autoritario—. Has huido de tu destino, del lugar que te corresponde. Es hora de que vuelvas a tu hogar, conmigo.
Marisel sintió el peso de sus palabras como una losa que intentaba aplastar su libertad. Pero antes de que pudiera responder, Niamara dio un paso adelante, interponiéndose entre ambos. Su figura parecía alargarse, como si el mismo bosque la dotara de una presencia imponente. No necesitaba armas ni palabras; su mirada y la fuerza del entorno eran suficiente para comunicar su mensaje: Marisel estaba bajo su protección.
El prometido observó a Niamara con desdén, como si la considerara una simple barrera a superar. Pero pronto comprendió que la mística era mucho más de lo que aparentaba.—¿Quién eres tú para interponerte entre mí mujer y yo? —preguntó con voz áspera. Niamara no se inmutó, su expresión era inquebrantable, casi severa.
—Soy parte de este bosque —respondió con voz firme—. Y mientras ella esté aquí, también es parte de él. No permitiré que la dañes.
Los ojos del prometido destellaron con ira, y en ese momento, un viento frío sopló desde lo más profundo del bosque. Las ramas comenzaron a agitarse violentamente, como si el bosque respondiera a la amenaza, como si cada árbol y cada raíz estuvieran dispuestos a proteger a Marisel de aquel hombre que osaba violar la armonía de su hogar natural.