El hombre adinerado no era humano. Ofelia lo notó a primera vista. Estaba sentado en lo alto de los balcones en una silla dorada, rodeado de caballeros armados que parecían ser hombres lobo. Apenas podía ver sus rasgos, ya que las luces de araña la cegaban cuanto más alto miraba, como si él fuera el Sol.
Lo que captó la atención de Ofelia no fue la gente que lo rodeaba. Su apariencia le hizo abrir la boca. Sus rasgos eran impresionantes. La examinó con una expresión ilegible.
¿Era humor lo que tenía en el rostro? ¿Irritación? No podía decirlo. Toda su atención estaba en ella. Descansaba en una silla dorada reservada para el invitado más importante. Ofelia lo sabría, había escuchado rumores de que ese asiento siempre estaba vacío, pero aún así lo pulían en la rara ocasión en que finalmente aparecía.
—100 millones de monedas de oro, va una vez —el anunciador tropezó con sus palabras, sus ojos temblando con la cantidad. ¡Esa cantidad de dinero podría comprar un reino entero!