Cuando entraron al laboratorio, el aire estaba impregnado de un aroma a metal y químicos desconocidos. En el centro de la sala, brillaba una máquina imponente, llena de luces intermitentes y cables enredados que parecían tener vida propia. A un lado, un mapa desplegado mostraba un complejo de pasajes intrincados y zonas marcadas con símbolos extraños.
Busorres se acercó al mapa, sus dedos recorriendo las líneas y figuras, intentando descifrar su significado. Mientras tanto, RamGan, incapaz de contener su curiosidad, se dirigió a la máquina. Con una mezcla de emoción y desconfianza, comenzó a tocar todos los botones que se encontraban a su alcance.
—Deja de tocar eso —le advirtió Busorres, alzando la voz para que se escuchara por encima del zumbido de la máquina.
—Quiero ver qué hace —respondió RamGan, con una chispa traviesa en los ojos.
Al final, su impaciencia lo llevó a presionar un botón rojo, que parecía brillar más intensamente que los demás. Por un momento, nada sucedió. Ambos se miraron, la tensión en el aire palpable, hasta que de repente sintieron como si alguien les vaciara el aire de los pulmones. Un resplandor cegador llenó la sala, y el mundo se desvaneció en una oscura vorágine.
—¡Aaaahhh! —gritó RamGan, su voz resonando en la oscuridad.
—¡¿Qué hiciste?! —exclamó Busorres, aunque ya sabía que la curiosidad de su amigo había desencadenado algo fuera de su control, agarrando el mapa por si pasaba algo.
El pánico comenzó a apoderarse de ellos mientras eran impulsados a gran velocidad, como si fueran arrastrados por una corriente invisible. Pero, poco a poco, empezaron a notar destellos de luz que surgían a su alrededor. Estos destellos se convirtieron en formas y colores, hasta que, de repente, la oscuridad se disipó por completo.
Con un último destello, se encontraron en un lugar completamente diferente. Abrieron los ojos lentamente, desorientados, y cuando la luz se estabilizó, se dieron cuenta de que estaban en una villa. El ambiente era vibrante, lleno de árboles frondosos y casas pintadas de colores vivos. En el centro de la plaza, un letrero bien cuidado decía "Villa Trama".
RamGan se rascó la cabeza, tratando de entender cómo habían llegado allí.
—¿Estamos… en un sueño? —preguntó, aún sorprendido.
Busorres observó a su alrededor, sintiendo que la realidad de la situación se asentaba en su mente.
—No creo que esto sea un sueño. Debemos averiguar qué está pasando y cómo regresamos.
Con una mezcla de temor y emoción, los dos amigos empezaron a caminar por las calles de Villa Trama, sintiendo que esta nueva aventura apenas comenzaba.