Rose despertó con una sensación de pesadez que la acompañaba desde la mañana en que su hermano murió. Las sombras en su habitación parecían más intensas, como si cada rincón estuviera empapado de su tristeza. El eco de su risa aún resonaba en su mente, y a menudo se encontraba hablando con él en sus pensamientos, como si pudiera contestar.
Salió de su casa, donde cada objeto la recordaba a él. El café que solían tomar juntos, la música que compartían, las promesas de un futuro que nunca llegó. Caminó sin rumbo, sus pasos pesados, sintiendo que el mundo a su alrededor seguía girando mientras ella se quedaba estancada en su dolor. En el parque, vio a un grupo de niños jugando, riendo. Envidiaba esa despreocupación.
En su mente, la depresión se había convertido en un monstruo que la devoraba lentamente. No podía hablar con sus amigos; no quería que nadie viera la profundidad de su sufrimiento. Se sentía sola, atrapada en una burbuja de tristeza. Esa mañana, mientras miraba el cielo gris, se preguntó si alguna vez podría encontrar un camino de regreso a la luz.