En vez de responder, Ofelia deslizó tímidamente su palma sobre su mano, que agarraba el asiento cerca de su muslo. Al tocarla, sintió que los nudillos de él se endurecían bruscamente. Él gruñó e inclinó la cabeza. El sonido era primitivo, lleno de deseos que no deberían ser satisfechos en un carruaje.
—Me vuelves loco —Killorn se inclinó y besó su frente.
Killorn colocó una rodilla entre sus muslos, mientras ponía un pie firmemente en el suelo del carruaje y luego, agarró su cintura. Tirándola hacia él, siguió con su boca por su mandíbula y hacia su delicioso cuello.
—M-mi señor... —Ofelia se asustó al ver la ventana en la puerta.
La silueta de Killorn era grande y cubría todo el marco de la ventana, pero la gente fuera se daría cuenta. Ellos la oirían. Y ella estaba más que mortificada.
—Solo un poco, Ofelia —Killorn apretó sus caderas. Continuó su camino húmedo y caliente hacia su yugular, donde sintió que ella tragaba.
—P-pero y-tus hombres...