—Oh, Dios —Melisa observaba fijamente.
Miró eternamente, sus ojos amenazando con quemar un agujero en la falda de Armia, si la maldita cosa debajo de ella no estallaba primero.
—Oh Dios mío, oh Dios mío, oh Dios mío —repetía internamente, su rostro ardía con un rubor tan intensa que temía podría combustión espontánea.
Un kaiju. Un monstruo. Una vieja deidad cósmica emergiendo de las profundidades, escondida bajo una falda plisada. Eso era lo que era esa cosa, si el tamaño de la protuberancia era una indicación.
—Yo... Armia...
Melisa sabía que no debería estar demasiado sorprendida.
El libro que había leído mencionaba que el 40% de los darians eran hermafroditas. Isabella misma había sido prueba de que cualquiera alrededor de Melisa podría estar en esa categoría. Pero, no estaba mentalmente preparada para enfrentarse de nuevo con esta realidad.
«No estaba lista», pensó Melisa, su cerebro haciendo cortocircuito al tratar de procesar la vista ante ella. «Para nada».