Los gritos y sonidos destructivos resonaban con fuerza en el corazón de Velkarn. Las voces de desesperación y el rugir del caos se intensificaban, aproximándose cada vez más a la casa donde se encontraba el hombre con su pequeña hija.
Desde la ventana, la luz de los incendios teñía el cielo de un rojo ominoso. Afuera, los guardias que vigilaban la casa mantenían la comunicación a través de pequeños dispositivos en sus oídos.
—¿Qué está pasando ahí fuera? —preguntó el hombre, su voz cargada de una calma tensa.
—Señor, la situación es caótica —respondió uno de los guardias—. Hay personas corriendo en todas direcciones, hay incendios... pero no podemos determinar la causa.
El hombre apretó la mandíbula, su mente trabajando rápidamente se cuestionaba. ¿Sería una invasión? ¿Alguna nación enemiga aprovechando el caos? Sin embargo, su pensamiento fue interrumpido por la voz urgente de otro guardia.
—¡Señor, estamos viendo algo! —la voz del guardia temblaba—. Sombras... criaturas que vienen hacia acá. No son humanas y creo que tienen una altura casi igual a la nuestra, nunca hemos visto algo así.
El miedo le atravesó como un frío helado. ¿Criaturas no humanas? Algo nunca antes visto... Su mente intentó procesar las palabras, pero el terror lo paralizó por un instante. Su hija, al notar la expresión en el rostro de su padre, lo miró con preocupación.
—¿Papá, qué pasa? —preguntó con una voz temblorosa.
—Nada, mi amor, no te preocupes —le dijo, esbozando una sonrisa tranquilizadora—. Todo estará bien, solo quédate cerca de mí.
Los gritos de los guardias interrumpieron su intento de mantener la calma.
—¡Contacto con el enemigo! ¡Repito, contacto! —La comunicación se llenó de ruidos ensordecedores, disparos, y luego rugidos bestiales que hacían eco en la frecuencia. Finalmente, solo se escucharon los gritos agónicos de los guardias antes de que el silencio y la estática se apoderaran del canal.
El hombre se quedó inmóvil, su respiración agitada. Los guardias habían caído. La amenaza estaba ya a las puertas de su hogar.
Sin dudarlo, levantó a su hija en brazos y corrió al segundo piso de la casa, su corazón latiendo con fuerza, mientras subía las escaleras de dos en dos. Al llegar al cuarto de su hija, abrió el armario y la colocó con cuidado dentro.
—Escucha, cariño —dijo, forzando una sonrisa para ocultar su angustia—, necesito que te quedes aquí un momento, ¿sí? No hagas ruido y espera a que vuelva por ti.
Su hija asintió, aunque en sus ojos se reflejaba el miedo y la duda. Su padre le dio un beso en la frente, intentando grabar en su memoria esa imagen serena, antes de cerrar lentamente la puerta del armario. Se quedó allí unos segundos, apoyando la mano en la madera, respirando hondo para calmarse. Sabía que no tenía tiempo que perder.
Al bajar las escaleras, la tensión crecía con cada paso. Un estruendo sacudió la casa y el sonido de la puerta principal siendo destrozada le advirtió que ya no había vuelta atrás.
Sin armas a mano, se concentró visualizando en su mente una espada, cada detalle de su forma. La magia de materialización cobró vida, y en un destello, la hoja apareció en su mano. Su plan era claro: confrontar a estas criaturas desconocidas y mantenerlas alejadas de su hija a toda costa.
Se posicionó detrás de una pared cerca de la entrada, manteniéndose en las sombras mientras observaba con cautela. Entonces lo vio por primera vez. La criatura avanzaba, envuelta en una neblina oscura, su figura apenas definida, como una sombra que se deslizaba en el aire. No tenía rostro, solo una apariencia humanoide que se retorcía con cada paso. El hombre sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era como nada que hubiera visto antes.
Respiró hondo, evaluando la situación. Sabía que cualquier ataque descontrolado podría dañar la casa y con ello, poner en riesgo a su hija. Se obligó a mantener la calma, y rápidamente materializó un pequeño objeto de vidrio en su mano. Lo lanzó a una esquina del salón, el sonido del vidrio estrellándose contra el suelo resonó en el espacio.
La criatura giró su atención hacia el ruido con sus movimientos fluidos y erráticos. Aprovechando la distracción, el hombre levantó la mano y lanzó una esfera de fuego en dirección a la entidad. El impacto fue inmediato, y por un momento pareció que las llamas devoraban a la sombra. Sin perder tiempo, se lanzó hacia adelante y, con un grito, arremetió con la espada, cortando a través de la figura nebulosa.
Pero, en un abrir y cerrar de ojos, las llamas se disiparon y la criatura permaneció allí, intacta. La hoja de su espada no había hecho mella alguna; era como si hubiera intentado cortar el aire mismo. El hombre sintió que el pánico lo inundaba mientras retrocedía, con los ojos fijos en la entidad que parecía burlarse de sus esfuerzos.
De repente, la criatura se lanzó hacia él con una velocidad y furia desmedidas. Apenas pudo esquivar el ataque, y vio de reojo cómo las garras de la sombra dejaron profundas marcas en la pared.
El hombre corrió por el primer piso, alejándose de las escaleras para llamar su atención y así mantener a esa cosa lo más lejos posible del segundo piso, donde estaba su hija. Se detuvo al otro lado del salón, tomando un momento para analizar la situación, su respiración agitada y su mente trabajando al máximo.
¿Cómo podía derrotar a algo que no parecía ser afectado por ataques físicos o mágicos convencionales? Las posibilidades de sobrevivir eran bajas, pero rendirse no era una opción.