El palacio de Yamet se alzaba majestuoso frente a mí mientras avanzaba por los pasillos cubiertos de mármol. Las banderas ondeaban al viento, llevando los colores del reino: un azul profundo que siempre me recordaba el vasto océano que anhelaba explorar. Cada paso resonaba en la gran sala, mi capa ondeando a mi espalda. Había venido aquí muchas veces, pero esta ocasión era diferente. Esta vez, lo que estaba a punto de proponer podría cambiar la historia del reino.
Cuando llegué al salón del trono, la reina ya me esperaba. Su rostro, siempre sereno y majestuoso, no dejaba entrever lo que pensaba. A su lado, inesperadamente, estaba el rey Alder VII de Oftalmolecusamp, un aliado importante de Yamet. No esperaba verlo allí, pero quizá su presencia podría inclinar la balanza a mi favor.
—Sir Alaric —me saludó la reina con su voz firme y clara—. Dicen que has venido con una propuesta.
Asentí, tomando una profunda respiración.
—Majestad, he estado estudiando los mapas y creo que he encontrado algo extraordinario. Hay un continente, al oeste, que nadie ha explorado aún. Durante años hemos ignorado esa región, pero creo que es hora de que lo descubramos. Necesito barcos, hombres y provisiones para iniciar esta expedición. Quiero ser el primero en pisar esas tierras desconocidas.
Un silencio incómodo se extendió en el salón mientras las palabras se asentaban. La reina entrecerró los ojos, evaluando mi petición. Sabía que no sería fácil convencerla, pero tenía que intentarlo. La exploración era costosa, y nadie sabía lo que nos esperaba al otro lado.
—¿Por qué nadie antes se ha atrevido a aventurarse hacia esas tierras, Sir Alaric? —preguntó la reina, cruzando las manos sobre su regazo—. Es un riesgo muy grande. Nuestro reino ya tiene suficientes desafíos con nuestras rutas comerciales y las amenazas en nuestras fronteras.
Podía sentir la tensión en el aire, pero estaba preparado para esto.
—Majestad, justamente porque nadie ha ido antes es que tenemos la oportunidad de ser los primeros. Imagina las riquezas, los territorios, y el prestigio que nos brindaría. No podemos dejar pasar esta oportunidad —mi voz salió más apasionada de lo que esperaba, pero tenía que mostrar convicción—. Yamet podría ser el reino que descubra nuevas tierras, nuevos recursos. Nos abriría puertas y alianzas con otras naciones que jamás podríamos imaginar.
El rey Alder, quien hasta entonces había permanecido en silencio, inclinó la cabeza hacia la reina.
—Querida hermana, intervino con una voz calmada pero autoritaria—, puedo ver la visión de Sir Alaric. No es solo una aventura; es una expansión para ambos reinos. Si logramos establecer un puente hacia esas tierras, seríamos imbatibles. Creo que deberíamos al menos considerar darle la oportunidad.
El apoyo del rey Alder era inesperado pero bienvenido. La reina lo observó por un momento, sus labios apretados en una línea fina. Después, me dirigió una mirada inquisitiva.
—Sir Alaric, sabes que confío en ti. Has guiado nuestras flotas con honor, pero esto no es una misión cualquiera. Lo que propones es adentrarse en lo desconocido. Si fracaso... —hizo una pausa, y pude ver la preocupación en sus ojos—, perderemos más que barcos. Perderemos vidas. El reino no puede permitirse otro golpe como ese.
Sabía que ese era el momento decisivo. Di un paso adelante.
—Majestad, no soy un hombre que actúe sin medir las consecuencias. Soy consciente del peligro, pero también sé que las mayores recompensas vienen con riesgos. He liderado mis hombres a través de tempestades y guerras, y siempre he vuelto. No lo haría si no estuviera convencido de que vale la pena. No os defraudaré.
Hubo un largo silencio. Finalmente, la reina se volvió hacia su hermano, intercambiando una mirada cargada de significados. Entonces, asintió lentamente.
—Tienes mi permiso, dijo la reina. —Prepara tus barcos y tus hombres. Pero recuerda, Sir Alaric, esto no es solo un honor, es una responsabilidad. No fracases.
Sentí un peso enorme caer de mis hombros y una emoción inconfundible empezar a crecer en mi interior. Inclinándome ante la reina y el rey Alder, respondí con la determinación que me caracterizaba.
—Os lo prometo, Majestad. No volveré con las manos vacías. Traeré gloria a Yamet y a Oftalmolecusamp.
Salí del salón del trono con el permiso en mis manos y un nuevo fuego en mi corazón. El camino hacia lo desconocido estaba abierto, y pronto, muy pronto, lo recorrería.