—M-mi señor —susurró Ofelia, deslizando sus dedos entre su cabello, sin saber qué hacer. Quería que la sensación se detuviera, pues la estaba abrumando.
—Killorn —la corrigió por milésima vez, su voz un murmullo bajo y profundo.
Killorn se apartó para ver la desesperación en su mirada tímida. Se inclinó y besó su nariz, ganándose una risa nerviosa de ella. Luego, masajeó su seno, haciéndola sobresaltar. Su carne era suave y olía a lavanda, entumeciendo su mente.
—Usaremos una palabra —susurró Killorn—. Sueles decir 'detente' muy a menudo en la cama y nunca sé si lo dices en serio o no.
Ofelia intentó apretar sus muslos, como si eso pudiera ocultar sus deseos. Era una lástima que Killorn ya estuviera situado entre sus piernas. Silenciosamente y con suavidad, él se cernió sobre ella mientras molía lentamente su cadera sobre sus regiones inferiores. Ella gemía, sus pestañas aleteando.
—¿Cuál será? —preguntó Killorn, su respiración haciéndose más caliente e intensa.