—Buenos días, señor —saludó el muchacho del establo a Isaac en cuanto este entró.
Sin embargo, Isaac no avanzó más, mirando en su lugar al joven que parecía evitar su mirada y despedía un olor a nerviosismo.
Hoy, Isaac había renunciado a su capa por un abrigo grueso con capucha que cubría sus orejas puntiagudas, no que se pudiera ver a través de su espesa melena. La capa lo hacía ver llamativo, ya que no todos usaban ropa cara y deambulaban por el pueblo. El abrigo era más discreto y nadie se quejaría de su apariencia ya que era invierno.
Aun así, Isaac todavía tenía que ser cuidadoso. Aunque actualmente parecía humano con sus orejas ocultas tras el cabello, los Fae seguían siendo criaturas elegantes, y su belleza los diferenciaba de los mortales comunes. En una palabra, un humano podría sentirse amenazado por su apariencia sin manchas y los más instintivos podrían sentir que él era diferente.