Isabella se encorvó sobre su mesa de trabajo en la Torre del Alquimista, el ceño fruncido en concentración, sus bigotes temblaban de vez en cuando, mientras revisaba su último intento de crear la runa perfecta e inagotable.
—¡Vamos, vamos! —Cerró los ojos para concentrar su Esencia.
—Tiene que ser esto. ¡Tiene que funcionar esta vez! —Por un momento, sintió un atisbo de esperanza, un torrente de poder que hizo que su corazón se sobresaltara.
Pero tan rápido como vino, la sensación se desvaneció. De hecho, esto no lo era. No funcionó esta vez.
Isabella miró la runa inerte, su emoción desmoronándose en amarga decepción.
«Otro fracaso», pensó, con los hombros caídos. «Años de trabajo y aún no estoy más cerca de resolver este enigma... Si es que puede resolverse».
Dejó la runa a un lado con un pesado suspiro, se recostó en su silla y pasó una mano por su esponjoso cabello rosa.