La fría noche envolvía la ciudad de Nueva York cuando Ellen Wilson, directora del Maryel School, decidió tomar el teléfono y marcar el número de emergencia de la policía. La voz calmada, pero firme del operador resonó al otro lado de la línea.
—Policía de Nueva York, ¿cuál es su emergencia?
—Quiero reportar a un chico como desaparecido. Soy Ellen Wilson, directora del Maryel School, y hace casi un mes que no sé nada de un alumno. Ya intenté contactar con su padre, pero también está desaparecido.
—Muy bien, señora, ¿podría facilitarme los nombres y dirección de ambos? ¿Usted ya había reportado esto? —inquirió el operador, mostrando un profesionalismo que contrastaba con la preocupación de la directora.
—Sí, claro. El chico es Seth Lennox, su padre, Thomas Blueblitz. Ambos residen en un hotel de la avenida Lexington. Quise hacerlo, pero, al comienzo, nada me pareció extraño. Ellos suelen viajar bastante y, a veces, el señor Blueblitz pide permiso hasta por dos semanas. Aunque, no fue así ahora y ya estoy muy preocupada. Sobre todo, por Seth; siempre ha sido un chico bien portado y aplicado.
—Bien, empezaremos cuanto antes con la investigación.
Las palabras de Ellen se mezclaron con el zumbido de fondo en la estación de policía, marcando el inicio de una serie de eventos que se desencadenarían en la búsqueda de Seth Lennox y Thomas Blueblitz. La directora intentó mantener la calma, pero sus preocupaciones se filtraban en cada palabra, creando una atmósfera de tensión en la llamada de emergencia. La respuesta del operador, aunque profesional, no podía ocultar la gravedad de la situación.
(…)
La habitación de Seth en el Helgedomen se había convertido en un santuario de lo desconocido. Objetos extraños y hermosos adornaban el espacio, cada uno llevando consigo un aire de misterio que Seth, por el momento, solo se atrevía a contemplar en silencio. No sabía si eran reliquias de un pasado olvidado o artefactos esenciales para su nueva vida en aquel refugio enigmático. La incertidumbre bailaba en el aire, pero también la admiración por la exquisita rareza que lo rodeaba.
Entre los recuerdos visuales de su nueva morada, la mente de Seth se desplazó hacia el entrenamiento que había iniciado con Richy, un par de días atrás. La imagen de la sala de entrenamiento, con sus paredes de concreto y el eco de golpes resonando en el aire, se superponía a la atmósfera más estática de su habitación. Seth recordaba vívidamente la sensación de estar un paso detrás de Richy, un luchador natural cuya competitividad y egocentrismo se manifestaban en cada movimiento.
La experiencia de entrenamiento resultaba desafiante para Seth. Richy, con su destreza en la lucha, parecía disfrutar haciendo que Seth se esforzara al máximo. Aunque el pelirrojo no podía seguirle el paso a su mentor, no estaba dispuesto a renunciar. Había asumido el entrenamiento como una tarea vital para su supervivencia en ese entorno impredecible.
La certeza de que había mucho por descubrir sobre la realidad que los rodeaba no hacía más que aumentar la urgencia de prepararse. Aunque aún no entendía completamente a qué se enfrentaban y por qué, Seth decidió priorizar ciertas habilidades que podrían resultar útiles en el futuro. El combate podía ser un desafío abrumador, pero también reconocía la importancia de cultivar otras destrezas que pudieran ser fundamentales para su supervivencia y la de aquellos que consideraba parte de su nueva familia en el Helgedomen.
Con la promesa de un regreso al anochecer, Thomas, el hombre que había sido como un padre para Seth, se alejó en la penumbra de aquel ocaso. La despedida dejó a Seth inquieto, pues la cercanía que había compartido con Tom durante casi toda su vida generaba en él una preocupación genuina. La idea de que algo pudiera sucederle a su cuidador y mentor lo inquietaba, y preguntas sin respuesta danzaban en su mente mientras observaba el sol despedirse en los horizontes. Sentado sobre un pedestal de yeso desgastado, el pelirrojo se sumía en sus pensamientos, tratando de calmar la ansiedad que le generaba la ausencia de Thomas.
La tarde, a pesar de su euforia visual, no lograba calmar la inquietud de Seth. Las brisas de aquel día invernal traían consigo no solo el frío característico de la estación, sino también el susurro de una travesía lejana. Un viaje que se ocultaba más allá de las montañas, sumergido en el fulgor del alba. La curiosidad y la preocupación se entrelazaban en la mente del joven, alimentando la incertidumbre sobre el destino de Thomas.
En ese momento, Richy, con su agudo instinto y la habilidad de percibir las sutilezas del entorno, captó la presencia de algo más allá de las paredes del Helgedomen. Como un sabueso que detecta un rastro, se sumergió en la contemplación del paisaje. Se sentó, llevando consigo una limonada como compañera, y se acomodó en las escalinatas del santuario. Su mirada se perdía en las montañas que se perfilaban en la distancia, como si pudiera vislumbrar las corrientes invisibles que traían consigo secretos y posibles peligros.
La escena se llenó de una tranquilidad tensa, mientras Seth, inquieto en su pedestal, y Richy, en su postura reflexiva, compartían el peso de la incertidumbre. La tarde se desvanecía con la promesa de un anochecer que podría traer consigo respuestas o nuevos desafíos. El Helgedomen, testigo silente de sus preocupaciones y reflexiones, se mantenía imperturbable ante el misterio que envolvía a aquel refugio y a quienes lo habitaban.
El Helgedomen recibió a Seth con su silenciosa presencia, como un testigo de las inquietudes que afligían al joven. Con pasos ansiosos, cansados y adoloridos, Seth se dirigió hacia su habitación, llevando consigo el peso de la preocupación por Thomas. Los efectos del entrenamiento se hacían sentir en su cuerpo: los brazos entumecidos, piernas temblorosas y un dolor persistente en el pecho. Sin embargo, esos malestares eran secundarios en comparación con la angustia que sentía por la ausencia prolongada de Tom.
En la penumbra de su habitación, Seth se sumergió en sus pensamientos, la incertidumbre nublando su mente. La idea de que algo malo le hubiera sucedido a Thomas se instalaba como una sombra en su imaginación. Aunque había presenciado la fortaleza de Tom en la lucha, la preocupación persistía. El tiempo transcurría, y la falta de noticias aumentaba la ansiedad de Seth.
Decidido a buscar respuestas, Seth salió de su habitación, la última del pasillo, ubicada estratégicamente al lado de la de Tom. Ajustándose la camisa azul desgastada que llevaba puesta, se encaminó hacia la entrada de la iglesia. El pasillo, marcado por trozos de yeso y figuras divinas talladas en el mismo material, evocaba una sensación de solemnidad que se intensificaba con la incertidumbre que colgaba en el aire.
En la entrada, Seth buscó a Richy, esperando encontrar alguna pista sobre el paradero de Thomas. La imagen del joven con un vaso de limonada en mano, mirando el paisaje desde las escalinatas del santuario, se presentó ante él. Sin embargo, no había rastros de Thomas. La escena pintaba un cuadro de calma superficial, pero la ausencia del hombre que Seth consideraba como su protector lo sumía en una inquietud creciente. La limonada, inalterada en su vaso, parecía reflejar la espera impaciente y la incertidumbre que se aferraba al Helgedomen en ese momento.