—¿Qué se necesitaba para quebrar a una mujer?
Ofelia no sabía que este tipo de pregunta existiera. Cuando Nathan terminó con ella, perdió la noción del tiempo. Perdió la cuenta de cuántas veces lloró.
Nunca hubo heridas físicas en su cuerpo. Él se aseguró de eso. La dejó morir de hambre hasta que su estómago se hundió, luego le dio pan mohoso. La drenó hasta que su piel se pegó a sus huesos, y entonces finalmente la vendió.
Cuando Ofelia ya no tenía nada que ofrecerle a Nathan, él la agarró del cuello y la atrajo hacia él.
—¿Por qué tu sangre dejó de ser útil? —gruñó, pues acababa de probar la última muestra. Nada. Ni siquiera un atisbo de curación. El rasguño permanecía tal cual.
Ofelia notó que con cada día que pasaba que él la retenía, su ropa se volvía más lujosa. Ella no sabía cuántas botellas llenó con su sangre. Ni siquiera reconocía su entorno. Su mente estaba en blanco.