—¿Tiene un cortador de piedra privado? —preguntó con calma Su Jiyai.
—¡Sí! —los ojos de Wang Sulin se iluminaron y él respondió.
Su Jiyai asintió, complacida con la respuesta.
Ella podía percibir el entusiasmo en los ojos de Wang Sulin, un empresario que conocía el valor de lo que ella podría aportar potencialmente a su tienda.
—Bien —respondió ella—. Tengo más piedras. Tener un cortador de piedra privado sería ventajoso para ambos.
—Por supuesto, señor. Puedo organizar una sesión de corte privada cuando lo necesite. Asegurará privacidad y evitará cualquier atención innecesaria —Wang Sulin acordó rápidamente.
Satisfecha con el arreglo, Su Jiyai aceptó el dinero en efectivo.
Aseguró el dinero en su bolsa, ahora significativamente más pesada, y miró a Wang Sulin con un toque de finalidad.
—Vamos.
En las siguientes 2 horas, Su Jiyai vendió las piedras por 1.5 millones.