RamGam y Busorres avanzaban lentamente por las calles de Villa Trama, intentando procesar su entorno. La villa era encantadora, con casas de techos de tejas rojas y paredes pintadas de vivos colores, rodeadas de flores y árboles frondosos que parecían mecerse al ritmo de una brisa suave y constante. Sin embargo, algo en el aire les decía que no todo era tan acogedor como parecía.
Con cada paso, notaban cómo los habitantes de la villa los observaban en silencio, sus miradas llenas de curiosidad y cierta hostilidad. RamGam y Busorres intercambiaron una mirada incómoda, pero decidieron ignorar a la multitud, convencidos de que solo estaban sorprendidos de ver a dos extraños caminando por su ciudad.
De pronto, entre la multitud, un hombre con bata de laboratorio se abrió paso hasta llegar frente a ellos. Su aspecto era peculiar: usaba unas enormes gafas redondas y su cabello estaba alborotado, como si llevara días sin peinarse. A pesar de su apariencia extraña, parecía decidido a hablarles.
—¿Son de Ciudad Palta? —preguntó con voz ronca, observándolos de arriba a abajo.
La pregunta los tomó por sorpresa, pero, luego de una breve pausa, asintieron al unísono.
—Sí, somos de Ciudad Palta —respondieron, tratando de sonar amables.
El hombre los observó con intensidad, y luego de un momento asintió con un gesto grave.
—Si desean regresar a su mundo, deberán encontrar el Oro Dimensional —dijo, señalando un punto en el mapa que llevaban en la mano—. Este mapa les guiará hasta él, pero el camino está lleno de obstáculos.
RamGam y Busorres miraron el mapa con renovada atención, tratando de identificar lo que señalaba. Mientras lo hacían, el científico se despidió con un leve gesto y se perdió entre la multitud, dejando a los dos amigos con más preguntas que respuestas.
—No creo nada de lo que dice —murmuró Busorres, cruzando los brazos.
RamGam levantó una ceja y miró a su amigo con una sonrisa de complicidad.
—Pero, ¿y si está diciendo la verdad? Tal vez sea nuestra única oportunidad de regresar a casa. Vale la pena intentarlo, ¿no?
Busorres suspiró, reconociendo que tenían pocas opciones. Con algo de resignación, asintió.
—Está bien… intentémoslo —aceptó, tratando de sonar positivo.
Ambos se inclinaron sobre el mapa, observando los diferentes biomas que tenían que cruzar para llegar al Oro Dimensional. Cada uno representaba un desafío distinto, y sabían que necesitarían toda su habilidad y valentía para superarlos.
El primer bioma que debían cruzar era un vasto océano, cuyas aguas se extendían hasta el horizonte. Dibujos de criaturas marinas adornaban el mapa, y los detalles en sus formas parecían advertencias de los peligros que encontrarían en las profundidades. Busorres, que había descubierto cierta afinidad por el agua, se sintió un poco más confiado en esta primera etapa, aunque no podía evitar un ligero nerviosismo.
A continuación, el segundo bioma era un desierto inmenso, con dunas interminables que parecían moverse bajo el sol abrasador. RamGam sabía que el calor extremo y la falta de sombra serían una prueba difícil de superar, y la sola idea de caminar por esas arenas ardientes hacía que sintieran sed anticipada.
El tercer bioma era un bosque oscuro y denso, donde los árboles creaban un techo tan espeso que apenas permitía la entrada de la luz solar. Las sombras parecían moverse con vida propia, y el silencio absoluto hacía que cada crujido de ramas bajo sus pies resonara como un trueno. Busorres no pudo evitar un escalofrío al imaginar lo que podría estar acechando entre los árboles.
Finalmente, el último bioma era una cueva profunda y serpenteante. Las paredes irregulares y las múltiples bifurcaciones le daban el aspecto de un laberinto sin salida. La oscuridad en el dibujo era tal que parecía tragarse cualquier indicio de luz. RamGam y Busorres intercambiaron una mirada de preocupación; sabían que perderse en un lugar así sería más fácil de lo que imaginaban.
—Será una aventura difícil, pero estamos juntos en esto —dijo RamGam, tratando de animar a su amigo.
Busorres le devolvió una sonrisa, tratando de esconder el nerviosismo que lo invadía.
—Entonces, vamos… ¡a la aventura! —exclamó, intentando sonar seguro.
Ambos emprendieron la marcha hacia el primer bioma, el vasto océano que los esperaba en el horizonte. Aunque el miedo a lo desconocido los acompañaba, sentían la emoción de la aventura, sabiendo que el camino al Oro Dimensional sería una prueba de su valor y de su amistad.