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Chapter 4 - Traumas del pasado y del futuro

El hombre corría por el primer piso, sus pasos resonando en el amplio salón mientras el eco de sus movimientos reverberaba en las paredes. Cada tanto, giraba la cabeza, asegurándose de que el espíritu lo seguía.

Con su respiración entrecortada y el dolor punzante en su costado, evaluaba las opciones que le quedaban. Había probado realizar un hechizo elemental y materializar un arma física, pero todo había sido en vano. Era como si el ser estuviera hecho de una sustancia que no podía ser alcanzada por las fuerzas de este mundo.

—¿Qué eres? —pensó, frustrado—. ¿Cómo puede existir algo que no responda a ninguna forma de ataque?

Deteniéndose por un momento, el hombre lanzó un hechizo de luz que estalló en un destello cegador. El espíritu se retorció, incapaz de soportar la intensidad del brillo. Aprovechando esa apertura, materializó una espada de pura energía, una hoja radiante que parecía vibrar con la misma esencia que las fuerzas primordiales de la naturaleza.

Se abalanzó sobre la criatura, esperando que esta vez fuera diferente, que la hoja pudiera cortar la oscura figura. Pero, la espada se disipó en cuanto tocó la silueta, como si la energía misma fuera absorbida y disuelta en la nada.

Un grito de rabia y frustración escapó de su garganta. El espíritu, como si comprendiera su desesperación, lanzó un ataque brutal con sus garras oscuras que lo golpeó y lo lanzó contra la pared. La fuerza del impacto lo hizo soltar un fuerte gritó y sintió un dolor agudo recorriendo su cuerpo.

Su hija, al escuchar todo el ruido y el grito de su padre, susurró desde el interior del armario donde se ocultaba:

—¿Papá?

Sin embargo, su padre no llegó a escucharla.

El hombre, por otra parte, se detuvo un rato, su corazón se aceleró, pero el dolor y la adrenalina lo hicieron enfocarse de nuevo en la criatura que se acercaba, como si saboreara su desesperación. Con dificultad, se levantó, sus pensamientos corriendo tan rápido como sus latidos. Dentro de todos los tipos de ataques que realizó, ninguno había funcionado, pero algo en su interior le decía que debía haber otra manera.

En ese momento, una memoria lo golpeó como un rayo.

Volvió a sentir la frialdad de una sala de hospital, la luz tenue reflejando en las paredes mientras él y otros magos y científicos debatían frenéticamente sobre el extraño caso de su esposa, quien padecía de Inercia Vital. A pesar de que su cuerpo estaba ileso y sus signos vitales parecían normales, algo invisible la consumía poco a poco. Fue entonces cuando descubrieron la esencia vital, una energía que fluía en todos los seres, más allá de lo físico.

Comprendieron que su alma, su esencia misma, estaba herida, como un río que pierde agua lentamente por una grieta en su cauce.

Intentaron usar sus conocimientos para reparar esas heridas, materializando fragmentos de la esencia en un esfuerzo desesperado por salvarla. Pero todo fue inútil; el alma, esa energía vital, era única y no podía replicarse ni integrarse con copias imperfectas.

Cada intento de reparación era como tratar de unir piezas de un rompecabezas que nunca encajaban. El fracaso fue devastador, y el conocimiento que adquirieron se selló bajo estricta confidencialidad. No podían arriesgarse a abrir una puerta que no comprendían por completo.

De vuelta al presente, sus pensamientos se alinearon. Quizás, el espíritu al que se enfrentaba no era simplemente un ente mágico o una manifestación física. Quizás era algo más profundo, una entidad compuesta de esa misma esencia vital que habían descubierto. Si eso era cierto, entonces la única manera de dañarlo sería usar una energía que interactuara en el mismo plano que él: su propia esencia vital.

Pero al perderse en sus pensamientos, no vio que el ente se acercaba y no pudo esquivarlo. El ente atrapó su cuello en su mano con garras afiladas y empezó a ahorcarlo.

Sabiendo que este sería su última oportunidad para vencer al espíritu, cerró los ojos y se concentró en el flujo de energía que recorría su cuerpo, ese pulso sutil que todo ser vivo poseía. Se visualizó a sí mismo, no como un cuerpo físico, sino como una fuente de luz, una chispa que vibraba con la esencia de su ser.

Lentamente, canalizó esa energía hacia su mano, visualizando una espada que no era simplemente un arma, sino una réplica imperfecta de su alma. Cuando abrió los ojos, sintió la hoja vibrar en su mano, un calor familiar y, al mismo tiempo, extraño.

El hombre con un grito de determinación levantó la espada y la hundió en el brazo del ente que lo estrangulaba. El impacto fue inmediato: un grito desgarrador llenó la habitación, y el brazo del espíritu se desprendió, desintegrándose en el aire en un torbellino de sombras. La criatura se retorció, como si finalmente hubiera encontrado algo que podía herir su verdadera naturaleza.

—Regresa al infierno —susurró el hombre, con la voz cargada de amargura.

Con un movimiento final, cortó la cabeza del espíritu. La criatura se desvaneció en el aire, dejando solo un eco de su grito en el vacío. Exhausto, con cada músculo de su cuerpo gritando de dolor, el hombre se dirigió lentamente hacia las escaleras. Pero, al girar, su mirada se encontró con otra figura oscura, un nuevo espíritu que emergió de las sombras.

Se preparó para pelear de nuevo, sus ojos fijos en la amenaza. Pero entonces, desde el piso superior, escuchó la voz de su hija, quien había salido de su cuarto al haberse preocupado de que su padre no le respondiera su primer llamado. El escuchar la voz de su hija hizo que su corazón se detuviera.

Antes de que pudiera reaccionar, el espíritu, más rápido y sin herida alguna que lo retrasara, se lanzó escaleras arriba. El hombre corrió tras él, pero el dolor y el agotamiento le hicieron perder terreno. Subió las escaleras con la desesperación apretándole el pecho, y en ese momento, los gritos de su hija lo perforaron como un cuchillo.

Llegó demasiado tarde. El espíritu había alcanzado a su hija, invadiendo su pequeño cuerpo. La energía oscura comenzó a consumirla, debilitando su vida rápidamente.

—La luz de sus ojos comenzó a apagarse, y en un susurro apenas audible, la niña tartamudeó—. Pa-pá...

El hombre cayó de rodillas, su mente y su corazón quebrados en mil pedazos. Intentó usar todo su conocimiento, todo lo que había aprendido en sus años de estudio y combate, pero nada funcionaba.

 La energía oscura que consumía a su hija era más poderosa de lo que había imaginado, algo que no podía ser expulsado o contenido. Mientras sus manos temblaban sobre el cuerpo frágil de la niña, un torrente de recuerdos lo inundó, llevándolo de vuelta a los días en que perdió a su esposa. Recordó cómo la vio desvanecerse lentamente, cómo la esencia vital de ella se escapaba ante sus ojos sin que él pudiera detenerlo, sin que existiera una cura.

El mismo dolor, la misma impotencia que lo consumió en ese momento lo atrapó ahora, al ver que el destino se repetía. Pero esta vez, se trataba de un espíritu maligno desgarrando la vida de su hija desde adentro, devorando su esencia. Se sintió frágil y sin poder alguno, como aquel hombre que una vez sostuvo la mano de su esposa mientras su luz se apagaba para siempre.

—¡Alguien, por favor... alguien, sálvenla! —gritó, su voz quebrándose entre sollozos desesperados—. ¡No puedo perderla, no otra vez! ¡Por favor, quien sea, ayúdeme!

Sus manos temblaban mientras sostenía a su hija con fuerza, aferrándose a la última esperanza, aunque supiera que nadie acudiría a su llamado.

—¡Haría lo que fuera, daría mi vida si es necesario, pero no la dejen morir!

Sus lágrimas caían sin control, y su voz se volvió un susurro ahogado.

—No a ella... no como a su madre.

Pero cuando el silencio parecía ser la única respuesta, una voz se alzó, suave y susurrante, como un eco en la oscuridad.

—Tu hija está muriendo. Y no hay nada en este mundo que pueda salvarla... excepto yo.

El hombre alzó la mirada, sus ojos encontrándose con una presencia oscura que observaba la escena con una calma inquietante. Los ojos de esa figura que parecía ser de una mujer brillaban como brasas, fríos y calculadores, mientras la sonrisa en sus labios prometía un pacto que cambiaría todo.