En la habitación del hospital, Yuri y el anciano tenían los ojos cerrados.
Todos los demás se sentaban quietos, en silencio como ratones, temerosos de molestarlos —incluso su respiración se había vuelto más ligera.
Yuri acababa de completar su sesión de arreglo personal más larga hasta la fecha, tomando treinta minutos.
En el momento que abrió los ojos, encontró al anciano dormido en el sofá, roncando suavemente en cuestión de un minuto.
—¿Cuál es el resultado? —preguntó el Oficial Lyao, sin molestarse en bajar la voz.
—No hay problemas en absoluto —respondió Yuri con confianza. Había transformado un mundo fragmentado en uno pacífico, lleno de magníficas montañas y ríos, rebosante de la melodía de los pájaros y el aroma de las flores.
Aliviado, el Oficial Lyao miró al anciano aún dormido, dudó un segundo, luego lo despertó.
Despertando confundido, el anciano frunció el ceño —Hace años que no dormía tan bien, y me despiertas.
—Dormirás mejor en el futuro —prometió Yuri.
