—¿A dónde vas? —La voz de Lillian detuvo a Aldric en su paso y él se volvió para enfrentar al humano, sus cejas se alzaron con molestia.
Se volvió para enfrentarla y ella frunció el ceño hacia él.
De todos los humanos que Aldric había encontrado desde que llegó aquí, ella era la más astuta y calculadora. En este momento, lo estaba estudiando, y a juzgar por la forma en que se cruzó de brazos, Aldric sabía que ella había sentido que algo era antinatural en él.
Sin embargo, esto le resultaba divertido a Aldric y decidió continuar con su pretensión, ansioso por saber cómo ella descubriría su disfraz.
—Quiero ir a buscar a mi hermana mayor —respondió con un tono dócil, bajando los ojos y rehusando encontrarse con su mirada curiosa.
—¿En serio? ¿A eso es a donde vas, cosa maldita?! —Ella levantó las manos y le arrojó una sustancia blanca.
Imperturbable, Aldric miró los cristales blancos pegados a su cuerpo. Sus labios se curvaron, ella le había echado sal.