—¿Eres autora? —pregunté sin ocultar mi sorpresa.
Natha me miró, también sorprendida. —¿No lo sabías?
Zia también me miró sorprendida. —¿¡No lo sabías?!
Oye—¿se supone que debía saberlo? Espera... ¿era esa la razón por la que siempre se encerraba en la biblioteca? ¿No solo porque estaba absorta leyendo novelas? ¿O es que le gustaban tanto que comenzó a escribir una por cuenta propia?
—¿Por qué no lo sabes? ¡Te di mi libro! —Zia mostró su descontento, con las manos en la cintura.
—...¿cuándo?
—¡Está en ese grupo de libros que te traje la primera vez!
¿Qué momento? ¿Cuál de ellos? ¿Los libros sobre novias? ¿Estás bromeando? ¿Acaso sabía algo sobre novias y matrimonios? ¿O sobre el amor ya que estamos?
—Yo... no leo ese tipo de... —confesé incómodamente. Ella se llevó las manos a la boca, como si la hubiera traicionado o algo, antes de hundirse en el sofá con su tarro de galletas mientras refunfuñaba.