—N-no hagas decisiones tontas —balbuceó Ofelia mientras avanzaba más profundo en los bosques. Sus labios temblaban de miedo y se paralizó. Alguien estaba justo detrás de ella. Cuando giró la cabeza, su corazón se detuvo.
Ojos rojos sangrientos. Sus colmillos eran más afilados que una daga. Vio la codicia y la desesperación brotar de su mirada. De repente, las palabras de Neil resonaron en sus oídos. Su sangre olía más dulce que la de los demás.
—Queremos tu sangre —siseó Nathan.
Ofelia miró temblorosa al gran frasco en su mano. Nathan era el hermano mayor de Neil. Ella esperaba venganza de él, pero no así. No había escape, pero ¿realmente eran tan estúpidos de capturarla justo en este bosque? ¿Dónde estaba la demás gente? Levantó la vista al cielo, dándose cuenta de que había despertado demasiado temprano. Todos los demás, excepto los sirvientes, debían de estar dormidos.
—Es lo que merecemos por lo que has hecho —escupió Nathan.