Seth, con la intención de dirigirse al jardín, descendía por las escaleras del Helgedomen cuando, inesperadamente, tropezó con un alambre que se cruzaba en su camino. Sin tiempo para reaccionar, el pelirrojo se precipitó hacia adelante y terminó en una caída abrupta, su rostro chocando con fuerza contra uno de los escalones de piedra. El impacto resonó en el silencioso pasillo, y Seth se encontró de repente boca abajo, sintiendo el frío del suelo bajo sus mejillas.
Con gesto adolorido, Seth levantó la cabeza, apartando mechones de cabello que se habían desordenado en la caída. Fue entonces cuando notó que algo estaba pegado en su frente. Al desprender la nota, la mirada del pelirrojo se posó en las palabras impresas:
"Sabía que un torpe como tú caería en una trampa infantilmente simple como esa. Mocoso, voy a ayudar a Thomas con una misión, no toques nada mientras no estoy".
Seth arrugó la nota entre sus manos, sintiendo una mezcla de molestia y resignación.
Se sentó en la escalera, ignorando el dolor residual del golpe, mientras procesaba el mensaje sarcástico de Richy. No era la primera vez que el intrépido compañero de entrenamiento le tendía trampas o le daba órdenes con un toque de desprecio. Sin embargo, esta vez, el joven de ojos dorados no pudo evitar que la irritación le subiera a la superficie.
Aunque sabía que Richy tenía sus motivos y que, en su peculiar manera, intentaba proteger el Helgedomen, la sensación de ser subestimado y tratado como un "mocoso" resultaba desagradable para Seth. Se puso de pie, dispuesto a seguir su camino hacia el jardín, pero la molestia persistía en su interior. Mientras dejaba atrás las escaleras, el resentimiento se mezclaba con la curiosidad sobre la misión en la que Richy y Thomas estaban involucrados. La incertidumbre persistía en el Helgedomen, y Seth se encontraba en el epicentro de un enigma que iba más allá de las trampas y las notas sarcásticas de su peculiar compañero.
El enfado de Seth hacia Richy resonaba en sus injurias mientras tiraba el papelito en el vaso con limonada, expresando su frustración.
—Estúpido viejo —injurió Seth, y arrojó el papelito al vaso con limonada—. Voy a romper todos los cojines del salón… —murmuró pensativo mientras se dirigía a la parte trasera de la iglesia.
Allí, un cobertizo con herramientas y diversos objetos captó su atención. Con determinación, corrió la tabla que cubría la puerta, la arrojó a un lado y abrió la puerta de madera fina y gastada. Al observar las tijeras dentro, la emoción por su pronto acto de desafío lo invadió. Sin embargo, su anticipada victoria se vio truncada cuando un balde de pintura estratégicamente colocado se volcó sobre él, cubriendo su cabello rojizo con un azul vibrante.
—¡Maldición! —exclamó Seth, sorprendido y embarrado de pintura. Intentó rápidamente quitarse la sustancia de los ojos, pero su prisa solo lo llevó a enredarse con unos hilos en el suelo. Otra trampa ingeniosa de Richy lo había atrapado.
Desde el suelo, protestó enérgicamente:
—Otra maldita trampa de ese viejo amargado.
Mientras la harina se adhería a la pintura, Seth, desde su posición en el suelo, pudo divisar una nota pegada con meticulosidad al techo.
"Supongo que querías venganza, pero Seth, la venganza solo envenena tu alma". Citaba aquel pedazo de papel.
La ironía de la situación no pasó desapercibida, y Seth, ahora cubierto de pintura y harina, se encontraba atrapado en la dualidad de su propio desafío y la reflexión sobre las consecuencias de sus acciones.
—Voy a asesinar a ese tipo —sentenció Seth con furia, poniéndose de pie. La pintura goteaba desde su cabeza y la harina se escabullía por debajo de su camisa, creando un aspecto desaliñado y pintoresco.
Con paso firme, salió del oscuro cobertizo y corrió hacia el Helgedomen, decidido a deshacerse de la incómoda mezcla de colores y polvo que lo cubría.
—No sé cómo funciona esto, pero necesito una ducha —murmuró para sí mismo mientras atravesaba los pasillos del Helgedomen.
El refugio, a pesar de su apariencia misteriosa y la atmósfera única que lo rodeaba, sorprendió a Seth con su comodidad inesperada. El joven pelirrojo no sabía cómo funcionaba, y tampoco le interesaba en ese momento, pero el lugar poseía habitaciones con baños propios. Cada una de las duchas estaba equipada con agua caliente, un lujo que no se esperaría encontrar en un lugar que se autodenominaba como un pueblo fantasma.
Seth entró apresuradamente en el Helgedomen, el eco de sus pasos resonando en los pasillos. Su determinación por vengarse de Richy estaba mezclada con la urgencia de limpiar su desordenado aspecto. Siguiendo la ruta familiar, llegó a una de las habitaciones con baño propio. Abrió la puerta de la ducha con impaciencia y, sin perder tiempo, dejó que el agua caliente cayera sobre él, llevándose consigo la pintura y la harina que se adherían a su piel y cabello.
Mientras el agua descendía sobre Seth, la rabia que había expresado minutos antes comenzó a ceder paso a una sensación de alivio. La ducha caliente, el sonido reconfortante del agua golpeando contra su cuerpo y la limpieza gradual de su piel contribuyeron a calmar sus ánimos. En el Helgedomen, donde los misterios y las trampas se entrelazaban con la cotidianidad, Seth encontró un respiro momentáneo en la familiaridad reconfortante de la ducha.
Una vez dentro de su baño, Seth se deshizo de la ropa y abrió el grifo de agua caliente. Al principio, el cálido chorro acarició su piel, y mientras la pintura era eliminada y la harina lavada, todo parecía transcurrir normalmente. Sin embargo, una sensación incómoda empezó a manifestarse en su nuca. Ardía intensamente, picaba ansiosamente, y un dolor agudo lo obligó a agarrarse el cuello en busca de la fuente del malestar.
—¿Qué demonios? —se quejó Seth, palpando su cuello en un intento de aliviar el malestar. Al no encontrar nada evidente, decidió salir de la ducha, envolviéndose en una toalla blanca y pisando con cuidado para evitar resbalones. Se acercó al espejo, y al mirarse, descubrió un extraño brillo que emanaba de su marca de nacimiento en la nuca.
La atención de Seth se desvió momentáneamente de su incomodidad física cuando, de repente, una melodía clásica, extravagante y exótica, comenzó a llenar el baño. La sinfonía cautivadora flotaba en el aire, envolviendo sus sentidos y apoderándose de su frágil ser. El pelirrojo se quedó parado, absorto en la música, sintiendo cómo cada nota resonaba en su interior como un hechizo.
—¿Qué está pasando? —murmuró Seth, pero su voz se perdió en el embrujo de la melodía. El misterioso sonido, aunque imposible de identificar su origen, lo transportaba a un estado de trance, como si estuviera conectando con algo más allá de su comprensión.
Seth, envuelto en la toalla, permaneció allí, atrapado entre la realidad y la magia de la música que llenaba el ambiente, ajeno al tiempo y al espacio. La puerta del baño se cerró tras él, pero no por algún ente invisible; fue la música misma la que lo guio hacia un mundo etéreo, donde las fronteras entre lo tangible y lo místico se desdibujaban con cada acorde.