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Chapter 2 - Ecos de Ruina en la Quietud

En las fronteras de Velkarn, alejada del bullicio y el movimiento constante de la ciudad, se encontraba una pequeña casa lujosa, rodeada de árboles y pequeñas colinas que parecían protegerla del mundo exterior. Era un refugio de paz y serenidad, un lugar apartado que se usaba como un escondite para aquellos que buscaban un respiro del ritmo implacable de la gran metrópolis. Aquí, un hombre y su hija encontraban la tranquilidad que sus vidas agitadas no siempre les permitían.

El hombre, conocido como uno de los grandes líderes de la nación, poseía vastos conocimientos en ciencia y diferentes tipos de magia, entre ellas, la compleja magia de la materialización. Era el protector y guía de Caldris, aquel que se aseguraba de que su gente prosperara en un mundo convulso. Bajo su liderazgo, la nación había crecido, fortaleciendo sus avances tecnológicos y su fuerza militar sin dejar de lado su compromiso con el bienestar de sus ciudadanos.

Pero sus ideales iban más allá de la política y la expansión. Para él, lo más importante era proteger a los más débiles, a aquellos que no podían defenderse por sí mismos. En su visión, Caldris no solo debía ser un imperio de fuerza y poder; debía ser un hogar seguro para todos. Estos valores, esta inquebrantable voluntad de proteger y servir, habían nacido de una tragedia personal que lo marcó profundamente.

En la sala principal de la casa, se encontraba una pequeña fotografía que él siempre llevaba consigo, una imagen que parecía contener toda la felicidad y el dolor que había conocido en su vida. En la foto, un hombre joven sostenía a una bebé en brazos, mientras una mujer sonreía a su lado, mirándolos con ternura.

La mujer, su amada esposa, había fallecido poco después de que la foto fue tomada. Una enfermedad que ni la tecnología ni la magia más avanzada pudieron curar la había arrebatado de su lado.

La llamaron Inercia Vital, una dolencia que consumía lentamente la energía vital de su víctima, haciendo que cada día se sintiera como una batalla perdida. Los médicos y magos de Caldris habían hecho todo lo posible, pero la enfermedad tenía raíces profundas en el tejido mismo del alma, algo que la materialización ni la magia convencional podían reparar.

Podían crear y transformar materia, podían curar heridas físicas, pero no podían revertir una erosión que se originaba en la esencia misma de una persona. Ella se debilitó con el tiempo, y, al final, la dejó con una sonrisa débil, sosteniendo la mano del hombre y susurrando palabras que él todavía recordaba con claridad: "Vive por ella".

Desde entonces, había dedicado su vida a su hija, convirtiéndose en su protector y guía. La pequeña llenaba sus días de alegría, con su risa suave y sus ojos que reflejaban la luz del sol como dos espejos de felicidad. Siempre encontraba formas de hacerle sonreír, ya sea levantándola en sus brazos para que pudiera tocar las hojas de los árboles o contándole historias fantásticas sobre dragones y héroes que siempre encontraban su camino a casa.

—Papá, ¿volveremos pronto a la ciudad? —preguntó la niña un día, mientras observaban el atardecer desde la terraza.

—Sí, mi pequeña —respondió él, acariciándole el cabello—. Pero primero disfrutemos un poco más de este lugar, solo tú y yo.

—Me gusta estar aquí —murmuró ella, apretando su mano—. Es tranquilo, como si el mundo fuera más pequeño.

Él sonrió, sintiendo cómo su corazón se llenaba de paz cada vez que la escuchaba hablar. En esos momentos, la veía a ella y no podía evitar ver a su madre en sus gestos y en la forma en que sus ojos brillaban. Aunque la tragedia había tocado su vida, encontraba consuelo en la inocencia y la pureza de su hija. Era un recordatorio de lo que había perdido, pero también de lo que aún tenía.

Sin embargo, en medio de esa paz y felicidad, algo cambió. Un sonido profundo y sordo resonó en la tierra, como un latido gigante que sacudió todo a su alrededor. Las paredes de la casa temblaron y las hojas de los árboles vibraron con una fuerza que nunca habían sentido antes. El suelo, siempre firme bajo sus pies, comenzó a moverse con violencia. La tranquilidad que los rodeaba se rompió en mil pedazos.

El hombre, con el corazón en un puño, levantó a su hija en brazos, sujetándola con fuerza mientras el mundo a su alrededor se desmoronaba. Los muebles se volcaron y los cristales estallaron en fragmentos que volaron por la habitación, pero él no apartó la vista de la pequeña, susurrándole palabras de consuelo que apenas podían escucharse sobre el rugido de la tierra.

—Todo estará bien, Yui. Papá está aquí.

La niña, con los ojos bien abiertos y llenos de miedo, se aferró a él con todas sus fuerzas, hundiendo su rostro en su hombro. La casa, que había sido un refugio de paz, se convirtió en un caos, y él no dejó de moverse, buscando un lugar seguro mientras el temblor continuaba.

A lo lejos, desde la ciudad de Velkarn, llegaron los sonidos de llantos y disparos. El estruendo de algo que se rompía, algo mucho más grande que las paredes de su hogar, resonó en el aire. Las llamas se alzaban en la distancia, y el cielo, que apenas momentos antes había sido azul y claro, se teñía de rojo y negro.

Él sabía que algo terrible estaba ocurriendo en el corazón de Velkarn, y aunque su primer instinto fue proteger a su hija, no pudo evitar sentir una punzada de desesperación en su interior. Miró a lo lejos, apretando los dientes, sabiendo que el mundo que conocían estaba cambiando, y que la paz que habían disfrutado juntos estaba a punto de desvanecerse.

A pesar de que el temblor había terminado, el ruido de los gritos y explosiones se hizo cada vez más cercano, como un eco de un desastre que aún no había terminado de desatarse. Pero él se mantuvo firme, sosteniendo a su hija con toda la fuerza que le quedaba, sabiendo que, pase lo que pase, nunca la dejaría sola.

En medio de esa tormenta, mientras el caos se desataba a su alrededor, sus ojos se clavaron en el horizonte, y una sola promesa llenó su mente: protegerla a toda costa, sin importar el precio.