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—Mis hombres —explicó de inmediato Killorn.
—¿No son animales? —Ofelia observó la enorme manada de lobos emergiendo del bosque. Oyó un cuerno de advertencia sonar a lo lejos, avisando de intrusos.
Killorn la miró, casi con expectativa. Aun así, Ofelia no habló. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que abrió la boca? Las damas nunca se decían una palabra entre sí. Estaban tan aterrorizadas del palo que se les metía por la garganta hasta que estaban al borde de la muerte.
Ofelia dirigió su atención hacia Killorn. Él aún la observaba con sus pupilas oscureciéndose. Su rostro estaba torcido en un profundo ceño que lo hacía envejecer aún más. Apenas podía respirar. Su ira se cocía a fuego lento en el aire, espesando la atmósfera. Cuando inclinó nerviosamente la cabeza, vio cómo él apretaba con fuerza su rodilla.
La furia de Killorn Mavez había sobrepasado el punto de no retorno.