Los dos amigos comenzaron a buscar suministros para su viaje, pensando en todo lo que podrían necesitar: comida, agua, ropa adecuada, armas y, lo más importante, el mapa que los guiara en su aventura. Mientras hacían su lista mentalmente, RamGam recordó que el inicio de su gran aventura empezaba con el mar. Para ello, necesitaban un barco grande, uno que fuera resistente y capaz de aguantar golpes, ya que sabían que no sería un viaje fácil.
Con determinación, los dos aventureros corrieron hacia el puerto de Villa Trama. Al llegar, se encontraron con una impresionante variedad de barcos amarrados en el muelle, desde pequeños botes de pesca hasta grandes yates. Sin embargo, uno en particular llamó su atención: un antiguo barco de vela con velas desgastadas y un casco robusto, que parecía haber resistido numerosas tempestades.
—¡Ese es perfecto! —exclamó RamGam, apuntando hacia el barco—. Pero, ¿cómo lo manejamos?
Ambos se miraron con preocupación. No tenían experiencia en navegación. Justo cuando la duda comenzaba a invadirlos, RamGam recordó un documental que había visto sobre cómo manejar un barco. Con entusiasmo, les explicó a Busorres las técnicas básicas que había aprendido, y ambos se sintieron un poco más seguros.
Sin perder tiempo, subieron al barco, sintiendo la madera crujir bajo sus pies. Una vez a bordo, comenzaron a revisar el equipo. Aunque carecían de experiencia, la emoción de la aventura les daba valor. Con todo preparado, izaron las velas y, tras unos titubeos iniciales, el barco zarpó del puerto, dando inicio a su gran aventura.
Las horas pasaron lentamente en alta mar, y la inmensidad del océano parecía absorber el tiempo. Mientras la brisa marina les acariciaba el rostro, Busorres decidió que era un buen momento para descansar. Se dirigió al camarote, dejando a RamGam al mando. Pero la tranquilidad del viaje no duró mucho.
De repente, una violenta sacudida despertó a Busorres, quien, confundido y alarmado, se levantó rápidamente. Una ráfaga de viento envolvió el barco, y apenas pudo ver a RamGam aferrándose con fuerza al timón, intentando controlar la embarcación que se tambaleaba de un lado a otro.
—¡Metete a la cabina, ponte un salvavidas y tráeme uno a mí! —gritó RamGam, luchando contra el viento que intentaba arrastrarlo.
—¡Toma, póntelo! —respondió Busorres mientras le lanzaba un salvavidas, su corazón latiendo con fuerza por la adrenalina.
Con el viento aullando y las olas chocando contra el barco, ambos se prepararon para lo peor. Finalmente, la tormenta pasó, y los dos amigos respiraron aliviados, tranquilos en la inmensidad del océano. Sin embargo, la calma no duró mucho.
De repente, el barco comenzó a zarandearse como si fuera una gelatina.
—¡Agárrate fuerte! —le gritó RamGam a Busorres, que ya había salido del camarote, alarmado por el movimiento brusco.
Justo en ese momento, emergieron dos monstruos del agua. El corazón de Busorres se detuvo por un instante.
—¡Son un megalodón y un kraken! —gritó, paralizado por el terror.
El megalodón, con sus enormes mandíbulas, mordió el costado del barco, mientras que el kraken, con sus tentáculos gigantescos, abrazó la embarcación con fuerza, haciéndola crujir.
—¡Salta! ¡Y yo intentaré librarme de ellos! —gritó RamGam, tomando una decisión rápida.
A pesar del peligro inminente, Busorres no se atrevió a saltar al agua. En su lugar, se metió de nuevo al camarote, buscando refugio. Mientras tanto, RamGam enfrentó a los monstruos con valentía. Con cada movimiento, trató de mantener la calma, esquivando los ataques de ambos seres.
Después de una intensa y larga pelea, las criaturas, agotadas y furiosas, comenzaron a atacarse entre sí, dejando a RamGam la oportunidad de liberarse. Con un último esfuerzo, RamGam logró salir de su agarre, dirigiéndose al timón una vez más para recuperar el control del barco.
Una vez que la lucha terminó y los monstruos se sumergieron en el océano, los dos aventureros se reunieron en la cubierta. Estaban empapados y exhaustos, pero su espíritu de aventura seguía intacto.
—¿Estás bien? —preguntó RamGam, preocupado por su amigo.
—Sí, solo un poco asustado —respondió Busorres, sonriendo nerviosamente.
Después de un breve descanso, ambos se sintieron listos para continuar. Con el cielo despejado y el mar en calma, reanudaron su viaje. Finalmente, después de horas de navegación, llegaron al desierto, sanos y salvos, listos para enfrentar los desafíos que les aguardaban en la tierra árida.