—Los Soberanos conversaban en silencio entre sí, ya fuera con un hechizo, o solo con lenguaje corporal que Karl no percibía porque estaba fascinado con la forma feliz en que la mujer árbol picoteaba la mezcla de frutos secos uno a uno —comentó el narrador—. Pero también notó que no terminaba ninguna de las opciones. Estaba poniendo uno de cada uno a un lado para no comérselos todos.
—Ya fuera para investigación, su jardín u otro propósito, él no lo sabía. Pero ella era meticulosa al respecto, e incluso lograba que su rostro cubierto de corteza se viera triste cuando encontraba un fruto seco solitario sin pareja para comer.
—Bien, si él no es el espía, y solo un peligro para la ciudad por alguna razón desconocida, ¿qué hacemos con él? —la Lamia que entró con la Naga preguntó a los demás en voz baja.
—El Oráculo hizo un gesto de frustración.