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Legend of Zelda - Tears of the Kingdom - Lágrimas de Luz y oscuridad

ZeldLinkle
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Synopsis
El día señalado para la batalla contra el Rey Demonio finalmente ha llegado. Link y los cinco sabios se reúnen en Fuerte Vigía para ultimar los detalles finales de la estrategia antes de partir hacia el abismo. Al llegar, Prunia les informa que deben esperar a la patrulla liderada por Hozlar, la cual se encargará de proteger el fuerte ante posibles ataques durante su ausencia. Pero sus planes se tambalean debido a una ola de ataques inesperados. Hordas de monstruos, más numerosas y feroces que nunca, lanzan un asedio implacable, retrasando la llegada de los refuerzos que prometían proteger Fuerte Vigía en su ausencia. Para aliviar la tensión, los sabios intentan distraerse compartiendo historias de sus aventuras en los templos. Pero la atmósfera comienza a cargarse de pesadez, a medida que llegan cada vez más soldados heridos, ensangrentados y exhaustos, buscando refugio. De repente, una inquietante energía oscura comienza a emanar desde el castillo de Hyrule. Una poderosa vibración recorre el aire, erizando la piel de todos. Antes de que puedan reaccionar, un rugido ensordecedor anuncia la llegada de una nueva horda de monstruos, más organizada y feroz que las anteriores. La batalla, mucho antes de lo esperado, ha comenzado.
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Chapter 1 - Prólogo

El subsuelo del Castillo de Hyrule se extendía ante ellos como un abismo de oscuridad y misterio. El aire era denso, impregnado de una humedad helada que parecía envolver cada paso. Link y Zelda caminaban en silencio, alerta, mientras unas voces apenas audibles susurraban en los rincones más oscuros. Eran voces etéreas, como lamentos que pedían ayuda, pero se desvanecían en cuanto intentaban identificar su origen, dejándoles con un extraño escalofrío.

Avanzaron hasta una vasta sala, donde las paredes estaban cubiertas de paneles de piedra tallada con antiguas inscripciones. Zelda se detuvo al instante, sus ojos iluminados por la emoción del descubrimiento.

—Increíble… estas inscripciones deben tener miles de años —murmuró, sacando la Tableta de Prunia y capturando fotografías con entusiasmo. Sus dedos trazaban las líneas grabadas con delicadeza, como si intentara desentrañar los secretos ocultos en cada trazo.

Su mente regresó a las enseñanzas de su tutor Sheikah, y señaló uno de los grabados que mostraba a una pareja unida en lo que parecía ser un acto ceremonial, quizás un casamiento. Las figuras eran claramente de razas diferentes.

—En los registros del castillo se habla de una leyenda sobre los orígenes de la familia real de Hyrule. Según esos relatos, mis antepasados descienden de una unión entre la raza hyliana y unos dioses que descendieron de los cielos. Si esto es cierto… ¡Debieron de ser los Zonnan! —exclamó con creciente emoción.

Sin esperar respuesta, Zelda se dirigió al siguiente mural, donde una figura femenina yacía en posición horizontal, mientras una monstruosa presencia se erguía sobre ella, sosteniendo una joya.

—Sin embargo… —continuó—, la leyenda también cuenta que un ser maligno surgió, procedente de uno de los pueblos de Hyrule. Este ser, dotado de un poder inmenso y apoyado por dos hechiceras, traicionó al reino y robó algo de incalculable valor.

Avanzó al siguiente panel, donde una horda de monstruos formaba un ejército devastador. A un lado del mural, una figura colosal parecía comandar las fuerzas del caos. Zelda apenas podía contenerse; las leyendas que había escuchado durante toda su vida cobraban forma tangible ante sus ojos.

—Entonces nació el Rey Demonio. Lideró un ataque brutal contra Hyrule, y se desató una guerra despiadada para detener su avance... la llamada Guerra del Destierro.

Mientras Zelda hablaba con fervor, Link permanecía en silencio. Sus sentidos estaban en alerta máxima, escudriñando cada sombra en busca de peligros. La tensión en el ambiente le erizaba la piel, y su instinto le advertía que no estaban solos.

Zelda se detuvo en una esquina, donde una pila de escombros bloqueaba parte de los murales.

—Qué pena... —dijo, su voz bajando de tono, casi melancólica—. Parece que estos grabados están inaccesibles. Me pregunto... ¿Qué secretos esconderán? ¿Habrá sido este lugar alguna vez crucial para el reino?

Se quedó un momento en silencio, el aire cargado de misterio y la sensación de que algo acechaba en las sombras. Su mente se debatía entre la fascinación y la inquietud. Finalmente, se giró hacia Link, su rostro marcado por una sensación inexplicable de temor.

—Sigamos... —dijo, intentando sonar confiada, pero su voz traicionó un ligero temblor—. Seguramente más adelante encontraremos las respuestas que buscamos.

Link asintió, pero un escalofrío recorrió su espalda. Un estremecimiento visceral que parecía emanar desde lo más profundo del pasillo oscuro cuando vio como la Espada Maestra comenzó a brillar, primero con una tenue luz, luego con un resplandor que se intensificaba a medida que avanzaban.

—Zelda —le dijo Link con un susurro grave, la tensión de su voz vibrando en el aire—. Hay algo ahí… algo en ese pasillo.

Zelda alzó la vista, sus ojos, buscando ansiosamente las sombras que Link señalaba, pero lo único que encontró fue la oscuridad, profunda y asfixiante. Su corazón comenzó a latir con fuerza, el temor subiendo por su garganta. Guardó la Tableta, y sus pasos, antes seguros, ahora eran vacilantes.

Con cada paso hacia las escaleras, el aire parecía volverse más denso, casi palpable, como si la oscuridad misma estuviera apretando sobre ellos. Un sudor frío le recorrió la nuca.

—Link… —murmuró, su voz llena de angustia—. No… no siento que estemos solos.

Pero ya era demasiado tarde. La oscuridad los envolvía, y en lo más profundo del pasillo, algo los estaba observando.

Fue en las profundidades del castillo donde hicieron un descubrimiento aún más desconcertante. Allí, en el centro de la sala, yacía una momia reseca, sus rasgos borrados por el tiempo, pero aún atrapada por un brazo metálico que la mantenía fija en su lugar. La gema incrustada en el artefacto brillaba débilmente, y de la parte superior emanaba una espiral de luz azul y verde, un aura misteriosa que parecía envolver la figura de la momia. A medida que se acercaron, el brazo metálico se desplomó al suelo, y la gema se desprendió con un sonido sordo.

Zelda la tomó con cautela, sintiendo una extraña fascinación por la reliquia. La observó detenidamente, estudiando la runa grabada en su superficie. Inmediatamente, la reconoció: era una runa Zonnan, un símbolo antiguo y cargado de poder. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al darse cuenta de la magnitud de lo que acababan de descubrir.

De repente, algo rompió el silencio y su concentración. Un escalofrío la recorrió mientras instintivamente se apartaba. La momia, que había estado dormida durante milenios, comenzó a despertar.

Link, siempre tan rápido de reflejos, la apartó de un empujón, poniéndose frente a ella para enfrentarse a la momia. Sin embargo, los horrores que desataron fueron mucho peores de lo que cualquiera de los dos había anticipado. La malicia emanó de la momia, envolviendo a Link de manera cruel. El grito de dolor de Link, al ser tocado por la malicia, resonó en los pasillos. Zelda, impotente, observaba aterrada mientras la malicia lo consumía.

Con el brazo ardiendo en un tormento insoportable, Link miró la Espada Maestra, temblando, al ver con horror que la maldad la había tocado, debilitando su hoja, haciéndola vibrar con una sensación de desintegración. Con el corazón palpitando en su pecho y un dolor insoportable recorriendo su cuerpo, lo intentó de nuevo, levantando la espada hacia el torrente de malicia que se acercaba. Pero lo que ocurrió a continuación fue un golpe mortal a su esperanza: al hacer contacto, la Espada Maestra se rompió en mil pedazos con un sonido espantoso. El único símbolo de resistencia, la única arma capaz de repeler la oscuridad, se quebró como vidrio ante la maldad inquebrantable.

Una esquirla de metal voló por el aire, rozando la mejilla de la momia, dejándole una herida superficial. La risa de la criatura se intensificó, ahora más cruel, más triunfante.

Herido de gravedad, luchó por mantenerse en pie, su respiración agitada y su cuerpo al borde del colapso. Su espada, la Espada Maestra, estaba rota en mil pedazos, su luz debilitándose poco a poco, como si también estuviera perdiendo su poder frente a la creciente oscuridad. A pesar de su agotamiento, se preparó para enfrentar la criatura una vez más, sin importarle el precio que tuviera que pagar. Pero el sonido del suelo derrumbándose detrás de él lo hizo girarse rápidamente.

El horror lo invadió. Zelda, que estaba a su lado momentos antes, desaparecía frente a sus ojos. El suelo bajo sus pies se desplomó, tragándola en un abismo oscuro. Link extendió la mano, desesperado, pero fue inútil. Su grito desgarrador rasgó el aire, una mezcla de impotencia y terror que solo un ser humano podría experimentar cuando todo aquello por lo que luchó se desmoronaba ante él.

La oscuridad comenzó a engullir todo a su alrededor, el caos invadió el lugar. Las sombras se alzaban como serpientes, devorando la luz, mientras Link saltaba hacia ella con su brazo herido extendido, un grito desesperado saliendo de su garganta. Cada segundo parecía un tormento eterno, su cuerpo desgarrado por el dolor, pero su mente solo pensaba en una cosa: No puedo perderla.

Por un instante, vio su figura envuelta en una luz cegadora, cálida y familiar. Pero cuando extendió su brazo para alcanzarla, todo se desvaneció.

El silencio que siguió fue absoluto. Link despertó un tiempo después, su cuerpo maltrecho y su brazo envuelto en un resplandor extraño. Una voz le habló, explicándole que había sido reemplazado para detener la propagación de la malicia.

Se tambaleó hasta salir al exterior, pero lo que encontró no era el Hyrule que conocía. Sobre un cielo roto flotaban islas imposibles, y en su mente, una voz familiar resonó:

—Encuéntrame, Link…

Él apretó los puños, el eco de su nombre susurrado por Zelda aún retumbando en su interior.

Mientras tanto, en el subsuelo del castillo, la momia, transformada en una criatura titánica, se erguía en el centro de la sala, su figura grotesca se alzaba más grande que nunca, su presencia oscura dominando todo lo que la rodeaba. 

Una risa profunda y cavernosa resonó, desmoronando los ecos del pasado, y el castillo de Hyrule tembló bajo el peso de la maldad que acababa de despertar. El aire se llenó de una presencia antigua, terrible, un sonido que parecía presagiar la destrucción inminente de todo lo que Link había conocido. El Rey Demonio había regresado.

El Rey Demonio levantó su cabeza, observando su entorno con una calma aterradora. Su figura titánica, deformada por siglos de maldad, parecía absorber la luz a su alrededor, sumiendo la sala en una penumbra aún más densa. Cada movimiento que hacía la criatura resonaba como un retumbar en las entrañas del castillo, como si las paredes mismas temieran su presencia.

—Todo lo que alguna vez fue mío será reclamado de nuevo. Hyrule, su gente, su historia… caerán ante mí. Nadie vivirá para recordarlo. Ni héroes, ni leyendas… solo cenizas.

La oscuridad se extendió a su alrededor, y las sombras parecían obedecer su voluntad, deslizándose por las paredes como serpientes, cubriéndolo todo. El aire estaba impregnado con una sensación de inevitabilidad. No había escapatoria. No quedaba esperanza. El Rey Demonio sonrió, una expresión cruel y despiadada.

—No hubo quien pudiera detenerme antes. No habrá quien lo haga ahora.

Con un gesto de su mano, la oscuridad se expandió aún más, envolviendo el castillo en una neblina espesa. Las sombras parecían cobrar vida, tomando forma de monstruos y criaturas abominables, todas al servicio de su voluntad.

De repente, el suelo bajo el castillo se resquebrajó, y un rugido profundo atravesó la tierra. Desde las entrañas mismas de Hyrule, miles de ojos resplandecieron en la oscuridad. La tierra comenzó a agitarse como si el propio reino estuviera a punto de desmoronarse, y las fuerzas oscuras del Rey Demonio se desplegaron como una marea.

Por todo el reino, en las colinas, los valles, los bosques y los campos, la tierra se abrió con un retumbar infernal. Grietas profundas comenzaron a formarse, conectando el reino con el abismo del subsuelo. Desde esas fisuras, hordas de monstruos emergieron, criaturas deformadas por la corrupción de la oscuridad, cuyos ojos brillaban con furia y cuyos cuerpos retorcidos reflejaban la maldad que las había gestado. Invadían sin piedad los campos y caminos, sembrando el caos. Gigantes de sombras y dragones de escamas negras ascendían de las profundidades, respondiendo a la voluntad del Rey Demonio, desatando una tormenta de destrucción sobre Hyrule.

—¡El reino caerá! —rugió, su voz cargada de poder absoluto—. ¡Y con su caída, yo renaceré, más fuerte que nunca!

La risa del Rey Demonio resonó por todo el castillo, un eco profundo que parecía arrastrar consigo todo a su paso. La tierra tembló, y el cielo, ahora roto, se oscureció más aún, como si el mundo mismo estuviera preparándose para su dominio absoluto.

Y en ese instante, Hyrule, el reino que una vez había sido próspero, se vio arrastrado a las profundidades de la oscuridad. 

No había esperanza. No quedaba luz. Solo la sombra del Rey Demonio, quien había regresado para reclamar lo que le pertenecía por derecho: el fin de toda resistencia.

Mientras el mundo se sumía en la oscuridad, la voz del Rey Demonio resonó en lo más profundo de Hyrule, un eco que llegó hasta los rincones más lejanos:

—¡Nadie sobrevivirá! ¡Este es el final!